– No quería preocuparla… Porque ya es casi seguro que… que alguien la tiene… Alguien la ha secuestrado…
Ella se llevó la mano a la boca. Quirós se levantó, se puso el sombrero, salió sin hacer ruido.
14
Aquí, bajo el ojo ciclópico del sol, harás el juramento sagrado. El será tu amor y le serás fiel pasa siempre. Lo llamarás así: amor, ¿acaso merece otro nombre? Vivirás para él y por él, harás el bien o quizá el mal, dependiendo de lo que prefiera. Te uncirás a su imagen, a su recuerdo. Tu consuelo será poder verlo el próximo año. Amén.
Su minuto de silencio transcurrió así, admirándolo. Lo veía como a través de una pared de vidrio, de pie sobre la arena destellante, á su izquierda. Podía observar a gusto su espalda desnuda de hombros enrojecidos. Sentía tristeza, porque ya le resultaba imposible amarlo más. Queda escrito, grabado a fuego, en las mismas letras con que lo piensas.
Los dioses existen y son fáciles de encontrar, pensaba Tina. Su tío el arqueólogo los buscaba en forma de estatuas sumergidas, pero los dioses vivían sobre la tierra. Eran cuerpos como el que estaba contemplando y mentes no demasiado inútiles. O cuerpos excelentes y la mente como Dios quiera. Luego podían añadirse nombres: Borja y Paz. No importaba, ellos ya serían adorados.
– Vale -dijo Igg, y el silencio se deshizo. Michigan maulló en brazos de Belén, como para comunicárselo a sus congéneres, lo cual desató algunas risas. Tina no rió, pero contempló al gato desde su pedestal de humanidad y por un momento se preguntó qué estaría pensando. Lo miró con algo más que curiosidad: con cierto exultante odio también.
Los periodistas acercaron sus grabadoras hambrientas. Había una cámara de televisión. Pertenecían a medios informativos locales, le había dicho Mario. Rodearon a Igg con los brazos en alto llenos de zumbidos.
– Con este gesto hemos querido dejar bien clara nuestra postura… -Igg se mesaba la barba, por la que se filtraba su castellano foráneo-. La juventud de Roquedal está contra la violencia, toda clase de violencia… -Alzó la mano-. No solo contra lo ocurrido el sábado en este pueblo sino contra todo lo que ocurre en… otros lugares otros días… Callamos para protestar, porque la mejor forma de protestar es el silencio.
Tina estaba de acuerdo con aquella opinión, pero agradeció que el ritual finalizara. Le habían dicho que Borja se marchaba esa mañana en el autocar de línea y quería despedirse de él. No se habían visto desde los interrogatorios, entre otras cosas porque Borja no había dado señales de vida hasta el inicio de aquel minuto de silencio en la playa que Igg había convocado. Solo entonces lo había visto aparecer y participar, muy digno, junto a Paz. Lo cual no le sorprendió: ella también deseaba manifestarse contra la violencia. Violencia era llevar a alguien a una habitación e interrogarlo. Ella podía protestar contra eso.
Sin embargo, el interrogatorio había ido bien. Es verdad que Mario se había quedado corto describiendo la delgadez de aquel sujeto: era como un cadáver retrepado en un asiento. «Me llamo Gaos -le dijo-, y quiero hacerte unas cuantas preguntas.» Pero ella ya se las esperaba: deseaba saber qué clase de cosas hacía el grupo, y quiénes lo hacían. Conocía muy bien las costumbres y las reglas, incluso lo del sorteo con bolitas de ábaco para saber a quién le tocaría actuar, quién realizaría las pintadas o entregaría los anónimos, quién rompería cosas y golpearía Le interesaba, sobre todo, saber si habían podido hacerle algún daño a Soledad. Aunque era bastante astuto, ella había captado su intención y defendido con vehemencia a Borja. Afirmó que nunca lo había visto junto a los skins y que el sábado había estado toda la noche en La Sirena, con ella. Lo juró cien veces con su mirada terca. El flaco se había dado por satisfecho y ella había salido enaltecida, pensando que lo mejor que sabía hacer, lo mejor que haría nunca, era callar. Por eso estaba de acuerdo con Igg: el silencio era una forma de hacer cosas.
Se disponía a acercarse a Borja cuando oyó:
– Esperad. -Era Belén, aún sosteniendo a Michigan-. Que nadie se vaya. La foto de despedida.
Se trataba de una costumbre del albergue. Luego la enmarcaban y colgaban en la pared del vestíbulo, como si fuera una promoción estudiantil. Volvieron a reunirse de pie sobre la arena, algo más juntos esta vez. De nuevo le tocó al lado de Fernanda y Mónica. (Ah, pero tu amor sigue estando bastante cerca, pasaréis a la posteridad.) «¡Hasta el próximo verano!», gritó alguien. «Vivan los novios», bromeó el barrigudo de las bermudas, el fotógrafo a quien Igg encargaba los trabajos, mientras apuntaba con la lente. «Decid "queso" todos a la vez.»
¿Falta algo más?, pensó casi con rabia cuando incluso las fotos terminaron. ¿Una entrevista para el periódico? ¿Un interrogatorio? ¿Alguien que deba demostrar su inocencia? La playa comenzaba a herir la vista como un trozo de hierba en el ojo. El grupo volvió a dispersarse y ella corrió detrás de Borja.
– Me han dicho que te marchas hoy, quería despedirme…
Años después, cuando se hizo adulta, llegó a recordar aquel momento de hielo como algo definitivo, una llegada o una sentencia. Él no contestó. O lo hizo con los ojos: la miró como si hubiese sorprendido los intentos de un insecto por saltar desde la hierba a su bota. Luego siguió caminando hacia el albergue, un brazo enroscado a la flexible cintura de Paz.
– Borja…
Lo vio desaparecer por las escaleras. ¿Qué le ocurría? Por un instante se quedó quieta. Siempre se quedaba quieta y callada, era su manera de responder a los acontecimientos. Pero entonces decidió hacer algo: entró en el albergue, subió al primer piso, se plantó en su habitación. Entre tú y él está esta puerta, se dijo.
Abrieron al primer golpe. «Quería despedirme de Borja», dijo. Los rasgados ojos de Paz la oteaban desde su perfecta altura; en ellos reinaba algo superior al desprecio: la ira de los dioses. Luego se apartó y terminó de abrocharse los vaqueros. «Te espero abajo, Borja», anunció.
El mundo se derrumbaba a su alrededor.
– Borja…
Él le daba la espalda mientras guardaba ropa en una bolsa. Su indiferencia era lo peor. Al menos ódiame, pensaba.
De repente él se volvió y la complació.
– ¿Cómo te sientes? Después de habernos traicionado, me refiero. -No le dio tiempo a replicar: la cubrió de insultos; a ella, pero también a sus padres, a todos los que habían tomado parte, alguna vez, con la imaginación o el deseo, en su concepción o su existencia-. ¡Has contado que participé en el sorteo! ¡Que me fui con Nuño y los otros esa noche! ¡Se lo contaste a ese policía calvo…! -«No», dijo ella-. ¿Sabes lo que me ha dicho que hará? ¿Lo sabes? -Le espetó. Su odio era feroz-. ¡Va a apuntarme en una lista de violentos y se la enviará a mi padre…! ¡A mi padre…! -Casi lloraba; al menos, respiraba llanto-. ¡Hija de puta, gorda de mierda…!
De repente, tras aquel estallido, pareció calmarse. Ella también estaba bastante tranquila, dadas las circunstancias. Sentía frío, un helor espantoso, pero eso era normal.
– Yo no hablé -dijo-. No conté nada.
– Lárgate. Para siempre. No quiero verte nunca. Ya no eres del grupo.
– Yo no hablé.
– Lárgate.
– Yo no hablé.
Se dio cuenta de que no era ella la que bajaba las escaleras sino sus pies, o sus zapatos de plataforma, que no le pertenecían. En el vestíbulo, Igg y Belén charlaban con el fotógrafo. Belén giró la cabeza y la miró por encima del hombro. Tuvo que apartarse para que Mario y Esteban entraran con la pancarta por la puerta. La pancarta decía: NO A LA VIOLENCIA. Al salir al exterior vio un campo de trigo azul peinado por el viento. Encendió la música en sus oídos mientras se dirigía a aquel trigal por el camino del espigón, deseosa de tenderse sobre las mieses y flotar en ellas.