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– Es una cantidad enorme de dinero para los niños, Joe.

– Qué bien supo atacar por tu flanco débil para poder manejarte.

– No me maneja. Todavía no tomé ninguna decisión. -Terminó el jugo de naranja. -Tengo que ponerme a trabajar. ¿Me avisarás cuando sepas algo?

– Por supuesto.

Eve colgó y enjuagó el vaso.

¿Café?

No, se prepararía una jarra en el laboratorio. Durante los fines de semana, por lo general mamá venía a tomar café con ella durante la mañana. Era un agradable recreo para ambas.

Tomó la llave del laboratorio del recipiente azul que estaba sobre la mesada, bajó corriendo los escalones del porche y se encaminó hacia el laboratorio.

Basta de pensar en Logan. Tenía trabajo que hacer. Tenía que terminar con la cabeza de Mandy y tenía que revisar el paquete que el Departamento de Policía de Los Ángeles le había enviado la semana pasada.

Logan iba a llamar o a pasar por su casa hoy mismo. No tenía la menor duda. Bueno, que viniera y hablara todo lo que quisiera. No obtendría ninguna respuesta. Tenía que averiguar más sobre…

La puerta del laboratorio estaba entreabierta.

Se quedó paralizada en el sendero.

Estaba segura de que la había cerrado la noche anterior como hacía siempre. La llave había estado en el recipiente azul, donde la dejaba siempre.

¿Mamá?

No, el batiente de la puerta estaba astillado, como si alguien hubiese forzado la cerradura. Tenía que haber sido un ladrón.

Abrió la puerta lentamente.

Sangre.

Dios Santo, sangre por todas partes…

En las paredes.

En los estantes.

Sobre el escritorio.

Los estantes de la biblioteca habían sido arrojados al suelo y despedazados. El sofá estaba patas arriba, los vidrios de las fotografías enmarcadas estaban destrozados.

Y la sangre…

El corazón se le fue a la garganta.

¿Mamá? ¿Habría entrado al laboratorio y sorprendido al ladrón?

Se lanzó hacia delante, con el pecho cerrado por el pánico.

– ¡Por Dios, es Tom-Tom!

Eve giró en redondo y vio a su madre de pie en la puerta. Sintió tanto alivio que se le aflojaron las rodillas.

Su madre estaba mirando hacia un rincón de la habitación.

– ¿Quién pudo hacerle eso a un pobre gatito?

Eve siguió su mirada y el estómago se le dio vuelta. El gato persa estaba bañado en sangre y era casi imposible reconocerlo. Tom-Tom pertenecía a una vecina, pero pasaba mucho tiempo en el jardín de ellas, persiguiendo a los pájaros que atraía la madreselva.

– La señora Dobbins se va a morir de pena. -La madre de Eve entró en el laboratorio. -Ese gato viejo era lo único que quería en el mundo. ¿Por qué habrán…? -Sus ojos se posaron en el suelo, junto al escritorio.

– ¡Ay, Eve, cuánto lo siento! Todo tu trabajo…

La computadora estaba destrozada y junto a ella se veía el cráneo de Mandy, hecho pedazos con la misma crueldad y eficiencia que habían sido utilizadas en todos los demás objetos de la habitación.

Eve se arrodilló junto a los trozos de cráneo. Solamente por milagro iba a poder armarlo de nuevo.

Mandy… Perdida. Tal vez para siempre.

– ¿Se llevaron algo? -preguntó Sandra.

– Creo que no. -Cerró los ojos. Mandy… -Solamente destrozaron todo.

– ¿Vándalos? Pero los muchachos del vecindario son tan agradables… No creo que…

– No. -Eve abrió los ojos. -¿Puedes ir a llamar a Joe, mamá? Dile que venga enseguida. -Miró el gato y los ojos se le llenaron de lágrimas. Tenía casi diecinueve años y merecía una muerte más benigna. -Y consigue una caja y una sábana. Mientras esperamos, le llevaremos a Tom-Tom a la señora Dobbins y la ayudaremos a enterrarlo. Le diremos que lo atropello un coche. Es mejor que contarle que un salvaje demente hizo esto.

– De acuerdo.

Sandra se apresuró a salir.

Un salvaje demente.

La destrucción era salvaje, pero no era ni demencial ni había sido hecha al azar. Era completa y sistemática. Quienquiera que hubiera hecho esto había querido asustarla y perjudicarla.

Acarició un trozo del cráneo de Mandy. La violencia había afectado a la chiquilla aun en la muerte. No tendría que haberle sucedido, como tampoco tenía que haber muerto ese pobre gato con tanta brutalidad. Estaba mal, muy mal.

Recogió con cuidado los trozos del cráneo, pero no tenía dónde ponerlos. La repisa del otro extremo de la habitación estaba destrozada, como todo lo demás. Dejó los trozos sobre el escritorio ensangrentado.

¿Pero por qué estaba el cráneo de este lado de la habitación? Se preguntó de pronto. El vándalo lo había llevado hasta allí en forma deliberada antes de destrozarlo. ¿Por qué?

El pensamiento desapareció de su cabeza cuando vio que del cajón superior del escritorio chorreaba sangre.

¡Ay, Dios!, ¿más, todavía?

No quería abrir el cajón, no lo iba a abrir.

Lo abrió.

Lanzó un grito y saltó hacia atrás.

Adentro había un río de sangre y en el medio de un charco pegajoso, una rata muerta.

Cerró el cajón con violencia.

– Traje la caja y la sábana. -Su madre había vuelto a aparecer. -¿Quieres que lo haga yo?

Eve negó con la cabeza. Sandra tenía aspecto de estar a punto de descomponerse, igual que ella.

– No, lo haré yo. ¿Joe va a venir?

– De inmediato.

Eve tomó la sábana, juntó coraje y avanzó hacia el gato. Todo va a estar bien, Tom-Tom. Te vamos a llevar a casa.

Joe se encontró con ella en la puerta del laboratorio dos horas más tarde. Después de echar una mirada, le alcanzó un pañuelo.

– Tienes una mancha en la mejilla.

– Acabamos de enterrar a Tom-Tom. -Eve se secó las lágrimas de la cara. -Mamá sigue allí con la señora Dobbins. Pobre, amaba ese gato. Era como un hijo para ella.

– A mí me darían ganas de matar a alguien si le hicieran algo a mi perro. -Joe sacudió la cabeza. -Echamos polvo por todas partes, pero no pudimos recoger huellas digitales. Sin duda tenía guantes. Lo que sí descubrimos fueron pisadas parciales en la sangre. Grandes, probablemente de un hombre y solamente un juego, así que apostaría a que fue un solo tipo. -¿Notaste que faltara algo?

– No, parecería que no. Todo está… Destrozado.

– No me gusta. -Joe miró los escombros por encima de su hombro. -Alguien se tomó su tiempo para hacer bien el trabajo. Se ensañó con todo, no parece algo hecho al azar.

– Yo pensé lo mismo. Alguien quiso perjudicarme.

– ¿Hay muchachones en el vecindario?

– No sospecharía de ellos. Esto es algo muy frío.

– ¿Llamaste a la compañía de seguros?

– Todavía no.

– Tendrías que hacerlo.

Eve asintió. Apenas el día anterior le había dicho a Logan que no le preocupaba dejar el laboratorio abierto. No había imaginado que pudiera suceder algo así.

– Me siento muy mal, Joe.

– Te entiendo. -Le tomó la mano y se la apretó con fuerza, para tranquilizarla. -Voy a poner un patrullero a vigilar la casa. ¿O qué te parece si tú y tu mamá vienen a casa por unos días?

Eve negó con la cabeza.

– De acuerdo. -Vaciló. -Tengo que volver al Departamento. Quiero revisar registros, ver si hubo delitos parecidos últimamente en la zona. ¿Podrás arreglártelas sin mí?

– Sí, me las arreglaré. Gracias por venir, Joe.

– Ojalá pudiera hacer más. Interrogaremos a los vecinos para ver si nos enteramos de algo.

Eve asintió.

– Pero no mandes a nadie a casa de la señora Dobbins.

– Muy bien. Si me necesitas, llámame.