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Más allá de las baldosas, la tierra reseca había comenzado a despedir un aroma a espliego, o tomillo, o quién sabe si a salvia. Tal vez no olía más que a los rastrojos que tras la siega y sin una gota de lluvia se habían convertido en paja seca, pero yo, sin comprender la naturaleza del cambio que se había operado en mí, aproveché sin analizarlo ese renacer de los sentidos que en tantos momentos había creído no sólo apagados, sino definitivamente muertos. ¡Qué poca cosa hace falta para reaccionar!, me decía mientras los oía reír, qué fácil es, pero al mismo tiempo ¿cómo descubrir lo que provoca en nosotros el cambio? Yo no sabía aún a qué se debía el mío y me costaba aceptar que se hubiera producido sólo por la presencia de esos vendedores.

Segundo, el mayor, me estaba haciendo una pregunta.

"¿Cómo dice?, discúlpeme, estaba distraída." "Le preguntaba por Adelita.

Nosotros no sabíamos que se dedicaba al robo." "No diría yo que se dedicaba al robo, he dicho que me robó. Me robó una joya, de esto estoy segura", dije con convicción, como si ellos hubieran ya tenido noticia del robo y del sobreseimiento de la causa, "porque incluso lo confesó cuando la llevaron al cuartel de la Guardia Civil. " "Y ¿qué pasó?" "Pues no sé qué decirle…" "Oiga", me interrumpió Segundo, que ya se había tomado un vasito de whisky y se estaba sirviendo el segundo, "¿no le importa que nos tuteemos? Me parece tan raro estar aquí tomando copas y llamándonos de usted." "Claro que no", dije, "claro que no me importa." Mi familiaridad era más extraña aún que la suya.

"Sigue, pues, Aurelia." ¡Qué fácil! pensé, qué fácil le ha sido, como si me hubiera tuteado toda la vida, pero dije: "Ella vendió la joya, o dijo que la había vendido a un joyero de Gerona y este joyero…", me detuve, "…¿de qué os reís?", quise saber, porque se estaban riendo los dos. "¿He dicho algo gracioso?" Y contestaron a coro: "…fue a la policía con el carnet de identidad de la chica…" Los interrumpí: "¿Cómo lo sabéis?" "¿Puedo servirme otra copa?", preguntó Félix.

"Sí, claro", dije, pero lo que quería es que acabaran lo que habían comenzado. "¿Cómo lo sabéis?" "Es un viejo truco. Se ponen de acuerdo el joyero y el policía y el policía no avisa a la persona que tendría que avisar, a la que le han robado, con lo cual y si hay suerte esa persona no se entera del robo ni, por tanto, lo denuncia hasta que ya es tarde, hasta que ha pasado el período de tiempo que establece la ley, una vez finalizado el cual el joyero ya puede vender tranquilamente la joya. Luego se dividen las ganancias." "Ignoraba que fuera un truco tan extendido." "Tal vez no esté tan extendido, pero fíjate que nosotros dos ya lo sabíamos." Estaba confusa, siempre había creído que el policía de la mancha en la cara, el de Gerona, no me había informado por desidia, por descuido o por olvido, y porque era un irresponsable. El hecho de que ellos lo vieran como una prueba de corrupción establecida me dejó perpleja. Aún insistí: "Pero la policía…" "Hay toda clase de policías, claro, pero no tienes más que leer los periódicos para enterarte de los chanchullos que se llevan con los robos, con las joyas, con las mafias, sean de tabaco, de drogas o de inmigrantes. ¿No te parece raro que la policía no descubra un camión en el que viajan treinta inmigrantes más que de vez en cuando?

¿No te parece raro que sólo se detenga a los camioneros que entran marroquíes y nunca, por ejemplo, a los que entran a gentes del este de Europa? Y los que llegan por el aeropuerto, que son la mayoría y todos organizados por mafias, ¿por qué pasan sin dificultad? La policía a la fuerza tiene que saber y, sin embargo, no actúa. Y ¿qué me dices del tráfico de drogas que hay en las cárceles, por ejemplo? ¿Les caen del cielo a los presos?" "Pero aquello no era la cárcel, era una comisaría." "¿Te avisó el policía de que el joyero había ido a decir que una mujer que trabajaba en tu casa le había vendido una joya que valía…, ¿cuánto valía la joya?, ¿era muy valiosa?" "Muy valiosa", reconocí.

"¿Lo ves? Y ¿cuándo te dijeron que había ido el joyero con el carnet de identidad de Adelita?" "Cuando fui a denunciar el robo de la sortija a la Guardia Civil.

Un mes y medio después del robo, según las fechas que ellos mismos me dieron." "¿Estás segura?" "Sí que lo estoy, porque recuerdo que fui al cuartelillo de la Guardia Civil uno o dos días antes de año nuevo y, según el sargento, la venta de la joya se había producido el 11 de noviembre, que es el día de mi cumpleaños. Por eso me acuerdo. Luego fue el mismo sargento el que me envió a Gerona, que es donde Adelita había vendido la joya, y allí fue el propio comisario de policía el que lo corroboró." "¿Qué te dijo?" "Nada especial. Se excusó porque no había sabido encontrarme, dijo que me había llamado una vez y que yo no estaba, pero reconoció que tendría que haber insistido, que a veces las cosas no son tan fáciles de arreglar como parece, que harían lo posible por recuperar la joya, cosas así." "¿Te ha vuelto a decir algo?

¿Te ha llamado?" "No, no me ha llamado. Y después se me ocurrió denunciar a la policía, por ineficacia, por descuido, pero al final no lo hice." "¿Por qué?" "Pues porque, como yo no sabía muy bien cómo se hacen estas cosas, busqué a un abogado que lo hiciera por mí, pero de los tres que visité ninguno quiso hacerse cargo del caso." Saltaron los dos a la vez de sus asientos, exaltados, casi dando saltos.

"¿Lo ves? ¿Lo ves? ¿No lo comprendes?" "¿Qué tengo que comprender?

¿Qué tienen que ver los abogados con la policía y el robo?" "Pues que, primero, los abogados no quieren llevar un caso en el que hay que denunciar a un policía, porque no quieren y porque, además, algunos tienen sus motivos, y segundo, porque la policía conocía y defendía a Adelita." "¿A Adelita? ¿De qué la conocían? ¿Por qué habrían de defenderla?" Todo aquello se iba complicando y, por las caras risueñas de los vendedores, que bebían tranquilamente sus whiskys, me di cuenta de que sabían mucho más de lo que decían. Porque no paraban de reír, de hacerse guiños, de echarse hacia atrás con la copa en la mano como dando a entender lo claro que estaba, aunque a mí ni me parecía claro ni me hacía gracia tampoco.

"Bueno, ¿qué estáis tramando?, o ¿qué estáis ocultando?" "Verás", dijo Félix como si me ayudara a pensar, "¿qué te hemos preguntado nada más llegar?" Dudé: "No sé" dije, "que si había echado a Adelita por puta", lo que más me había llamado la atención.

"Eso, muy bien. Y ¿por qué crees que lo decimos?" "¡Yo qué sé! Porque tal vez seáis vosotros alguno de los que requiere los servicios de la agencia." "¿Qué agencia?" saltaron los dos a la vez, muy interesados.

"¿No sabéis de qué os hablo?

La agencia, una agencia que le proporcionaba clientes a Adelita.

O la que, en principio, debía de proporcionárselos, pero parece que los propios clientes acabaron prescindiendo de ella y llamaban directamente a Adelita, que ya tenía establecida su propia red de contactos. Dorotea era su nombre de guerra." "Anda, con la Dorotea. Esto sí que no lo sabíamos. Vaya jornada laboral." "Yo creía que también vosotros habíais coincidido con ella por este sistema. ¿Cómo sabéis que se llama Dorotea si no?" Félix se sirvió otra copa y me hizo señal de ponerme una a mí.