Entonces él le contó la historia del robo, de la desesperación por conseguir algo de dinero con que mejorar sus vidas, para ayudar a su madre.
Pero las palabras parecían agotadas, exhaustas. Le estaba dando una de las miles de excusas poco convincentes que se oían tan a menudo en el barrio. El traficante de crack, el ladrón de tiendas, el que estafaba la ayuda social, el especialista en arrancar collares.
Lo hice por ti, nena…
Geneva bajó la vista al libro que tenía en las manos. Estaba usado. ¿A quién habría pertenecido cuando era nuevo? ¿Dónde estaba el padre que lo había comprado para su hijo o su hija? ¿En la cárcel? ¿Fregando platos? ¿Conduciendo un Lexus? ¿Realizando una operación de neurocirugía? ¿Su padre lo había robado de una tienda de libros usados?
– He vuelto por ti, Genie. Te he buscado desesperadamente.
Y más aún cuando Betty me llamó y me dijo que te habían atacado… ¿Qué pasó ayer? ¿Quién te persigue? Nadie me ha dicho nada.
– Vi algo -dijo ella con desinterés. No quería darle mucha información-. Puede que a alguien cometiendo un crimen. -A Geneva no le apetecía seguir con aquella conversación. Levantó la cabeza, le miró y dijo, con mayor crueldad de lo que hubiera querido-: Ya sabes que mamá ha muerto.
Jax asintió.
– No lo supe hasta que no volví aquí. Fue entonces cuando me enteré. Pero no me sorprendió. Era una mujer complicada. Tal vez sea más feliz ahora.
Geneva no pensaba lo mismo. En cualquier caso, ningún cielo repararía la forma desdichada en que había muerto, en soledad, con el cuerpo consumido, pero la cara hinchada como una luna amarilla.
Y tampoco compensaría las desdichas anteriores, cuando se la follaban en las escaleras por unos trozos de crack mientras su hija esperaba delante de la puerta.
Geneva no dijo nada de eso.
Él sonrió.
– Vives en un sitio muy bonito.
– Era provisional. Ya no estoy allí.
– ¿No? ¿Y dónde vives ahora?
– No estoy segura.
Se arrepintió de haberlo dicho. Se dio cuenta de que le estaba abriendo una posibilidad. Y, como era de esperar, él trató de aprovecharla.
– Voy a preguntarle una vez más al oficial de mi libertad condicional si puedo volver a mudarme aquí. Si se entera de que tengo una familia que cuidar, a lo mejor dice que sí.
– Tú no tienes ninguna familia que cuidar. Ya no.
– Sé que estás enfadada, nena. Pero te compensaré por todo lo que ha pasado.
Geneva arrojó el libro al suelo.
– Seis años, y nada. Ni una palabra. Ni una llamada. Ni una carta. -Se le saltaron las lágrimas de pura rabia. Geneva se las enjugó con una mano temblorosa.
Jax suspiró.
– ¿Y adónde querías que escribiera? ¿Adónde podía llamarte? He estado estos seis años tratando de ponerme en contacto contigo. Te enseñaré el montón de cartas que tengo, todas devueltas mientras estuve en la cárcel. Debe de haber unas cien. Intenté todo lo que se me ocurrió. Pero no pude encontrarte.
– Vale, gracias por las disculpas. Si es que te estás disculpando. Pero ahora creo que es hora de que te marches.
– No, nena, deja que…
– No me llames «nena», ni «Genie», ni «hija».
– Todo se arreglará -repitió Jax, mientras se enjugaba los ojos. Geneva no sentía nada al ver aquella tristeza, o lo que fuera. Excepto indignación.
– ¡Vete!
– Pero nena, yo…
– ¡Que te vayas!
Una vez más, el detective de Carolina del Norte, experto en proteger a gente, hizo su trabajo con delicadeza y sin vacilar. Se incorporó y guió a su padre hacia el pasillo. Le hizo un gesto a la chica, le dedicó una sonrisa tranquilizadora y cerró la puerta al salir, dejando a solas a Geneva.
CAPÍTULO 36
Mientras la chica y su padre estaban arriba, Rhyme y los otros habían estado verificando las pistas de atracadores potenciales de joyerías.
Pero no habían hallado nada.
Los datos que Fred Dellray les había traído sobre tramas de blanqueo de dinero relacionadas con joyas se referían a operaciones menores, y ninguna de ellas se había centrado en el Midtown. Y tampoco tenían informes de Interpol u otras agencias policiales que contuvieran algo relevante al caso.
Frustrado, el criminalista sacudía la cabeza cuando sonó el teléfono.
– Rhyme al habla.
– Lincoln, soy Parker.
Era el experto en caligrafía que estaba analizando la nota hallada en el escondite de Boyd. Parker Kincaid y Rhyme intercambiaron algunas noticias sobre la salud y la familia. Rhyme supo que la compañera de Kincaid, la agente del FBI Margaret Lukas, estaba bien, al igual que los niños de Parker, Stephanie y Robby.
Sachs les envió saludos y luego Kincaid fue al grano.
– He estado trabajando en tu carta sin parar desde que me mandaste el escaneado. Y he conseguido un perfil del autor.
Los análisis caligráficos serios nunca buscan determinar personalidades a partir de la grafía de las cartas de la gente; la caligrafía es relevante sólo cuando se compara un documento con otro, para determinar falsificaciones. Pero eso no le interesaba a Rhyme en aquel momento. Pero a lo que Parker Kincaid se refería era a deducir características del escritor basadas en el lenguaje que utilizaba: el tipo de frase «fuera del uso ordinario» que Rhyme había notado anteriormente. Eso podía ser muy importante a la hora de identificar sospechosos. El análisis gramatical y sintáctico de la nota de rescate del bebé Lindbergh, por ejemplo, había dado un nítido perfil del secuestrador, Bruno Hauptmann.
Con el entusiasmo que sentía por su trabajo, Kincaid continuó diciendo:
– He hallado algunas cosas interesantes. ¿Tienes la nota a mano?
– Justo delante de nosotros.
Una chica negra, qinto piso en la ventana, 2 octubre, cerca de las 08:30. Ella vio mi furgón de reparto cuando él estava aparcado en callejón en la parte trasera de la joyería. Vio lo suficiente para adivinar los planes de mí. Matarla.
– Para empezar, es extranjero. La sintaxis torpe y las faltas de ortografía lo dicen. Lo mismo ocurre con la forma en que pone la fecha: el 2 delante del mes, cuando en inglés sería «octubre 2». E indica la hora según el reloj de veinticuatro horas. Eso es poco frecuente en Estados Unidos. -El experto en caligrafía continuó diciendo-: Y ahora, otro punto importante: él…
– O ella -señaló Rhyme.
– Me inclino por un hombre -se opuso Kincaid-. Te diré por qué en un minuto. Usa el pronombre personal masculino «él» para referirse, según parece, a su furgón, en lugar del demostrativo «éste» o la paráfrasis «el mismo». Eso es típico de muchos idiomas extranjeros. Pero lo que realmente afina el perfil es la construcción nominal de dos miembros dentro de la construcción de genitivo.
– ¿La qué?
– La construcción de genitivo: una forma de expresar el posesivo. En un momento determinado, tu desconocido escribió «mi furgón de reparto».
Rhyme recorrió la nota con la mirada.
– Ajá.
– Pero luego escribió «planes de mí». Eso me hace pensar que la lengua materna de tu chico es el árabe.
– ¿Árabe?
– Diría que las probabilidades son de un noventa por ciento. Hay una construcción de genitivo en árabe llamada idafa. El posesivo se construye habitualmente diciendo, por ejemplo, «el coche John». Que quiere decir «el coche de John». O, como en tu nota, los «planes de mí». Pero las reglas de la gramática árabe exigen que se use sólo una palabra para denotar el objeto poseído: «furgón de reparto» no funciona en árabe, ésta es una construcción de tres palabras, de modo que no puede utilizar la idafa. Dice simplemente «mi furgón de reparto». La otra pista es la omisión del artículo indefinido «un» en «en callejón». Es común entre los hablantes árabes, pues su lengua no usa artículos indefinidos, sólo los definidos «el» o «la». -Kincaid añadió-: Eso también ocurre en el caso del galés, pero no creo que este tipo sea de Cardiff.