– ¡No lo haga! -gritó alguien.
Fueron las últimas palabras que oyó.
CAPÍTULO 41
– ¡Qué vistas! -dijo Thom.
Lincoln Rhyme echó una ojeada por la ventana hacia el río Hudson, las rocas de los acantilados de la otra orilla y las lejanas colinas de Nueva Jersey. Puede que también Pensilvania. Se volvió de inmediato; la expresión de su cara delataba que las vistas panorámicas, al igual que la gente que las apreciaba, le aburrían sobremanera.
Estaban en la oficina de William Ashberry en la Fundación Sanford, en el último piso de la mansión Hiram Sanford en la calle 82 del West Side. Wall Street aún estaba digiriendo las noticias del hombre muerto y su relación con una serie de crímenes sucedidos en los últimos días. Ése no era motivo para que la comunidad financiera interrumpiera sus actividades; comparado con, digamos, las traiciones de ejecutivos hechas a los accionistas y empleados de Enron y Global Crossing, la muerte de un ejecutivo deshonesto de una compañía rentable no era una noticia interesante.
Amelia Sachs ya había revisado la oficina y extraído pruebas que conectaban a Ashberry con Boyd, y había clausurado algunas partes de la habitación. La reunión ocurría en un área limpia, provista de ventanas con vidrieras y paneles de palisandro.
Sentados junto a Rhyme y Thom estaban Geneva Settle y el procurador Wesley Goades. A Rhyme le divertía la idea de haber contemplado durante unos momentos la posibilidad de que Goades estuviera implicado en el caso, debido a su inmediata aparición en el apartamento de Rhyme, buscando a Geneva, y la relación de la Decimocuarta Enmienda con la intriga; el abogado habría tenido una razón de peso para asegurarse de que nada pusiera en peligro un arma importante para los libertarios civiles. Rhyme se había preguntado si quizá la lealtad del hombre respecto a sus antiguos jefes de la compañía aseguradora le habría llevado a traicionar a Geneva.
Pero Rhyme no había hablado con nadie de sus sospechas respecto al abogado y por eso no había necesidad de disculpas. Después de que Rhyme y Sachs hubieran descubierto que el caso había tomado una dirección inesperada, el criminalista había sugerido contratar a Goades para lo que vendría después. Geneva Settle, por supuesto, era totalmente partidaria de que le contrataran.
Al otro lado de la mesita de mármol estaban Gregory Hanson, presidente del Banco y Fondo de Inversiones de Sanford, su secretaria, Stella Turner, y el socio mayoritario del bufete de abogados de Sanford, un elegante abogado que rondaba los cuarenta llamado Anthony Cole. Rezumaban una inquietud colectiva que, según creía Rhyme, debía de haber surgido el día anterior por la tarde cuando él llamó a Flanson para proponerle una reunión en la que discutir el «asunto Ashberry».
Hanson se mostró de acuerdo, pero se apresuró a añadir con desaliento que estaba tan impactado como cualquiera por la muerte del hombre durante el tiroteo en la Universidad de Columbia días antes. No sabía nada del asunto -tampoco del robo a una joyería ni de un ataque terrorista-, excepto lo que había leído en las noticias. ¿Qué era exactamente lo que querían Rhyme y la policía?
Rhyme había respondido con la típica jerga policíaca:
– Sólo respuestas a un par de preguntas rutinarias.
Una vez intercambiados los cumplidos de rigor, Hanson preguntó:
– ¿Puede decirnos de qué se trata todo esto?
Rhyme fue directo al grano: explicó que William Ashberry había contratado a Thompson Boyd, un asesino a sueldo, para matar a Geneva Settle.
Tres miradas horrorizadas a la delgada chica que tenían enfrente. Ella los miró uno a uno con calma.
El criminalista continuó diciendo que para Ashberry era vital que nadie supiera la razón de que quisiera matar a la chica, de manera que él y Boyd habían preparado varios móviles falsos para el asesinato. Originalmente, estaba planeado que el asesinato pareciera una violación. Pero Rhyme había visto de inmediato que, mientras continuaban con la búsqueda del asesino, él y su equipo habían hallado lo que parecía ser la verdadera razón del crimen: que Geneva podía identificar a un terrorista que planeaba un ataque.
– Pero teníamos ciertos problemas con eso: la muerte del terrorista debería haber terminado con la necesidad de matar a Geneva. Pero no fue así. La compañera de Boyd lo había intentado de nuevo. ¿Qué estaba pasando? Investigamos al hombre que vendió la bomba a Boyd, un pirómano de Nueva Jersey. El FBI le arrestó. Había algunas facturas entre sus objetos personales que se relacionaban con el escondite de Boyd. Eso le hacía cómplice de asesinato y solicitó un abogado. Nos dijo que había puesto a Ashberry en contacto con Boyd y…
– Pero la cuestión del terrorismo -dijo escéptico el abogado del banco, con una risa mordaz-. ¿Bill Ashberry con terroristas? No…
– Enseguida llegamos a eso -dijo Rhyme con la misma mordacidad. Puede que con más. Prosiguió su explicación: la declaración del fabricante de bombas no era suficiente para autorizar el arresto de Ashberry. De modo que Rhyme y Sellitto decidieron que había que hacer que él se moviera. Pusieron un subdirector en el instituto de Geneva, un hombre que se hizo pasar por subdirector. A cualquiera que llamase preguntando por Geneva debían decirle que estaba en Columbia con un profesor de la Facultad de Derecho. El verdadero profesor había estado de acuerdo no sólo en que usaran su nombre, sino también su propia oficina. Fred Dellray y Jonette Monroe, la chica que había hecho de pandillera en el instituto de Geneva, estaban más que contentos de representar los papeles de alumna y profesor. Habían hecho un trabajo rápido, hasta compuesto algunas fotografías de Dellray con Bill Clinton y Rudy Giuliani para asegurarse de que Ashberry no sospechara el engaño y huyera.
Rhyme explicó estos sucesos a Hanson y Cole, y añadió algunos detalles del intento de asesinato en la oficina de Mathers.
Sacudió la cabeza.
– Tendría que haber imaginado que el sujeto tenía algunas conexiones con un banco. Había sido capaz de retirar grandes sumas de dinero y adulterado los respectivos extractos de cuenta. Pero -Rhyme hizo una seña al abogado-, ¿qué diablos se traía entre manos? Según tengo entendido, los episcopalianos no son un buen caldo de cultivo para el terrorismo fundamentalista.
Nadie sonrió. Rhyme pensó: «Banqueros, abogados: no tienen ningún sentido del humor». Continuó:
– Entonces volví a las pruebas y vi algo que me preocupó: no había ningún transmisor para detonar la bomba. Tendría que haber aparecido entre los restos de la furgoneta, pero no estaba.
»¿Por qué no estaba? Una conclusión era que Boyd y su ayudante habían colocado la bomba y se habían quedado el transmisor para matar al árabe repartidor de comida como maniobra de distracción, con el fin de mantenernos alejados del verdadero motivo para matar a Geneva.
– De acuerdo -dijo Hanson-. ¿Cuál era el motivo real?
– Tuve que reflexionar mucho sobre ello. En un principio pensé que tal vez Geneva había visto cómo desalojaban ilegalmente a unos inquilinos mientras ella quitaba graffitis de algún viejo edificio para un promotor. Pero comprobé lo que había ocurrido y me encontré con que el Banco Sanford no estaba relacionado con esos edificios. De modo que, ¿dónde nos dejaba eso? Lo único que podía hacer era volver a aquello en lo que habíamos pensado originalmente…
Les explicó que Boyd había robado un número de la revista Coloreds' Weekly Illustrated.
– Había olvidado que alguien había seguido el rastro de la revista antes de que Geneva supuestamente hubiera visto la furgoneta y al terrorista. Pensé que Ashberry había tropezado con el artículo cuando la Fundación Sanford restauró las dependencias de sus archivos el mes pasado. Y que luego investigó un poco más y encontró algo de verdad preocupante, algo que podía arruinar su vida. Se deshizo de la copia perteneciente a la fundación y decidió que debía destruir to dos los ejemplares de la revista. En las últimas semanas había encontrado la mayoría de los ejemplares. Pero había una que faltaba en la zona: el bibliotecario del Museo de Cultura e Historia Afroamericana en el Midtown había pedido el número al almacén y debió de haber dicho a Ashberry que, casualmente, había una chica interesada en el mismo tema. Ashberry sabía que debía destruir el artículo y matar a Geneva, junto con el bibliotecario, porque ése podría relacionarlos.