CAPITULO 06
Eve no se durmió hasta las cinco y su sueño fue intranquilo. Se despertó a las nueve, pero se obligó a quedarse en la cama hasta casi las diez, cuando unos golpes atronadores sonaron en la puerta.
La puerta se abrió antes de que ella pudiera responder y una mujer baja y regordeta entró en la habitación.
– Hola, soy Margaret Wilson. Aquí tienes el control remoto del portón que querías, -Lo dejó sobre la mesa de luz. -Lamento despertarte, pero John dice que metí la pata con el laboratorio. ¿Cómo diablos iba a saber que querías algo bonito y acogedor? ¿Qué tengo que conseguir? ¿Almohadones? ¿Alfombras?
– Nada. -Eve se incorporó en la cama y miró a Margaret Wilson con curiosidad. Tendría probablemente unos cuarenta y tres años. El traje de gabardina gris que llevaba le afinaba la figura regordeta y complementaba el brillante pelo oscuro y los ojos castaños. -Le dije que no iba a estar aquí el tiempo suficiente como para que tuviera importancia.
– Sí que importa. A John le gustan las cosas bien hechas. Y a mí también. ¿Cuál es tu color preferido?
– Verde, creo.
– Debí haberme dado cuenta. Las pelirrojas son bastante predecibles.
– No soy pelirroja.
– Bueno, casi. -Paseó la vista por la habitación. -¿Aquí está todo bien?
Eve asintió mientras se destapaba y bajaba de la cama.
– Perfecto. Entonces me pondré a pedir unas cosas por teléfono. Las mandarán… ¡Cielos, eres un gigante!
Margaret la miraba con el entrecejo fruncido.
– ¿Cuánto mides?
– Un metro setenta y siete.
– Un gigante. Me harás sentir una enana. Odio las mujeres altas y flacas. Le hacen mal a mi psiquis y me vuelvo agresiva.
– No eres tan baja.
– No me trates con condescendencia. -Hizo una mueca. -Ves, estoy a la defensiva. Bueno, no importa, tendré que repetirme una y otra vez que soy mucho más inteligente que tú. Vístete y baja a la cocina. Comeremos cereal y luego te llevaré a dar una vuelta por la propiedad.
– No es necesario.
– Claro que sí. John quiere que estés contenta y dice que no tienes nada que hacer por ahora. Si eres como yo, te volverás loca. -Se dirigió a la puerta. -Pero nos encargaremos de eso. ¿Te veo abajo en quince minutos?
– Muy bien. -Se preguntó cuál hubiera sido la reacción si hubiera dicho que no. Las tácticas de Margaret hacían que una topadora pareciera sutil.
Pero era difícil no tomarle simpatía. No había sonreído ni una sola vez, pero exudaba energía vibrante y alegría. Era directa, audaz y no se parecía a nadie que Eve conociera. Resultaba una bocanada de aire fresco después de la oscura tensión que había intuido en Logan.
– El cementerio de la familia Barrett. -Margaret agitó una mano en dirección al terreno con cerca de hierro. -La última tumba es de 1922. ¿Quieres entrar?
Eve negó con la cabeza.
– Qué suerte. Los cementerios me deprimen, pero pensé que a ti podía interesarte.
– ¿Por qué?
– No lo sé. Todos esos huesos y cosas con los que trabajas.
– No visito cementerios como un espectro, pero no me molestan. -Sobre todo los cementerios familiares. Aquí no había perdidos, y estaba sumamente bien cuidado. Todas las tumbas estaban cubiertas con canteros de claveles frescos. -¿De dónde salieron todas las flores? ¿Los Barrett siguen viviendo en la zona?
– No, la línea directa desapareció hace unos veinte años. -Señaló una lápida. -Randolph Barrett. La familia se desparramó con los años y Randolph Barrett fue al último que enterraron aquí en 1922. El cementerio estaba en bastante mal estado cuando John compró la propiedad. Dio órdenes para que lo limpiaran y también para que trajeran flores frescas todas las semanas.
– Me sorprende. No diría que Logan fuese tan sentimental.
– Bueno, nunca sabes lo que va a hacer John. Pero me alegro de que haya traído a un paisajista para hacer el trabajo. Como te dije, los cementerios me deprimen.
Eve se volvió y comenzó a bajar la colina.
– A mí no me deprimen. Entristecerme, puede ser. Sobre todo las tumbas de bebés. Antes de la medicina moderna, había tantos chicos que no llegaban a terminar su infancia. ¿Tienes hijos?
Margaret negó con la cabeza.
– Estuve casada, pero los dos teníamos carreras y estábamos demasiado ocupados como para pensar en hijos.
– Tu trabajo debe de ser sumamente absorbente.
– Ajá.
– Y variado. -Eve hizo una pausa. -Como en este caso. No se puede decir que haya mucha gente que salga a cazar esqueletos.
– No cazo, solamente hago lo que me dicen.
– Eso podría ser peligroso.
– John me mantiene lejos de los problemas. Siempre lo ha hecho, hasta ahora.
– ¿Ya ha hecho esto antes?
– ¿Lo de los huesos? No, pero ha caminado por cuerdas bastante flojas.
– ¿Pero confías en él?
– Cielos, claro que sí.
– ¿Aun si no sabes lo que está buscando? ¿O acaso lo sabes?
Margaret sonrió.
– Deja de exprimirme. No sé nada de nada y si supiera algo, no te lo diría.
– ¿Ni siquiera me contarías si fue Logan el que partió en la mitad de la noche?
– Sí, eso sí. John está aquí. Lo vi antes de que se metiera en su despacho esta mañana. El que partió fue Gil.
– ¿Por qué?
Margaret se encogió de hombros.
– Pregúntale a John. -Hizo una pausa y añadió sin rodeos. -Viniste aquí porque John hizo que te valiera bien la pena. Yo misma hice la transferencia a la Fundación Adam. Te contará todo cuando sea el momento. Ten confianza en él.
– No puedo confiar en él como lo haces tú. -Miró hacia la casa de carruajes. -¿Desde allí se monitorizan los portones?
Margaret asintió.
– Es un sistema bastante complicado, con cámaras de vídeo por todas partes. Mark Slater es el que se ocupa de eso.
– Todavía no lo conocí.
– No viene mucho a la casa.
– ¿La casa de Logan en la Costa Oeste también tiene tanta seguridad como esta?
– Sí, claro, allá hay cualquier cantidad de locos. Los hombres como John son blancos importantes. -Apuró el paso. -Tengo trabajo que hacer. ¿No hay problema si te dejo sola esta tarde?
– No. No tienes que hacerme de niñera, Margaret.
– En realidad, lo pasé bien. No eres lo que me esperaba de una mujer dedicada a huesos.
La mujer de los huesos. Así la había llamado Gil.
– El término correcto es escultora forense.
– Lo que sea. Como te dije, me esperaba alguien muy distante y profesional. De allí el error que cometí con el laboratorio. Lo que no significa que haya admitido ante John que cometí un error. Le dije que era todo culpa suya porque no me dijo a qué me tenía que atener. No es bueno que él sepa que no soy perfecta, lo haría sentirse inseguro.
Eve sonrió.
– No puedo imaginar esa situación.
– Todo el mundo tiene momentos de inseguridad, hasta yo. -Prosiguió con tono sombrío: -Pero solamente cuando estoy al lado de gigantes como tú. Me pasa por ser la única petisa entre cuatro hermanos de un metro ochenta. ¿Tu madre es muy alta?
– No, de mediana estatura.
– Bueno, entonces eres un fenómeno de la naturaleza y como soy magnánima, te perdono. No volveré a mencionarlo.
– Gracias. Eres muy…
– Me preguntaba dónde estarían. -Logan había salido de la casa y caminaba hacia ellas. -¿Dormiste bien? -preguntó a Eve.
– No.
– Tengo que terminar esos informes -se apresuró a decir Margaret-. Te veré luego, Eve.
Eve asintió, sin dejar de mirar a Logan. Vestido con jeans y buzo negros, se lo veía muy distinto del hombre al que había conocido el primer día. No sólo por la ropa, sino porque parecía haberse sacado la pátina de atildada elegancia y haberla hecho a un lado por completo.