– Claro que no. Primero fue el de la isla de Hierro, pero luego cada país terminó usando el suyo. No se unificó en torno a Greenwich hasta 1884. Por eso la carta de Urrutia, impresa en 1751, trae cuatro escalas de longitud diferentes: París, Tenerife, Cádiz y Cartagena.
– Vaya -Coy la miraba con respeto-. Sabes mucho de esto. Casi más que yo.
– He procurado estudiarlo. Es mi trabajo. Si buscas bien, todo puede encontrarse en los libros.
Coy dudó en silencio. Había leído toda su vida sobre el mar, y nunca había encontrado allí nada sobre el grito de angustia de una marsopa que salta en el agua con el flanco arrancado por la dentellada de una orca. Ni la noche más corta de su vida, con el alba iniciándose encadenada al crepúsculo en el horizonte rojizo de la rada de Oulu, a pocas millas del círculo polar ártico. Ni el canto de los kroomen, los estibadores negros, en el castillo de proa una noche de luna frente a Pointe-Noire, en Gabón, con las bodegas y la cubierta llenas de troncos apilados de okum\ y akajú. Ni el estrépito aterrador de un Cantábrico donde cielo y mar se confundían bajo una cortina de espuma gris, senos de 14 metros y viento de 80 nudos, con las olas deformando los contenedores trincados en cubierta como si fueran de papel antes de arrancarlos y llevárselos por la borda; la dotación de guardia sujeta en cualquier sitio del puente, aterrada, y el resto en los camarotes, rodando por el suelo contra los mamparos, vomitando como cerdos. Era como el jazz, a fin de cuentas: las improvisaciones de Duke Ellington, el saxo tenor de John Coltrane o la batería de Elvin Jones. Tampoco eso podía leerse en los libros.
Tánger había desplegado una carta de punto menor, mucho más general que las otras, y señalaba imaginarias líneas verticales sobre ella.
– París no puede ser -dijo-. Ese meridiano pasa por las Baleares, y en tal caso el barco se habría hundido a medio camino entre España e Italia… Tenerife tampoco, pues lo situaría en pleno Atlántico. Así, a primera vista, quedan Cádiz y Cartagena…
– Cartagena no es -dijo Coy.
Podía apreciarlo de un simple vistazo. De hundirse casi cinco grados al este de ese meridiano, el “Dei Gloria” lo habría hecho demasiado adentro, trescientas millas más allá, en fondos -se acercó un poco a la carta- de tres mil metros.
– Luego sólo puede ser Cádiz -precisó ella-. Al pilotín lo encontraron al día siguiente, unas seis millas al sur de Cartagena. Calculando la longitud desde allí, todo coincide. La persecución. La distancia.
Coy miró la carta, intentando establecer por estima la deriva del náufrago en su esquife. Calculó distancia, viento, corrientes, abatimiento, antes de hacer un gesto afirmativo. Seis millas era una distancia lógica.
– En tal caso -concluyó- el viento habría rolado al noroeste.
– Es posible. En su declaración, el pilotín dijo que el viento cambió de dirección al amanecer…
¿Eso es normal en la zona?
– Sí. Los sudoestes, que allí llamamos lebeches, entran a menudo por la tarde y a veces se mantienen durante la noche, como fue, según tú, el caso durante la persecución del “Dei Gloria”. En invierno el viento suele rolar luego al noroeste para venir de tierra por la mañana… Un poniente o un mistral pudieron empujarlo hacia el sudeste.
La observó de reojo. Volvía a morderse la uña del pulgar, los ojos clavados en la carta. Coy dejó caer rodando el lápiz sobre el papel. Sonreía.
– Además -dijo- debemos descartar cuanto no encaje con tu hipótesis… ¿Verdad?
– No se trata de mi hipótesis. Lo normal es que calculasen la longitud según el meridiano de Cádiz. Mira.
Desplegó, con crujido de papel, una de las reproducciones de la carta de Urrutia que aquella mañana había traído consigo desde el Museo Naval. Luego, con sus dedos de uñas romas, fue señalando el trazado vertical de los distintos meridianos mientras explicaba a Coy que Cádiz, primero en el observatorio de la ciudad y luego en el de San Fernando, había sido el meridiano principal que los marinos españoles usaron en la segunda mitad del siglo XVIII y en buena parte del XIX. Pero el meridiano de San Fernando no empezó a utilizarse hasta 1801; de modo que la referencia en 1767 era todavía la línea de polo a polo que pasaba por el observatorio situado en el castillo de Guardiamarinas de Cádiz.
– Así que resulta natural que el capitán del “Dei Gloria” utilizara Cádiz como meridiano para medir la longitud. Mira. De ese modo todas las cifras encajan, y en especial esos 4º 51’ que el pilotín dio como última posición conocida del “Dei Gloria”. Si contamos desde el meridiano de Cádiz hacia el este, el punto del naufragio queda situado aquí, ¿ves?… En este lugar, al este de Punta Calnegre y al sur de Mazarrón.
Coy se fijó en la carta. No era la peor zona: relativamente abrigada y cerca de la costa.
– Eso es en el Urrutia -dijo-.
¿Y en las cartas modernas?
– Ahí se nos complican las cosas, porque en la época en que Urrutia levantó su “Atlas Marítimo”, la longitud se establecía con menos precisión que la latitud. Aún no se había perfeccionado el cronómetro marino que permitió calcularla de modo exacto. Por eso los errores de longitud son más apreciables… El cabo de Palos, donde tú advertiste en seguida un error de un par de minutos en latitud, está en lo que se refiere a longitud 0º 41,3’ al oeste del meridiano de Greenwich. Para situarlo respecto al meridiano de Cádiz en las cartas modernas hay que restar esa cifra de la diferencia de longitud que existe entre Cádiz y Greenwich… ¿No es cierto?
Coy asintió, divertido y expectante. Tánger no sólo tenía bien aprendida la lección, sino que podía calcular grados y minutos con la soltura de un marino. Él mismo habría sido incapaz de retener aquellos datos de memoria. Comprendió que ella lo necesitaba más para los aspectos prácticos y para confirmar sus propios cálculos que para otra cosa. No era lo mismo navegar sobre el papel en un quinto piso frente a la estación de Atocha que estar en el mar, en la cubierta oscilante de un barco. Prestó atención a las anotaciones a lápiz que ella hacía en un bloc.
– Eso nos da -explicó Tánger 5º 50’ de situación de Palos respecto al meridiano de Cádiz, en las cartas modernas. Pero en la carta de Urrutia, la situación es de 5º 34’, ¿ves?… Tenemos, entonces, un margen de error de dos minutos de latitud y dieciséis de longitud. Mira. He usado las
tablas correctoras que figuran en las “Aplicaciones de Cartografía Histórica” de Néstor Perona… Utilizándolas a lo largo de la costa, de Cádiz al cabo de Palos, permiten situar cada posición del Urrutia respecto a Cádiz en posiciones actuales respecto a Greenwich.
La luz del crepúsculo se había retirado ya a las paredes y el techo de la habitación, llenando la mesa de ángulos de sombras, y ella se interrumpió para encender una lámpara que reflejó su luz en el blanco de la carta. Después cruzó los brazos y se quedó mirando el trazado.
– Aplicando las correcciones, la posición al este del meridiano de Cádiz que el pilotín atribuyó al “Dei Gloria” estaría en las cartas modernas en 1º 21’ al oeste de Greenwich. Por supuesto no es del todo exacta, y tendríamos en ese lugar unos márgenes de error razonables: un rectángulo de una milla de alto por dos de ancho. Es nuestra área de búsqueda.
– ¿No es demasiado pequeña?
– Tú lo dijiste el otro día: sin duda se situaron por demoras a tierra. Con su misma carta y una brújula, eso nos permite afinar.
– No es tan fácil. Su aguja magistral podía tener errores, ignoramos si en esa época era mucha la declinación magnética, pudo haber una lectura precipitada… Muchas cosas pueden estropear tus cálculos. Nada garantiza que vayan a coincidir con los suyos.
– Habrá que intentarlo, ¿no?… De eso se trata.
Coy estudió el lugar de la carta, procurando traducir aquello en agua de mar. Suponía una zona de búsqueda de seis a diez kilómetros cuadrados; una tarea difícil, en caso de que las aguas estuviesen turbias o el tiempo hubiera depositado demasiado fango y arena sobre los restos del “Dei Gloria”. Rastrear la zona podía llevarles un mes como mínimo. Usó el compás de puntas para calcular la longitud este respecto a Cádiz sobre el Urrutia, la pasó luego a la carta moderna 4631 para transformarla en longitud oeste de Greenwich, y luego volvió a llevar la estimación sobre el Urrutia. Consultó las tablas de corrección hechas por Tánger. Todo seguía dentro de márgenes aceptables.