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– ¡Se lo tiene merecido! -dijo, indignada, la tía Chloe-. Estará peor que inquieto un día de éstos, si no se enmienda. Lo mandará llamar su Amo, y veremos cómo queda.

– ¡Irá al infierno, seguro! -dijo el pequeño Jake.

– ¡Se lo merece! -dijo la tía Chloe, ceñuda-; ha destrozado muchísimos corazones, os lo aseguro -dijo, deteniéndose con un cuchillo en la mano-; es como lo que leyó el señorito George en el Libro de la Revelaciones: las almas llamando y llamando desde debajo del altar, pidiendo venganza al Señor para semejante gente, y tarde o temprano el Señor va a oírlas, ¡ya lo creo!

A la tía Chloe la admiraban mucho en la cocina y la escucharon con la boca abierta; ahora que la cena estaba servida, todos estaban libres para charlar con ella y oír sus comentarios.

– Esa gente arderá para siempre, seguro, ¿verdad? -dijo Andy.

– Y yo me alegraré de verlo, ya lo creo -dijo el pequeño Jake.

– ¡Niños! -dijo una voz que les sobresaltó. Era el tío Tom, que había entrado y se había quedado en la puerta escuchando la conversación.

– ¡Niños! -dijo-, me temo que no sabéis lo que decís. Para siempre son palabras terribles, niños; es tremendo pensar en ello. No deberíais desearlo a ningún ser humano.

– No se lo desearíamos a nadie más que a los tratantes de almas -dijo Andy-; nadie puede menos que deseárselo a ellos, son tan malvados.

– ¿No los denuncia la misma naturaleza? -dijo la tía Chloe-. ¿No arrancan a los bebés del pecho de sus madres para venderlos? Y a los pequeños que lloran y se agarran a la ropa de sus madres, ¿no los apartan de ellas para venderlos? ¿No separan a maridos y mujeres -dijo la tía Chloe, echándose a llorar- cuando significa quitarles la vida? Y mientras tanto, ellos beben y fuman y no se exaltan por nada. Señor, si no se los lleva el diablo, ¿para qué sirve éste? -y la tía Chloe se tapó la cara con el delantal de cuadros y se puso a sollozar en serio.

– Reza por aquellos que te tratan mal, dice el buen libro -dijo Tom.

– ¡Rezar por ellos! -dijo la tía Chloe-; ¡Señor, es demasiado dificil! Yo no puedo rezar por ellos.

– Es la naturaleza, Chloe, y la naturaleza es fuerte -dijo Tom-, pero la gracia del Señor es más fuerte; además, deberías pensar en el estado del alma de una pobre criatura capaz de hacer esas cosas, deberías dar gracias al Señor porque tú no eres como él, Chloe. Yo sé que preferiría que me vendieran diez mil veces a tener que rendir cuentas por lo mismo que esa pobre criatura.

– Yo también lo preferiría -dijo Jake-. Señor, ¿no lo preferimos, Andy?

Andy se encogió de hombros y silbó en conformidad.

– Me alegro de que no se haya marchado el amo esta mañana, como tenía pensado -dijo Tom-; eso me dolió más que el venderme, ya lo creo. Puede que fuera lo natural para él, pero a mí me hubiera resultado durísimo, que lo conozco desde que era un niño; pero he visto al amo y empiezo a reconciliarme con la voluntad de Dios. El amo no pudo remediarlo; hizo bien, pero tengo miedo de que las cosas se echen a perder cuando yo no esté. No se puede esperar que el amo ande husmeando por todas partes, como yo hago, para tenerlo todo bajo control. Los muchachos tienen muy buenas intenciones, pero son muy descuidados. Eso me preocupa.

En esto sonó la campana llamando a Tom al salón.

– Tom -dijo amablemente el amo-, quiero que sepas que a este señor le doy un pagaré por mil libras por si no estás cuando te reclame; hoy va a ocuparse de otros asuntos, así que puedes cogerte el día libre. Ve a donde quieras, muchacho.

– Gracias, amo -dijo Tom.

– Y cuidado -dijo el comerciante- que no engañes a tu amo con ninguno de tus trucos de negro, pues yo le cobraré cada centavo, si no estás allí. Si él me hiciera caso, no se fiaría de ninguno de vosotros; sois escurridizos como anguilas.

Amo -dijo Tom, muy erguido-, yo tenía apenas ocho años cuando la vieja ama lo puso a usted en mis brazos, y usted no tenía ni uno. «Toma, Tom» me dijo, «éste va a ser tu joven amo; cuídalo bien», dijo. Y ahora yo le pregunto, amo, ¿he faltado a mi palabra o le he llevado la contraria alguna vez, sobre todo desde que soy cristiano?

El señor Shelby se emocionó y se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Mi buen muchacho -dijo-, bien sabe el Señor que dices la pura verdad; y si yo pudiera remediarlo, nadie en el mundo te compraría.

– Y tan seguro como que soy cristiana -dijo la señora Shelby-, te recuperaremos en cuanto consiga reunir el dinero. Señor-dijo a Haley-, fíjese bien a quién lo vende, y comuníquemelo.

– Sí, señor; a lo mejor -dijo el tratante-, de aquí a un año puede que lo traiga de vuelta, no muy estropeado, y se lo vuelva a vender.

– Yo se lo compraré, entonces, y se lo pagaré bien -dijo la señora Shelby.

– Por supuesto -dijo el comerciante-, a mí me da igual, no me importa a quién los venda, siempre que haga un buen negocio. Lo único que quiero es ganarme la vida, ¿sabe, señora? Supongo que eso es lo que queremos todos.

Tanto el señor como la señora Shelby se sintieron molestos por la familiaridad impertinente del comerciante, y, sin embargo, ambos veían la necesidad de frenar sus sentimientos. Cuanto más mezquino e insensible parecía, más miedo tenía la señora Shelby de que consiguiera atrapar a Eliza y su hijo y, por supuesto, más motivos encontraba para detenerle con todas las tretas femeninas. Por lo tanto, sonrió, asintió, charló amistosamente e hizo todo lo que pudo por hacer correr imperceptiblemente el tiempo.

A las dos, Andy y Sam acercaron los caballos al apeadero, aparentemente muy reanimados y fortalecidos por los correteos de la mañana.

A Sam le había reavivado la comida, y estaba lleno de fervorosa oficiosidad. Al acercarse Haley, presumía ante Andy, con un estilo floreciente, del éxito evidente y notable de la operación, ahora que él «se empeñaba de verdad».

– ¿Supongo que vuestro amo no tendrá perros? -preguntó pensativo Haley al ir a montar.

– Montones -dijo Sam, triunfante-; está Bruno: ¡es estupendo! Y, además, casi todos los negros tenemos un cachorro de alguna clase.

– ¡Bah! -dijo Haley, y dijo algo más también, refiriéndose a los perros, que hizo murmurar a Sam:

– No veo el sentido de maldecirlos, de cualquier forma.

– ¿Pero vuestro amo no tiene perros (ya me supongo que no) para cazar a los negros?

Sam sabía perfectamente a lo que se refería, pero mantuvo desesperadamente una apariencia de simpleza grave.

– Nuestros perros tienen todos muy buen olfato. Creo que son buenos, aunque no hayan tenido práctica. Sin embargo, son buenos perros para casi todo, una vez que los pones. Ven, Bruno -llamó en un susurro al pesado perro de Terranova, que se abalanzó tumultuosamente en dirección a ellos.

– ¡Que te ahorquen! -dijo Haley, levantándose-. Vamos, ponte en marcha.

Sam se puso en marcha en el acto, ingeniándoselas para hacerle cosquillas a Andy al mismo tiempo, lo que provocó que Andy rompiese a reír, con gran indignación de Haley, que le golpeó con la fusta.