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– ¿Quiere decir que usaban claves y lenguajes cifrados?…

– Sí, querida. Ese barco de ustedes navegaba dentro de un sistema de códigos internos y secretos. Como todos los de la Compañía, iba por el mundo con cartas que, como las de Urrutia y las otras, indicaban escalas de meridianos y paralelos necesarios para la navegación: Cádiz, Tenerife, París, Greenwich -bebí un sorbo de vino y asentí complacido; el camarero acababa de descorchar la segunda botella-… Pero había una particularidad. Recuerden que el meridiano es un concepto relativo, que sirve para situarse sobre un mapa que imita la superficie de la tierra mediante una proyección esférica… Hay ciento ochenta meridianos, que en principio son arbitrarios. El primero, que otros llaman meridiano cero, puede pasar por donde se quiera, pues no hay ni en el cielo ni en la tierra señal fija que obligue a contar desde él la longitud. Dada la figura de la tierra, todos los meridianos son aptos para ser considerados el principal, y cualquiera de ellos puede recibir tan señalado e ilustre nombre. Por eso, hasta que se adoptó Greenwich como referencia universal, cada país tuvo el suyo -bebí otro sorbo de vino y los miré, secándome los labios con la servilleta-… ¿Me siguen?

– Perfectamente -los ojos de hierro oscuro me observaban con extraordinaria fijeza, y no pude menos que seguir admirando aquella sangre fría-… Dicho en pocas palabras, que los jesuitas usaban su propio meridiano.

– Exacto. Sólo que yo detesto decir las cosas en pocas palabras.

Coy movía despacio la cabeza, sin decir nada: un gesto afirmativo muy lento y muy abatido. Vi que acercaba la mano a su vaso y ahora sí bebía un trago de vino. Un trago larguísimo.

– Entonces -dijo Tánger- las correcciones que hemos estado aplicando con sus tablas no deben hacerse respecto a Cádiz…

– Claro que no. Hay que hacerlas respecto al meridiano secreto que los jesuitas utilizaban en 1767 para calcular la longitud a bordo de sus barcos -hice otra pausa y los miré, sonriente-… ¿Ven adónde quiero llegar?

– Maldita sea -dijo Coy-. Suéltelo de una vez.

Le dirigí una mirada de afecto. Creo haberles dicho que cada vez me gustaba más aquel individuo.

– No me prive del placer del suspense, querido amigo. No me prive… El meridiano que ustedes buscan corresponde a los actuales 5º 40’ oeste de Greenwich. Y pasa exactamente por la escuela de cosmografía, geografía y navegación, y el observatorio astronómico que, hasta su expulsión en 1767, los jesuitas tuvieron en la que hoy es universidad Pontificia, antiguo Colegio Real de la Compañía de Jesús…

Hice una última pausa teatral, alehop, damas y caballeros, y saqué el conejo de la chistera. Un conejo blanco, lustroso, que masticaba con naturalidad una zanahoria.

– … A unos pocos metros -precisé- de la torre de la catedral de Salamanca.

Hubo un silencio de al menos cinco segundos. Primero se miraron entre ellos y luego Tánger dijo no puede ser. Lo dijo así, en voz baja: no puede ser, mirándome como si yo fuera un marciano. Lo suyo no sonaba a objeción, ni a incredulidad, sino a lamento. Soy una estúpida, en traducción libre.

– Me temo que sí -puntualicé.

– Pero eso significa…

– Significa -la interrumpí, receloso de perder protagonismo -que entre el meridiano de Salamanca y el del colegio de Guardiamarinas de Cádiz, en muchos mapas de la época había en 1767 una diferencia de treinta y seis minutos de longitud oeste…

Mientras hablaba dispuse un par de cubiertos, un trozo de pan y un vaso para reconstruir aproximadamente el trazado de una costa. El vaso estaba en el centro, representando Cartagena, y el extremo de un tenedor marcaba el cabo de Palos. No era una carta de Urrutia, pero lo cierto es que no quedó mal del todo; faltaría más. Hasta los cuadros del mantel parecían paralelos y meridianos de una carta esférica.

– Y ustedes -concluí, contando con el dedo cuadritos hacia el tenedor situado a la derecha- han estado buscando ese barco treinta y seis millas al oeste de donde realmente está.

XIV. EL MISTERIO DE LAS LANGOSTAS VERDES

Aunque hablo del Meridiano como uno solo, no es

así, pues son muchos; porque

todos los hombres o navíos

tienen distintos meridianos,

cada uno el suyo particular.

Manuel Pimentel.

“Arte de Navegar”

Navegaban hacia el este hendiendo la bruma del amanecer a lo largo del paralelo 37º 32’, con un ligero desvío del rumbo al norte para ganar un minuto de latitud. Atornillado en su mamparo, el barómetro de latón tenía la aguja inclinada a la derecha: 1.022 milibares. No había viento, y los listones de la cubierta se estremecían con el trepidar suave del motor. La niebla empezaba a desvanecerse; y aunque todavía era gris en la estela, a proa filtraba deslumbrantes rayos de sol y tonos dorados, y por el través de babor se distinguían a veces, difuminadas y muy altas, las fantasmales cortaduras pardas de la costa.

Arriba, en la bañera, el Piloto vigilaba el rumbo. Y abajo en la camareta, inclinada con paralelas, compás, lápiz y goma de borrar, como una alumna aplicada que preparase un examen difícil, Tánger cuadriculaba la carta 464 del Instituto Hidrográfico de la Marina: “De cabo Tiñoso a cabo de Palos”. Sentado junto a ella, con una taza de café y leche condensada en las manos, Coy la miraba trazar líneas y calcular distancias. Habían trabajado toda la noche, sin dormir; y cuando el Piloto se despertó y largó amarras antes de que levantara el día, ya habían establecido sobre el papel la nueva zona de búsqueda, con el centro situado en los 37º 33’ norte y 0º 45’ oeste: el rectángulo sobre la carta que ahora Tánger, a la luz de la mesa de cartas, con paciencia y mucho cuidado por las suaves oscilaciones del “Carpanta”, dividía en franjas de cincuenta metros de anchura. Un área de milla y media de alto por dos y media de ancho, al sur de Punta Seca, seis millas al sudoeste del cabo de Palos:

‘… Pero ocurrió que después que el viento roló al norte

y teniendo ya avistado el cabo

al nordeste, al forzar vela en

evitación de la caza de que era

objeto, tuvo la mala fortuna de

faltar el mastelero del trinquete, entablándose combate vivísimo casi a tocapenoles. Perdióse

el palo trinquete con casi toda

la gente de cubierta muerta o

fuera de combate por tirarle el

otro con metralla y a ras de

bordas; pero cuando el jabeque

se disponía a abarloarse para el

abordaje, el incendio de una de

sus velas bajas, según cree haber visto el declarante, corrió se a alguna carga de pólvora,

a resultas de lo cual quedó volado el jabeque con la mala fortuna de que la explosión también

derribó el palo mayor del bergantín, enviándolo a éste a pique. Según el declarante no

hubo más supervivientes que él,

que se salvó por saber nadar y

a bordo de la lancha que el bergantín había largado al iniciar

combate, pasando allí el resto

del día y la noche, hasta que

sobre las once horas del día

siguiente fue rescatado seis

millas al sur de esta plaza por

la tartana Virgen de los Parales. Según el declarante, el

hundimiento del bergantín y del

jabeque se produjo a dos millas

de la costa en 37º 32’ N 4º 51’ E, posición que coincide con la anotada en media

hoja de papel que llevaba en su

bolsillo al ser rescatado, por

habérsela confiado el piloto una

vez establecida en una carta

esférica de Urrutia para trasladarla al libro de a bordo, y

no disponer de tiempo para anotarla a causa de la rapidez con

que se entabló

combate. Quedó internado el declarante bajo cuidado médico en

el hospital de Marina de esta

ciudad en espera de otras diligencias. Solicitó al día siguiente el Excmo. Sr. Almirante nuevas averiguaciones sobre ciertos puntos de este suceso, dándose la circunstancia de

que el declarante había abandonado las dependencias del hospital durante la noche, sin que

hasta el momento haya noticias

de su paradero. Circunstancia sobre la que el Excmo.

Sr. Almirante ha ordenado se

inicien las diligencias oportunas sin perjuicio de la depuración de responsabilidades. Fechado en la Capitanía de Marina de Cartagena, a ocho de febrero de mil setecientos sesenta y siete. Teniente de navío