Ella no se movió.
Podía oler la tierra donde aguardaba la muerte.
Podía oír la brisa agitando las altas hileras de maíz.
Sintió que se le comprimía el pecho ante la idea de hundirse, ahogarse en ese oscilante mar de maíz.
– ¿Eve? -Gil estaba de pie en el extremo del campo sembrado, esperando. -John quiere que vengas.
Ella se humedeció los labios.
– ¿Por qué?
Gil se encogió de hombros.
– Pregúntaselo a él.
– Es un disparate haberme traído aquí. No voy a poder hacer nada hasta que vuelva al laboratorio.
– Lo siento, pero quiere que estés presente cuando desentierre el cráneo.
Déjate de discutir, haz tu trabajo y vete de este lugar.
Siguió a Gil y se adentró en el campo de maíz.
Oscuridad.
Oía el ruido que hacía Gil delante de ella, pero no lo veía. Lo único que veía eran los altos tallos a su alrededor. Era como estar enterrada. Aun con un mapa e indicaciones ¿cómo podía Logan encontrar algo allí?
– Veo una luz adelante -dijo la voz de Gil.
Eve no veía nada, pero apresuró el paso.
Tenía que terminar con este asunto e irse de allí.
Ahora veía la luz. Logan había dejado la linterna en el suelo y estaba cavando. La pala se clavaba en la tierra y desgarraba las raíces del maíz.
– ¿Aquí? -preguntó Gil.
Logan levantó la vista hacia ellos y asintió.
– Rápido. Está enterrado hondo, para que el propietario no lo encuentre al sembrar. No hay que andar con cuidado. Se supone que está dentro de una caja forrada con plomo.
Gil se puso a cavar.
Al cabo de cinco minutos, Eve lamentó que no le hubieran dado una pala a ella también. Hubiera sido mejor estar ocupada que de pie allí, mirando. La tensión dentro de ella aumentaba con cada segundo que pasaba.
Qué idiotez. Seguro que no había nada enterrado allí, se estaban comportando como gente sacada de una novela de Stephen King.
– Golpeé algo -anunció Gil.
Logan lo miró.
– Aleluya. -Comenzó a cavar más rápido.
Eve se acercó al pozo y vio metal oxidado entre la tierra suelta.
– Cielos…
¿Por qué se sentía tan sacudida? El hecho de que Donnelli no hubiera mentido respecto de la ubicación no quería decir que el resto de la historia fuera verdad. Tal vez no hubiera un cráneo en la caja y las probabilidades de que se tratara de Kennedy eran inexistentes.
Logan estaba forzando la cerradura de la caja.
De pronto se dio cuenta de que no se trataba de una caja. Era un ataúd.
Un ataúd de bebé.
– Basta.
Logan se quedó mirándola.
– ¿Qué diablos…?
– Es un ataúd. Un ataúd de bebé…
– Ya lo sé. Donnelli era enterrador. ¿Cómo crees que consiguió un cajón forrado en plomo?
– ¿Y si no es un cráneo?
La expresión de Logan se endureció.
– Es el cráneo. Estamos perdiendo el tiempo.
Rompió la cerradura del ataúd. Eve esperaba que tuviera razón. La idea de que un bebé hubiera estado enterrado allí solo y perdido le causaba una pena intolerable.
Logan abrió el ataúd.
No había ningún bebé.
Aun a través del grueso envoltorio de plástico Eve pudo distinguir el cráneo.
– Aquí está el premio mayor -murmuró Logan y acercó la linterna-. Sabía que…
– Oigo algo. -Gil levantó la cabeza.
Eve también lo oía.
¿El viento?
No era el viento.
Era algo más fuerte. El mismo ruido que habían hecho ellos al avanzar por entre el maíz. Y el ruido venía hacia ellos.
– Mierda -masculló Logan-. Cerró el ataúd y se puso de pie de un salto. -Huyamos de aquí.
Eve miró por encima de su hombro. Nada. Solamente ese sonido amenazante.
– ¿Podría tratarse del dueño de las tierras, no?
– No es él. Viene más de uno. -Logan ya había echado a correr. -No te separes de ella, Gil. Trazaremos un círculo por el campo sembrado y saldremos al camino donde dejamos el coche.
Gil la tomó del brazo.
– Corre.
No tenían que hablar. Alguien los oiría. Pero qué locura. ¿Qué importancia podía tener? Estaban haciendo tanto ruido al correr como sus perseguidores.
Logan zigzagueaba por entre el maíz y ellos lo seguían.
Corriendo.
En la oscuridad sofocante. Ruidos.
Le dolían los pulmones.
¿Se habrían acercado?
No había forma de saberlo. Ellos mismos estaban haciendo demasiado ruido como para que pudiera darse cuenta.
– ¡A la izquierda! -gritó alguien detrás de ellos.
Logan cortó en ángulo recto por entre el maíz.
– Me parece que veo algo -se oyó otra voz.
Santo Cielo, parecía como si el hombre estuviera en la hilera de al lado.
Logan giraba, tomaba por el mismo lugar por donde habían venido.
Gil y Eve le pisaban los talones.
Más rápido.
Eve estaba totalmente desorientada. ¿Cómo sabía Logan Adónde estaba yendo?
Quizá no lo sabía. En cualquier momento podían toparse con quienquiera que fuera el que los estaba persiguiendo. Tal vez debieran…
Logan doblaba otra vez. A la izquierda.
Estaban fuera del campo de maíz, corriendo hacia el camino.
La limusina.
A más de cincuenta metros de distancia.
Al lado había un Mercedes. Eve no podía ver si había alguien adentro.
Echó una mirada por encima del hombro hacia el campo.
Nadie.
Y ya casi habían llegado al coche.
La puerta del Mercedes se abrió.
Gil le soltó el brazo.
– ¡Mete el ataúd dentro de la limusina, John! -Se volvió, sacó una pistola y corrió hacia el hombre que descendía del Mercedes.
Demasiado tarde.
Un disparo.
Eve vio con horror cómo Gil caía hacia delante. Logró ponerse de rodillas y trató de apuntar el arma.
Oh, Dios, el hombre le estaba apuntando nuevamente.
Eve ni siquiera se dio cuenta de que se estaba moviendo hasta que tomó el arma con la mano y la hizo a un lado. El hombre se volvió hacia ella, Eve le asestó un golpe con el canto de la mano en la arteria carótida del cuello. El sujeto gruñó, se le nublaron los ojos y cayó al suelo.
– Conduciré yo. Sube con Gil al asiento de atrás. -Logan estaba arrastrando a Gil los metros que lo separaban de la limusina. -Trata de detener la sangre. Tenemos que salir de aquí. Deben de haber oído el disparo.
Eve sostuvo la puerta abierta y luego se zambulló al asiento trasero junto a Gil.
Dios, qué pálido estaba. Le desgarró la camisa. Sangre arriba, a la altura del hombro. ¿Y si…?
– ¡Ahí vienen! -gritó Logan y la limusina dio un salto hacia delante.
Eve miró por la ventanilla y vio que tres hombres salían corriendo de entre las plantas de maíz.
La limusina salió despedida por el camino, haciendo volar la grava.
Logan miró por el espejito retrovisor.
– ¿Cómo está?
– Tiene una herida en el hombro. No sangra demasiado. Ya recuperó la conciencia. -Volvió a mirar por la ventanilla. -Llegaron al camino. ¿No puede ir más rápido?
– Estoy tratando -masculló Logan entre dientes-. Es como conducir un maldito barco.
Había llegado a la ruta pavimentada que llevaba a la autopista, pero el Mercedes era demasiado veloz. Los faroles delanteros estaban unos pocos metros detrás de ellos.
De pronto, el Mercedes golpeó contra el costado de la limusina.
Estaban tratando de empujarlos fuera del camino y hacerlos caer a la cuneta.
Logan apenas si podía mantener el coche en el camino.
– ¡Adelántese! -chilló Eve-. Si caemos en esa cuneta nos ahogamos.