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– Nos llevaremos la vagoneta de incendios – le propuso a Tommy.

Ya estaba en los raíles, y los dos lograron empujarla para hacerla avanzar. A Billy se le pasó por la cabeza engancharle un poni delante, pero luego decidió que eso les haría perder tiempo, sobre todo teniendo en cuenta que los animales estaban aterrorizados.

Pat el Papa dijo:

– Mi hijo, Micky, está trabajando en la sección de Marigold, pero no puedo ir a buscarlo, tengo que quedarme aquí. – Su cara era el vivo reflejo de la desesperación, pero en caso de emergencia, el embarcador debía permanecer junto al pozo, era una regla inquebrantable.

– Haré todo lo que pueda por encontrarlo – le prometió Billy.

– Gracias, chico.

Los dos muchachos empujaron la vagoneta por la vía principal. Las vagonetas no iban equipadas con frenos, sino que los conductores las detenían colocando una pesada cuña de madera en los radios de las ruedas. Las vagonetas sueltas, que circulaban sin control, habían causado muchas muertes e innumerables heridas entre los mineros.

– No vayamos muy rápido – dijo Billy.

Ya llevaban recorrido medio kilómetro del interior del túnel cuando advirtieron que se elevaba la temperatura y el humo se espesaba. No tardaron en oír voces. Siguiendo la trayectoria del sonido, enfilaron hacia el ramal de una galería. Saltaba a la vista que era un filón en pleno proceso de explotación, pues, a uno y otro lado y a intervalos regulares, Billy vislumbró las entradas de los lugares de trabajo de los hombres, a los que solían llamar puertas, pero que a veces eran simples agujeros. Cuando el ruido empezaba a hacerse más intenso, dejaron de empujar la vagoneta y miraron hacia delante.

El túnel estaba en llamas, y el fuego lamía con furia las paredes y el suelo. Había un puñado de hombres a un lado del incendio, con la silueta recortada contra el resplandor como las almas de los condenados en el infierno. Uno de ellos llevaba una manta en la mano y golpeaba con ella un cúmulo de maderos para extinguir el fuego, sin éxito. Otros hombres gritaban, pero nadie atendía sus gritos. A lo lejos, apenas visible, había un tren de vagonetas. El humo estaba impregnado de una extraña pestilencia a carne asada, y Billy se dio cuenta, con una sensación de náusea, de que el olor seguramente provenía del poni que tiraba de las vagonetas.

Billy habló con uno de los hombres.

– ¿Qué pasa?

– Hay compañeros atrapados en sus puertas… pero no podemos llegar hasta ellos.

Billy vio que el hombre que había contestado era Rhys Price. Con razón allí nadie hacía nada…

– Hemos traído la vagoneta de incendios – anunció.

Otro minero se volvió hacia él y Billy se sintió aliviado al comprobar que era John Jones el Tendero, un hombre mucho más sensato.

– ¡Buen trabajo! – exclamó -. Acabemos con este maldito infierno a golpes de manguera.

Billy extendió la manguera mientras Tommy conectaba la bomba. Billy dirigió el chorro de agua al cielo del túnel, para que el agua resbalase por las paredes. No tardó en percatarse de que el sistema de ventilación de la mina, que bajaba por Tisbe y subía por Píramo, estaba empujando las llamas y el humo hacia él. En cuanto tuviera ocasión, les diría a los operarios que había en la superficie que invirtiesen el sentido de los ventiladores. Según la normativa, los aparatos de ventilación reversibles eran ya obligatorios en cualquier explotación minera, otro de los requisitos promulgados por la ley de 1911.

Pese a las dificultades, el fuego empezó a ceder y Billy pudo ir avanzando muy lentamente. Al cabo de un minuto, en la puerta más cercana el fuego ya se había extinguido por completo, y dos mineros salieron corriendo de inmediato, respirando el aire relativamente limpio del túnel. Billy reconoció a los hermanos Ponti, Giuseppe y Giovanni, conocidos como Joey y Johnny.

Algunos de los hombres se precipitaron en el interior de la puerta. John Jones salió con el cuerpo desfallecido de Dai Ponis, el encargado de los caballos, aunque Billy no sabía apreciar si estaba muerto o simplemente había perdido el conocimiento.

– Hay que llevarlo a Píramo, no a Tisbe – le dijo.

– ¿Quién eres tú para ir dando órdenes, Billy de Jesús? – lo increpó Price.

Pero Billy no pensaba perder el tiempo discutiendo con Price. Se dirigió a Jones.

– He hablado por teléfono con la superficie. Tisbe ha quedado muy afectado por la explosión, pero la jaula de Píramo pronto estará en funcionamiento. Me han dicho que les diga a todos que se dirijan a Píramo.

– De acuerdo, se lo diré a los demás – contestó Jones, y se fue.

Billy y Tommy siguieron combatiendo el incendio, apagando las llamas de distintas puertas y rescatando a más hombres atrapados. Algunos sangraban, otros presentaban quemaduras por todo el cuerpo y unos cuantos habían sufrido heridas a causa del desprendimiento de las rocas. Quienes podían caminar acarreaban a los muertos y a las víctimas de heridas graves en una lúgubre procesión.

El agua se terminó demasiado pronto.

– Volveremos a empujar la vagoneta y la llenaremos con el agua que hay en el fondo del pozo – sugirió Billy.

Regresaron juntos, corriendo. La jaula seguía sin funcionar, y ya había aproximadamente una docena de mineros esperando, así como varios cuerpos en el suelo, algunos profiriendo alaridos de dolor, otros inquietantemente inmóviles. Mientras Tommy llenaba la vagoneta con agua manchada de barro, Billy se dirigió al teléfono. De nuevo fue su padre quien contestó la llamada.

– El cabrestante volverá a funcionar dentro de cinco minutos – dijo -. ¿Cómo van las cosas ahí abajo?

– Hemos sacado a algunos muertos y malheridos de las puertas. Envía vagonetas llenas de agua en cuanto puedas.

– ¿Cómo estás tú?

– Yo estoy bien. Escucha, papá, deberías invertir el sentido de la ventilación. Haz que el aire circule hacia abajo por Píramo y que suba por Tisbe, eso alejará el humo y los gases de los equipos de rescate.

– No podemos hacerlo – repuso su padre.

– Pero… ¡es la ley! ¡La ventilación de la mina tiene que ser reversible!

– Perceval Jones les contó a los inspectores una historia lacrimógena y le han dado otro año de plazo para modificar la estructura.

Billy habría blasfemado como un poseso si su padre no hubiese estado al otro lado del teléfono.

– ¿Y si enciendes los aspersores? ¿Puedes hacerlo?

– Sí, eso sí podemos hacerlo – contestó su padre -. ¿Por qué no se me habrá ocurrido antes? – Se estaba dirigiendo a otra persona.

Billy colgó el aparato. Ayudó a Tommy a llenar la vagoneta, turnándose en el manejo de la bomba manual. Tardaba tanto en llenarse como en vaciarse. La procesión de hombres que acudían desde la sección afectada por el incendio empezó a menguar a medida que el fuego seguía campando a sus anchas. Por fin lograron llenar el vagón hasta su capacidad máxima y emprendieron el regreso.

Los aspersores se habían puesto en marcha, pero cuando Billy y Tommy llegaron al lugar del incendio, descubrieron que el chorro de agua que caía de la estrecha cañería superior era demasiado débil para extinguir las llamas. Pese a todo, John Jones había conseguido organizar a los hombres: los supervivientes que habían resultado ilesos debían permanecer a su lado, mientras que enviaba a los heridos capaces de caminar al pozo. En cuanto Billy y Tommy hubieron conectado la manguera, la agarró él mismo y ordenó a otro hombre que empezara a bombear.

– ¡Vosotros dos volved y traed otra vagoneta de agua! Así podemos seguir trabajando con la manguera – dijo.

– De acuerdo – convino Billy, pero antes de dar media vuelta, hubo algo que captó su atención: una figura se dirigía corriendo hacia él, atravesando la cortina de fuego, con la ropa en llamas -. ¡Dios santo! – exclamó Billy, horrorizado. Ante su mirada desolada, la figura se tambaleó y cayó al suelo.