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La rubia felina hizo una mueca de decepción.

– Oh. You're really on business, are you? Whom sall I say is calling?39

– The White Knight40 -sonrió Félix.

La secretaria lo miró con sospecha y automáticamente escondió una mano bajo la mesa, dejando abierta la revista con un hombre desnudo sentado en un columpio.

– Bossman busy right now. Take a seat41 -dijo con frialdad la rubia y cerró apresuradamente la revista.

– Tell him l'd like to join the tea party42 -dijo Félix avanzando hacia la mesa de la secretaria.

– You get away from me, you dirty Mex, I know your sort, all gliter and no gold. You ain't foolin this little girl.43

35. Hola, guapo. ¿Qué te preocupa?

36. Vendo algo.

37. Me gustan las cosas gratis.

38. Déjame ver a tu jefe.

39. Oh. Es en serio. ¿A quién anuncio?

40. El Caballero Blanco.

41. El jefe está ocupado en este momento. Tome asiento.

42. Dile que me gustaría tomar el té con ellos.

43. No te me acerques, cochino mexicano, conozco tu clase, puro brillo y nada de oro. A esta muchachita no le vas a engañar.

Félix cinéfilo aplastó aún más la cara chata de la güera nerviosa con la palma abierta y ensayó su mejor mueca de James Cagney; le hubiera gustado tener una toronja en la mano. Apretó el botón oculto bajo la mano pecosa, doblemente delatora de edad e intención, de la güera más humillada que Mae Clarke y la puerta cubierta de cuero se entreabrió. La secretaria chilló una obscenidad y Félix entró al despacho aún más refrigerado que la antesala.

– Bienvenido, señor Maldonado. Lo estábamos esperando. Haga favor de cerrar la puerta -dijo un hombre con cabeza demasiado grande para su mediana estatura, una cabeza leonina de pelo entrecano que caía con un mechón sobre la frente alta y se detenía en la frontera de las cejas altas, finas, arqueadas y juguetonas que daban un aire de ironía a los ojos helados, grises, brillantes detrás de los párpados más gruesos que Félix había visto jamás fuera de una jaula de hipopótamos. Pero el cuerpo era llamativamente esbelto para un hombre de cerca de sesenta años y el traje azul cruzado de raya blanca era caro y elegante.

– Perdone a Dolly -añadió cortésmente-. Es tonta pero cariñosa.

– Todo el mundo parece estarme esperando -dijo Félix mirando a Rossetti, vestido de blanco y sentado sobre el brazo del sillón de cuero claro ocupado por Angélica, disfrazada por anteojos negros y con el pelo oculto por una mascada.

– ¿Cómo pudo…? -dijo alarmada Angélica con la voz ronca de tanto tragar agua con cloro.

– Hemos sido muy cuidadosos, Trevor -dijo en son de disculpa Rossetti.

– Ahora ya sabe usted mi nombre, gracias a la discreción de nuestro amigo -dijo con afabilidad cortante el hombre de labios delgados y nariz curva de senador romano. Eso parecía, se dijo Félix, un Agrippa Septimio amp; Severo vestido accidentanmente por Hart, Schaffner amp; Marx.

– I thought you were the Mad Hatter44 -dijo Félix en inglés porque el hombre llamado Trevor hablaba un castellano demasiado perfecto y con acento difícil de ubicar, neutro como el de un oligarca colombiano.

Trevor rió.

– That would make him the Dormouse and bis spouse a slightly drowned Alice. Drowned in a cup of tea, of course. And you, my friend, would have to take on the role of the fiarch Hare45 -dijo con acento universitario británico.

Sustituyó la risa por una mueca tiesa y desagradable que le transformó el rostro en máscara de tragedia.

– A las liebres como esas se las atrapa fácilmente -prosiguió en español-. Las pobres están condenadas entre dos fechas fatales, los idus de marzo y el primero de abril, que es el día de los tontos y engañados.

– Con tal de que no salgamos del país de las maravillas, las fechas me valen sombrilla -dijo Félix.

Trevor volvió a reír, metiendo las manos en las bolsas del saco cruzado.

– Me encantan esas locuciones mexicanas. En efecto, una sombrilla vale muy poco en un país tropical, a menos que se tema una insolación. En cambio, en países de lluvia constante…

– Usted sabrá; los ingleses hasta firman la paz con un paraguas -dijo Félix.

– Y luego ganan la guerra y salvan a la civilización -dijo Trevor con los ojos perdidos detrás de los párpados abultados-. Pero no mezclemos nuestras metáforas. Welcome to Wonderland.46 Lo felicito. ¿Dónde estudió usted?

– En Disneylandia.

– Muy bien, me gusta su sentido del humor, se parece al nuestro. Por eso escogimos claves tan parecidas, seguramente. Nosotros Lewis Carroll y ustedes William Shakespeare. En cambio, miró con desdén a los Rossetti, imagínese a este par tratando de comunicarse a través de D'Annunzio. Out of the question.47

– Tenemos al Dante -dijo frágilmente Rossetti.

– Cállate la boca -dijo Trevor con una amenaza acentuada por la inmovilidad de las manos metidas en las bolsas del saco-. Tú y tu mujer no han hecho más que cometer errores. Lo han exagerado todo, como si estuvieran extraviados en una ópera de Donizetti. No han entendido que la única manera de proceder secretamente es proceder abiertamente.

44. Creí que usted era el Sombrerero Loco.

45. En este caso éste sería el Ratón Dormido y su esposa una Alicia ligeramente ahogada. En una taza de té, naturalmente. Y usted, mi amigo, tendría que desempeñar el papel de la Liebre de Marzo.

46. Bienvenido al País de las Maravillas.

47. Imposible.

Miró con particular desprecio a Angélica.

– Disfrazarte de Sara Klein para que luego no pudiera trazarse tu salida de México y se quebraran la cabeza buscando a una muerta. Bah, pamplinas -dijo Trevor curiosamentete, como si hubiera aprendido el español viendo comedias madrileñas.

– Maldonado estaba en Coatzacoalcos, a punto de obtener el anillo, es un sujeto emotivo, lo hubieras visto en mi casa la otra noche, Trevor, cómo trató a Bernstein, estaba loco por Sara, sólo quise perturbarlo emocionalmente -dijo Angélica con una energía estridente, artificial.

Trevor sacó la mano de la bolsa y cruzó con una bofetada seca y precisa el rostro de Angélica; la mujer permaneció con la boca abierta como si se fuese a ahogar de nuevo y Rossetti se incorporó con la actitud indignada del caballero latino.

– Imbéciles -dijo Trevor entre sus dos labios igualmente tiesos-, debí escoger traidores más capaces. La culpa es mía. La señora se deja arrebatar el anillo mientras imita a Esther Williams. El señor no se atreve a pegarme porque piensa cobrar por partida triple y eso vale más que el honor.

Rosseti se sentó de nuevo junto a Angélica, pálido y tembloroso; intentó abrazar a su esposa; ella lo rechazó con un movimiento irritado. Trevor miró a Félix como si se dispusiese a invitarlo a una partida de cricket.

– Mi amigo, ese anillo no tiene valor alguno para usted. Le doy mi palabra de honor.

– Creo tanto en la palabra de un caballero inglés como en la de un caballero latino -comentó Félix con la contrapartida mexicana de la flema inglesa: la fatalidad india.

– Evitaremos muchas escenas desagradables si me lo de vuelve cuanto antes.

– No se imaginará que lo traigo conmigo.

– No; pero sabe dónde está. Confío en su inteligencia, procure devolvérmelo.

– ¿Cuánto valdrá mi vida si lo hago?

– Pregúntele a la parejita. Ellos saben que yo pago mejor que los otros.

– Las apuestas pueden ascender -logró decir con sarcasmo lastimado Rossetti.

Trevor lo miró con desdén asombrado.

– ¿Crees que puedes cobrar cuatro veces? ¡Avorazado!

Félix se volteó con curiosidad hacia el secretario privado del Director General.

– Seguro, Rossetti. Cóbrale al Director General porque le hiciste creer que lo servías a él para informarle sobre las actividades de Bernstein, cóbrale a Bernstein porque le hiciste creer que eras su cómplice revelándole los planes del Director General, cóbrale a Trevor porque lo sirves a él contra tus otros dos patrones. Y si quieres, yo te pago más que los tres juntos para que abras el pico. ¿O esperas regresar a México, delatarnos a todos y salirte con la lana y el honor intactos?

– Cabrón, para qué te cruzaste en nuestro camino -dijo Angélica sin interrogaciones.

– ¿Qué valor tiene el famoso anillo? -preguntó Félix con el mismo tono neutro de la mujer de Rossetti.

Fue el funcionario quien le contestó, nuevamente tranquilo y con el ánimo de congraciarse con Félix, como si descubriese un poder hasta entonces oculto en el oscuro jefe del Departamento de Análisis de Precios:

– No sé, sólo sé que Bernstein dispuso todo en Coatzacoalcos para que Angélica pudiera viajar con él a los Estados Unidos.

– Y en vez de entregárselo al cómplice de Bernstein, lo traicionaste para traérselo a Trevor -dijo Félix.

– En efecto -intervino Trevor antes de que los Rossetti pudiesen hablar de nuevo-, mis amigos los Rossetti, ¿cómo le diré?, desviaron el curso de las cosas para traerme el anillo. Alas, usted se nos interpuso. De todos modos, el destinatario de Bernstein debe estarse mordiendo las uñas en otra parte de este vasto continente, esperando la llegada de la señora Angélica en otro tanquero fantasma que convendremos en llamar, para no salirnos de las alusiones aceptadas, The Red Queen. ¿Sabe usted? La que pedía la cabeza del valet de corazones por robarse la tarta de fresas. Le voy a rogar que nos conduzca al anillo perdido, señor Maldonado.

– Le repito que no lo tengo.

– Ya lo sé. ¿Dónde está?

– Viaja, lento pero seguro como la tortuga burlona de Alicia.

– ¿A dónde, Maldonado? -dijo Trevor con fierro en vez de dientes.

– Paradójicamente, rumbo al mismo destinatario que la esperaba por instrucciones de Bernstein -dijo Félix sin parpadear.