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– Lamentablemente, no serán vacaciones, pero será un cambio, eso sí. Trataré de no hacerla trabajar demasiado. Eve tiene suerte de tener a alguien como usted que la cuide.

Eve pudo ver cómo su madre se derretía bajo la potencia del encanto de Logan.

– Nos cuidamos mutuamente -declaró Sandra.

– Eve dijo que usted va a pintar el laboratorio. Lo que sucedió fue terrible.

Sandra asintió.

– Pero el equipo de limpieza dejó todo casi impecable. Cuando Eve vuelva ni se dará cuenta de lo que sucedió allí.

– La verdad es que me siento mal por llevármela antes de que hayan atrapado al que lo hizo. ¿Eve le comentó que hice arreglos relativos a seguridad?

– Sí, pero Joe se encargará…

– Me sentiré mejor poniendo mi granito de arena. Si no le molesta, haré que alguien llame todas las noches y verifique que todo esté en orden.

– No me molesta, pero no es necesario. -Sandra abrazó a Eve. -No te mates trabajando. Descansa un poco.

– ¿Estarás bien sin mí?

– Claro que sí. Va a ser un placer no tenerte encima. Ahora tal vez pueda invitar a Ron a cenar sin que lo sometas a un interrogatorio.

– Nunca hubiera… -Eve sonrió. -Bueno, sí, tal vez le hubiera hecho algunas preguntas.

– ¿Viste?

Eve tomó su maletín.

– Cuídate. Llamaré todo lo que pueda.

– Fue un gusto conocerla, señora Duncan. -Logan le estrechó la mano, luego levantó la maleta de Eve. -Cuidaré a Eve y la traeré de regreso lo antes posible.

Otra vez ese carisma fluyendo en torrentes hacia Sandra.

– Claro que sí. Adiós, señor Logan.

El sonrió.

– John.

Sandra le devolvió la sonrisa.

– De acuerdo, John.

Se quedó en la puerta, mirándolos alejarse por el sendero. Saludó por última vez con la mano y cerró la puerta.

– ¿Cuál fue el objeto de toda esa exhibición? -preguntó Eve.

– ¿Exhibición?

– Le lanzó tanta miel a mi madre que la dejó paralizada.

– Solamente estaba siendo cortés.

– Cortés no, encantador.

– Bueno, he descubierto que eso hace girar más de una rueda. ¿Tienes alguna objeción?

– Son todas mentiras. Es algo que odio.

– ¿Por qué…? -Logan hizo una pausa. -Ah… Fraser. Me dijeron que era del estilo de Ted Bundy. Diablos, Eve, no soy ningún Fraser.

Ella ya lo sabía. Nadie era como Fraser, con excepción del mismísimo Lucifer.

– Es que me resulta… Me recuerda… Me fastidia terriblemente.

– Pues, como vamos a estar trabajando juntos eso no nos conviene en absoluto. Prometo que seré lo más rudo y descortés que pueda.

– Mejor.

– No vayas a creer. Tengo fama de haber sido bastante desagradable en ocasiones. -Puso el automóvil en marcha. -Pregúntale a Margaret.

– Por como la describe, no creo que ella tolere esa clase de cosas.

– Es cierto. A veces es mucho peor que yo. Pero hago lo posible.

– ¿Adónde vamos?

– ¿Adónde le dijiste a tu madre que íbamos?

– No le dije nada, solamente que sus oficinas están en la Costa Oeste, así que supongo que cree que es allí donde vamos. Joe Quinn y ella tienen mi número del digital por cualquier cosa. ¿Adónde vamos? -repitió.

– ¿Ahora? Al aeropuerto. Iremos en el avión a mi casa de Virginia.

– Necesitaré equipos. Ese canalla destruyó casi todas mis cosas. Me dejó apenas algunos instrumentos.

– No hay problema. Ya tengo un laboratorio equipado para ti.

– ¿Cómo?

– Sabía que necesitarías un lugar donde trabajar.

– ¿Y si le hubiera dicho que no?

– Hubiera buscado el segundo mejor candidato. -Sonrió y luego agregó en un gruñido melodramático. -O te hubiera raptado y encerrado en el laboratorio hasta lograr que me obedecieras.

Bromeaba… ¿O no? Se dijo Eve de pronto.

– Perdóname. ¿Te pareció excesivo? Estaba poniendo a prueba tu sentido del humor. Aprovecho para decirte que lo encuentro muy deficiente. ¿Te parece que estoy siendo lo suficientemente grosero?

– Tengo sentido del humor.

– Pues todavía no lo he visto. -Bajó por la rampa de salida y tomó la autopista. -Pero no te preocupes, no es un requisito para el trabajo.

– No me preocupa. No me importa lo que piense de mí. Sólo quiero terminar con este trabajo. Y estoy harta de andar a ciegas con esto. ¿Cuándo vamos a…?

– Hablaremos cuando lleguemos a Virginia.

– Quiero hablar ahora.

– Más tarde. -Miró por el espejo retrovisor. -Este coche es alquilado y no es seguro.

Al principio, Eve no comprendió qué quiso decir.

– ¿Se refiere a que puede tener micrófonos?

– No lo sé. Y no quiero arriesgarme.

Ella no dijo nada durante unos instantes.

– ¿Sus automóviles, por lo general…, son seguros?

– Sí, puesto que a veces hago negocios mientras voy de un lado a otro. Las filtraciones pueden costar mucho dinero.

– Imagino que sí. Sobre todo cuando se juega con algo como un esqueleto enterrado.

– No estoy jugando. -Volvió a mirar por el espejito retrovisor. -Créeme, Eve.

Era la segunda vez que miraba en el espejito y el tránsito era liviano. Eve echó un vistazo por encima del hombro.

– ¿Nos están siguiendo?

– Es posible. Que yo sepa, no.

– ¿Si nos estuvieran siguiendo, me lo diría?

– Depende. Si pensara que te asustaría como para dejar el trabajo, no. -La miró. -¿Qué me dices?

– No, no me asustaría. Le di mis condiciones y cumplo con lo que digo. Lo único que me haría dejar ahora sería creer que me está mintiendo. No voy a aceptar eso, Logan.

– De acuerdo.

– Hablo en serio. Usted se codea con todos esos políticos que dicen una cosa y un minuto después se contradicen. Yo no soy así.

– Vaya, qué dechado de virtudes.

– Piense lo que quiera. Le estoy hablando con toda franqueza. No quiero que se confunda conmigo.

– De acuerdo. Te aseguro que nadie te tomaría por un político ni por un diplomático -comentó con un dejo de ironía.

– Lo tomo como un cumplido.

– Y yo lo tomo como que no te gustan los políticos.

– ¿Acaso le gustan a alguien? Hoy en día pareciera que lo único que podemos hacer es elegir al menos malo.

– Hay políticos que quieren hacer un buen trabajo, sabes.

– ¿Está tratando de convertirme? Olvídelo. No me gustan los republicanos ni los demócratas.

– ¿A quién votaste en las últimas elecciones?

– A Chadbourne. Pero no porque fuera demócrata. Me convenció de que sería un buen presidente.

– ¿Y crees que lo ha sido?

Eve se encogió de hombros.

– Logró promulgar la ley de ayuda a niños dependientes aunque el Congreso se opuso.

– Cuando el Congreso se opone, es como un atascamiento de troncos. A veces hay que arrojar algo explosivo para romperlo.

– Esas recaudaciones de fondos que usted ha estado haciendo no son precisamente explosivos.

– Depende del punto de vista de cada uno. Hago lo que puedo. Siempre fui de la opinión de que uno tiene que tomar una postura. Si quieres cambiar las cosas, tienes que trabajar con el sistema.

– Yo no tengo que trabajar con el sistema. No tengo que tener nada que ver con el sistema hasta el día de las elecciones.

– No, tú te entierras en tu laboratorio con tus huesos.

– ¿Y por qué no? -Eve lo miró de soslayo. -Son mejor compañía que la mayoría de los políticos.

Para gran sorpresa de ella, Logan no mordió el anzuelo.

– ¡Santo Cielo, parece que es posible que tengas sentido del humor! -Rió por lo bajo. -Supongamos que nos ponemos de acuerdo para no estar de acuerdo. Mi papá me enseñó que nunca hay que discutir de religión o política con una mujer.