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Puto claxon… Parecía que sonaba más fuerte que el disparo y tenía que estar llamando la atención. Y lo que era peor, encubriría el sonido de cualquier sirena que estuviera acercándose. Frazier trepó por la rampa sucia hasta el nivel de la calle, jadeando por el esfuerzo. Pero cuando llegó al coche se sorprendió de encontrarlo vacío. El padre de Geneva no estaba en el asiento del conductor. Una huella de sangre se extendía hasta otra calleja cercana, donde yacía su cuerpo. Frazier miró dentro del coche. Había ocurrido lo siguiente: antes de salir del coche arrastrándose, él había cogido el gato y lo había encajado contra el panel de la bocina en el volante.

Furiosa, Frazier tiró de él con fuerza.

El penetrante sonido se detuvo.

Tiró el gato en el asiento trasero y miró al hombre. ¿Estaba muerto? Pues bien, si no lo estaba aún, pronto lo estaría. Caminó hacia él, con el arma a un lado. Luego se detuvo, frunciendo el ceño… ¿Cómo había podido ese cabrón, tan malherido como estaba, abrir el maletero, destornillar el gato, acarrearlo hasta el asiento delantero y apretarlo contra el volante?

Frazier miró a su alrededor.

Y vio algo borroso a su derecha, oyó el aire que se desplazaba cuando la barra de hierro se le vino encima y le dio en la muñeca, arrancándole la pistola y provocándole una terrible oleada de dolor en el cuerpo. La mujerona gritó y cayó de rodillas, abalanzándose sobre la pistola, que estaba a su izquierda. Justo cuando la agarraba, Geneva volvió a lanzar el hierro y esta vez alcanzó a la mujer en el hombro, con un seco clonc. Frazier se desplomó, quedando la pistola fuera de su alcance. Cegada por el dolor y la furia, la mujer embistió contra la chica antes de que ella pudiera lanzarle la barra otra vez. Geneva cayó al suelo y se quedó sin respiración.

La mujer se volvió hacia donde estaba la pistola, pero Geneva, fatigada y jadeante, se adelantó, la agarró el brazo con toda sus fuerzas y mordió la muñeca destrozada de Frazier. La mujer soltó un tremendo alarido de dolor. Frazier alzó su puño bueno contra la cara de Geneva y la golpeó en la mandíbula. La chica lanzó un grito y parpadeó entre las lágrimas que le rodaban por las mejillas mientras caía de espaldas indefensa. Frazier se levantó como pudo, cogiéndose con la otra mano la muñeca ensangrentada y rota, y pateó a la chica en el estómago. La adolescente comenzó a tener arcadas.

Con paso vacilante, Frazier buscó el arma, que estaba a unos pasos de ella. «No la necesito, no la quiero. La barra de hierro servirá». Enfurecida, la recogió y avanzó hacia la chica. La miró con puro odio y alzó el metal por encima de su cabeza. Geneva se encogió y se tapó la cara con las manos.

Entonces alguien gritó a sus espaldas.

– ¡No!

Frazier se dio la vuelta y vio a la policía pelirroja del apartamento del lisiado, que avanzaba lentamente hacia ella apuntándole con una pistola automática que sostenía con ambas manos.

Alina Frazier bajó la mirada hacia su revólver, que estaba cerca.

– Me encantaría tener la excusa -dijo la policía-. De verdad que sí.

Frazier se hundió, arrojó la barra de hierro a un lado y, a punto de desvanecerse, se dejó caer, sentándose en el suelo. Se acunaba la mano herida.

La mujer policía se acercó y apartó la pistola y el hierro de una patada, mientras Geneva se levantaba y se acercaba tambaleante a dos médicos que corrían hacia ella. La chica les dirigió hacia su padre.

– Necesito un médico -reclamó Frazier con los ojos llenos de lágrimas de dolor.

– Tendrás que hacer cola -murmuró la mujer policía, y a continuación le puso una cinta de plástico alrededor de las muñecas con lo que, dadas las circunstancias, a Frazier le pareció una gran delicadeza.

– Está estable -anunció Lon Sellitto. Había recibido la llamada de un agente que estaba de servicio en el Hospital Presbiteriano de Columbia-. No sabe lo que significa eso, pero es lo que le han dicho.

Rhyme asintió al escuchar esas noticias acerca de Jax Jackson. No sabía lo que significaba «estable» en este caso, pero al menos el hombre estaba vivo, y eso tranquilizaba a Rhyme enormemente, sobre todo por el bien de Geneva.

A la chica le trataron las contusiones y las rozaduras que presentaba y luego le dieron el alta. Salvarla del cómplice de Boyd había sido una carrera contrarreloj. Mel Cooper había investigado los números del coche al que la chica había subido con su padre y había descubierto que estaba registrado a nombre de una tal Alina Frazier. Una rápida comprobación en el Centro de Información Criminal de la Nación y las bases de datos estatales habían revelado que tenía antecedentes: un cargo por homicidio involuntario en Ohio y dos asaltos con armas mortíferas en Nueva York, así como unos cuantos delitos en el reformatorio.

Sellitto había puesto en marcha un vehículo localizador de emergencia que alertó a todos los coches patrulla de la zona para que buscasen el sedán de Frazier. Un oficial de tráfico había avisado por radio poco después de que un vehículo había sido visto cerca de una demolición en el sur de Harlem. También había habido un aviso de disparos en la vecindad. Amelia Sachs, que se encontraba en casa de Rhyme, salió disparada en su Camaro hacia la zona, donde encontró a Frazier a punto de asestar un golpe mortal a Geneva.

Frazier fue interrogada, pero no resultó más cooperadora que su cómplice. Rhyme creía que había que pensárselo muy bien antes de traicionar a Thompson Boyd, especialmente en la cárcel, dado el gran alcance de sus conexiones en las prisiones.

¿Estaba Geneva finalmente a salvo o no? Lo más probable era que sí. Dos asesinos atrapados y el actor principal volado en pedazos. Sachs había registrado el apartamento de Alina Frazier y no había hallado nada más que armas y dinero, ninguna información que pudiera sugerir la existencia de otra persona que quisiera matar a Geneva Settle. Jon Earle Wilson, el ex convicto de Nueva Jersey que había hecho la trampa explosiva en el piso franco de Boyd en Queens, estaba en ese instante de camino a casa de Rhyme. El criminalista tenía la esperanza de que Jon les confirmara sus conclusiones. Sin embargo, Rhyme y Bell decidieron asignar a un oficial uniformado en un coche patrulla para que siguiera de cerca a Geneva.

El ordenador emitió un pitido suave y Mel Cooper miró hacia la pantalla. Abrió un correo electrónico.

– Ah, el misterio está resuelto.

– ¿Y qué misterio es ése? -dijo Rhyme bruscamente. Sus ánimos, siempre frágiles, tendían a amargarse hacia el final de la investigación, cuando comenzaba a vislumbrar el aburrimiento.

– Winskinskie.

La palabra indígena en el anillo que Sachs había encontrado en el hueso del dedo entre las ruinas de la taberna Potters' Field.

– ¿Y?

– Es de un profesor de la Universidad de Maryland. Además de la traducción literal del idioma delaware, Winskinskie era un título en la sociedad de Tammany.

– ¿Un título?

– Algo así como sargento en armas. Boss Tweed era el gran líder, el gran jefe. Nuestro chico -señaló los huesos y la calavera que Sachs había hallado en la cisterna- era el Winskinskie, el que cuidaba la puerta.

– Tammany Hall… -Rhyme asintió, considerando estas nuevas informaciones. Su mente retrocedió en el tiempo, más allá del caso que les ocupaba, hacia el mundo sepia y lleno de humo del Nueva York del siglo XIX-. De modo que Tweed vivía en Potters' Field. Él y el aparato político del Tammany Hall estaban tratando de manipular a Charles.

Rhyme pidió a Cooper que añadiera los descubrimientos recientes a la tabla. Luego se detuvo unos instantes a evaluar la información. Hizo un gesto con la cabeza.

– Fascinante.

Sellitto se encogió de hombros.

– El caso está cerrado, Linc. Los asesinos, perdón, el asesino y la asesina han sido esposados. El terrorista está muerto. ¿Por qué algo que ocurrió hace cien años puede ser tan fascinante?