Se dice que Menelao perdió el rumbo en su viaje de regreso. Llegó hasta Egipto (con su esposa Helena), visitó muchos países y permaneció en aquella zona durante ocho años. Por fin regresó a Lacedemonia el mismo día en que Orestes daba muerte a Clitemnestra. Menelao y Helena reinaron en Lacedemonia y fijaron las bases del futuro estado de Esparta.
Menesteo no volvió a Atenas. En su camino de regreso aceptó reinar en la isla de Melos y se quedó allí.
Neoptólemo accedió al trono de Peleo en Yolco pero, tras luchar con los hijos de Acasto, dejó Tesalia para vivir en Dodona, Épiro. Más tarde fue asesinado mientras saqueaba el santuario de la pitonisa de Delfos.
Néstor regresó a Pilos rápidamente y llegó sano y salvo. Pasó el resto de su longeva existencia gobernando Pilos en paz y prosperidad.
Como su oráculo doméstico había previsto, Ulises estaba condenado a no regresar a Ítaca durante veinte años. Al salir de Troya erró de un lado a otro del Mediterráneo y tuvo muchas aventuras con sirenas, brujas y monstruos. Cuando llegó a Ítaca se encontró su palacio invadido por los pretendientes de Penélope, deseosos de usurpar su trono casándose con la reina. Pero ella conseguía retrasar su destino insistiendo en que no se casaría hasta que hubiera concluido de tejer su propia mortaja, y cada noche deshacía lo que había tejido el día anterior. Con la ayuda de su hijo Telémaco, Ulises mató a los pretendientes y después vivió felizmente con Penélope.
Filoctetes fue expulsado de su reino de Hestaiotis y decidió emigrar a la ciudad de Crotón en la Italia lucana. Se llevó consigo el arco y las flechas que pertenecieron a Heracles.
EPILOGO DE LA AUTORA
Las fuentes de la leyenda de Troya son numerosas. La Ilíada es una de tantas, en ella se narran tan sólo los hechos de cincuenta y tantos días de una guerra que -en ello coinciden todas las fuentes- se prolongó durante diez años. El otro poema épico atribuido a Homero, la Odisea, también facilita mucha información sobre la guerra y los que combatieron en ella. Las restantes fuentes suelen ser fragmentarias y comprenden a Eurípides, Píndaro, Higinio, Hesíodo, Virgilio, Apolodoro de Atenas, Tzetzes, Diodoro, Sículo, Dionisio de Halicarnaso, Sófocles, Herodoto y muchos más.
La fecha del importante saqueo de Troya (se produjeron varios) suele considerarse en torno al año 1184 a. J.C., época de gran agitación en el extremo oriental del mar Mediterráneo debido a desastres naturales tales como terremotos y a la migración de nuevos pueblos, tanto en aquella zona como de una parte a otra de ella. Las tribus empujaban hacia el sur desde la cuenca del Danubio en Macedonia y Tracia y los pueblos griegos colonizaban las costas de la moderna Turquía a lo largo del Egeo y del mar Negro. Estos movimientos convulsivos fueron los sucesores de tempranas migraciones y los precursores de otras, y continuarían hasta tiempos relativamente recientes. Dieron lugar a muchas de las tradiciones más ricas inherentes a la historia de Europa, Asia Menor y la cuenca del Mediterráneo.
Las pruebas arqueológicas comenzaron con los descubrimientos de Heinrich Schliemann en Hirsalik, Turquía, y de sir Arthur Evans en Cnossos, Creta. Parece caber poca duda de que se libró una batalla entre los griegos aqueos y los habitantes de Troya (también llamada Ilium). Es casi seguro que fue entablada para dominar los Dardanelos, ese estrecho vital que comunica los mares Negro (Ponto Euxino) y Mediterráneo (Egeo), porque el control de los Dardanelos (el Helesponto) implicaba el monopolio del comercio entre los dos contingentes acuáticos. Algunos productos de vital necesidad eran difíciles de conseguir, en especial el estaño, sin el cual el cobre no podía ser convertido en bronce.
Pero mientras el comercio, la economía y la necesidad de sobrevivir fueron probablemente las raíces de la guerra, nadie puede prescindir de los atributos más legendarios, desde Helena hasta el Caballo de Troya.
La mayoría de los personajes mantienen sus nombres en versión griega. Algunos, como Helena y Príamo, son sobradamente conocidos por las versiones de los clásicos. Otros se conocen actualmente asimismo por la versión latina de sus nombres, como Hércules (Heracles), Venus (Afrodita), Júpiter (Zeus), Ulises (Odiseo), Hécuba (Hécabe), Vulcano (Hefesto) y Marte (Ares).
Pese a la existencia de las tablillas de barro (Lineal A, Lineal B, etc.) descubiertas en Pilos y en otras excavaciones micénicas, los pueblos del Egeo de fines de la Edad del Bronce no eran instruidos en el sentido que nosotros damos a esta palabra. La capacidad de escribir, tan notable por las desdeñosas referencias de Ulises a las «listas de tenderos» (las tablillas lineales se expresaban en una versión griega), no aparecen mucho antes del siglo VII a. J.C.
Las monedas pertenecen asimismo al siglo VII a. J.C, por lo que el dinero en sí no existía, aunque se utilizaban como instrumentos de trueque el oro, la plata y el bronce.
Para indicar las medidas he escogido términos como talento, leguas, pasos, codos, dedos y cazos. Aunque en épocas muy posteriores una legua consistía en unos seis kilómetros, para los fines de este libro podía ser considerada como un kilómetro y medio. El paso era doble y medía aproximadamente metro y medio. Se discute si el codo se extendía desde el mismo hasta la muñeca, hasta los nudillos de un puño cerrado o hasta las puntas de los dedos. Para los fines de este libro, se supone que el codo medía unos trescientos setenta y cinco milímetros. Distancias menores se consideraban por el ancho del dedo medio (unos veinte milímetros). Un talento era la carga que un hombre podía transportar en su espalda: unos veinticinco kilogramos. El grano era una medida líquida, se supone que el recipiente utilizado para cargarlo contenía un litro. Los años probablemente se calculaban por los ciclos de las estaciones mientras que el mes se medía por la luna, tal vez de luna nueva a luna nueva. Las horas, minutos y segundos se desconocían.
Colleen McCullough