Выбрать главу

"Sí", dije, "creo que la voy a necesitar." "Eso, la vas a necesitar, te lo juro." Y volvieron a reírse los dos.

Félix cogió un cigarrillo y, sin encenderlo, se lo iba pasando por los labios y por debajo de la nariz al tiempo que comenzaba una especie de discurso: "Verás, nosotros vamos por las casas de los pueblos o de campo, pero también por los pisos en las ciudades, y vendemos máquinas de coser. Hasta aquí está claro, ¿no?

Bueno pues, como somos amables y simpáticos, hacemos amistad con las mujeres que nos compran." "Y no sólo amistad", dijo Segundo. "De hecho, muchas veces llegamos incluso a una gran intimidad. ¿Me entiendes? ¿Sabes a qué me refiero?" Se les hacía difícil decirme estas cosas, era evidente, hablaban a golpes como si no dispusieran del lenguaje adecuado, como si, así debía de ser, sólo hubieran hablado de estas experiencias con otros hombres.

"Creo que sí, creo que te entiendo", lo tranquilicé.

"De la misma manera que establecemos una red de ventas, también tenemos nuestra red de, llamémosle, amistades." "¿De verdad?" Simulé una sorpresa mayor de la que tenía.

"De verdad. No te lo digo por presumir, que podríamos, ¿no es cierto, Félix?" Y el otro asintió. "Te lo digo para contarte que fue así cómo conocimos a Adelita.

Al principio nos dijo que se llamaba Adelita, pero cuando comenzamos a ser más amigos nos pidió que por teléfono la llamáramos Dorotea. Y así lo hacíamos. Nosotros estábamos convencidos de que era una estratagema para despistar a la señora de la casa, tú", y se detuvo mirándome, "lo que son las cosas de la vida." "Bueno, continúa." "Pues eso, no sabíamos que Dorotea usaba este nombre para los clientes de la agencia, porque nada sabíamos de la agencia. Y si al llegar preguntamos si la habías echado por puta no lo dijimos por lo que hacíamos con ella." "¿Ah, no? Entonces, ¿por qué?" "Calma, calma. ¿Tú tienes prisa?" "Yo no", dije, "yo no tengo nada más que hacer que estar aquí escuchándoos. Y, ¿vosotros?, ¿no tenéis que trabajar?" "Nosotros ya hemos acabado por hoy, veníamos a ver qué era de Adelita o de Dorotea, porque llevamos tiempo sin saber de ella.

Si tú no tienes prisa, nosotros tampoco." Se sirvió más whisky y continuó: "Pues verás, también Adelita pasó por la piedra, o pasamos nosotros, vete a saber, y además da igual." "Pero…", dudé.

"¿Sabes qué pasa?", dijo Segundo viendo la cara de escepticismo que yo ponía, "¿sabes qué pasa?

Que llegas a una casa como ésta, fuera de la circulación, como quien dice, y encuentras a una mujer que no tiene en qué distraerse ni divertirse, con un marido que en el mejor de los casos va y viene sin hacerle caso. Pues oye, un poco de alegría no le viene nada mal. Esto es lo que ocurre." "Así que un día llegasteis aquí y conocisteis a Adelita y…" "Eso es, así sucedió. Pero no por eso la llamamos puta. Porque no lo hacíamos como una transacción ni como un negocio. Quiero decir que no pagábamos. Era por puro placer." El whisky me daba confianza: "¿Así, sin más, llegabais y os ibais a la cama?" "Bueno, uno tiene sus artes de seducción." También a ellos los ayudaba el alcohol. Tenían los ojos brillantes y se veían muy felices de poder hablar de sus andanzas. "Tú ya ves cuándo puedes y cuándo no puedes ir más lejos. Hay mujeres que ni siquiera te apetecen, hay otras que aunque te apetezcan a ti, a ellas ni se les ocurre tal cosa, pero aun hay otras que sólo con la mirada ya te dicen que están dispuestas. No tienes más que ponerte en marcha y ya está." "¿En la misma casa o quedabais para luego?" "En la misma casa, en su cama, en la sala, donde más nos gustara." "Pero si el marido de Adelita estaba siempre en casa, apenas trabajaba", dije.

Esta vez era sólo una sonrisa, temerosa, apagada casi. Segundo tenía incluso el gesto de querer pasar por alto la historia de Adelita.

"Sí, es cierto, está en casa siempre porque está enfermo, muy enfermo, eso dice ella, claro, pero a veces no estaba, a veces…" Lo interrumpió Félix, dirigiéndose a él, decidido: "Si se lo vamos a contar, se lo contamos todo. Y si nos echa, que nos eche. Mejor que lo sepa, ¿no?" "Sí, tal vez, como quieras", concedió Segundo.

Con más desparpajo del que hacía falta, como para darse ánimos, dijo Félix: "Con Adelita nunca tuvimos problema, teníamos esta casa entera a nuestra disposición", hizo un gesto de semicírculo con la mano y esperó a ver mi reacción.

Yo me había quedado sin habla.

Lo que me costó un buen rato no fue, como creían ellos, decidir si los echaba o no los echaba, sino cómo lograría que continuaran hablando. Tragué saliva.

"No me lo creo", pero lo dije con demasiada vehemencia. Había todo un mundo que se movía en paralelo al mío del que yo no me enteraba, ¿qué más me quedaría por saber? Callábamos los tres y ya creí que ése sería el final de nuestra conversación, porque en ese mismo instante se había creado una corriente de tensión. Procuré ocultar mi turbación, incluso mi indignación todavía sin delimitar ni definir, y continué con toda la naturalidad que pude: "¡Qué cara!", dije, dándome palmadas en la mejilla y procurando sonreír como si aquello no me afectara. "¡Qué cara!" La sonrisa ya salía más natural. Dije entonces: "Y en otros casos que no teníais tantas facilidades", decididamente me reí y esta vez ellos conmigo, "¿no teníais miedo de que viniera alguien, el marido, por ejemplo?" El peligro había pasado. Los dos estaban tan aliviados que siguieron hablando incluso con mucho mayor entusiasmo que hasta entonces, y con más confianza, como si yo hubiera pasado una prueba y ya pudieran considerarme de los suyos.

Al fin y al cabo, pensé con sorna, de un modo u otro habíamos compartido la casa. Ahora podía yo saberlo todo, con detalles incluso.

"Ellas saben. Claro que siempre hay imprevistos. Recuerdo un día en que estábamos…", ¿no se atrevía a continuar o buscaba las palabras?, "pues eso, estábamos…

en la cocina es donde estábamos, sobre la mesa, ya me entiendes, cuando de pronto se oye la puerta…" Como si contara el argumento de una película por centésima vez, sabía detenerse para mantener la emoción en el momento en que el marido estaba a punto de entrar, se reía de sí mismo al contar cómo tuvo que correr a esconderse con camisa y sin pantalones en un hueco detrás de la nevera, y llegaba al colmo del paroxismo cuando explicaba el horror de asistir a las desaforadas ansias eróticas que había suscitado en el marido encontrar en la cocina a su mujer desnuda a media mañana de un día laborable.

"Y para colmo", reía, "sobre la misma mesa en que un minuto antes estaba haciendo lo mismo conmigo." La contención con la que hablaba parecía quitarle salsa a la historia, a juzgar por la expresión ajena de Félix, que se entretenía en mirar las aguas de su licor en el vaso. O tal vez había oído tantas veces la historia que ya no le hacía el menor efecto.

"¿Y el otro qué hacía mientras tanto? Decís que siempre ibais juntos." Se echaron a reír, estaban siempre al borde de la risa. Todo aquello tenía un tono lúdico tan desenfadado que ni siquiera yo, después de haber visto mi casa convertida en un burdel, me sentía violenta.

"Pues, el otro mientras tanto esperaba." "Ya." Tomé otra copa, cada vez la necesitaba más.

"No creas que se trata de forzar a nadie, no. Para estas mujeres la situación es ideal. No hay peligro, casi nunca, por lo menos", rectificó, "porque vamos a horas en que los maridos están trabajando.

Tampoco hay compromisos que distorsionen la vida familiar, porque nosotros no volveremos hasta al cabo de un mes y si quieren repetimos, y si no quieren, no. Somos muy civilizados y ellas lo hacen si quieren y si no les ha gustado no repiten." "Pero les gusta. Claro que les gusta, como a nosotros, que también nos gusta." Oía sus voces pero ya no sabía cuál de los dos hablaba. De hecho, el dúo era tan perfecto que se turnaban para completar una frase.

"Es una organización perfecta", dije.

"Sí que lo es, porque al mismo tiempo que trabajamos, nos deleitamos." Reían los dos y bebían y continuaban hablando: "No creas que mientras estamos con una chica nos perdemos otra venta, no, no es eso, nos ganamos muy bien la vida porque trabajamos duro. Vamos a cobrar cada mes el recibo, o cuando nos llaman porque hay algún desperfecto en la máquina." "A gusto de todos", dijo Félix, y llevado de su entusiasmo, me enseñó una agenda con las visitas de cada semana, por lo menos a seis meses vista.