– Pero sigo sin entender por qué -dijo Cole, el abogado. Su sarcasmo había florecido y dado paso a la pura irritación.
Rhyme les explicó cuál era la última pieza del rompecabezas. Les relató la historia de Charles Singleton, la granja que su amo le había dado y el robo al Fondo para los Libertos, y el hecho de que el antiguo esclavo tuviera un secreto.
– Ésa era la respuesta de por qué habían tendido una trampa a Charles en 1868. Y la respuesta de por qué Ashberry tenía que matar a Geneva.
– ¿Un secreto? -preguntó Stella, la secretaria.
– Sí, un secreto. Finalmente entendí de qué se trataba. Recordé algo que el padre de Geneva me había contado. Dijo que Charles había enseñado en una escuela de africanos libres cerca de su casa y que vendía sidra a los trabajadores que fabricaban embarcaciones junto a la carretera. -Rhyme sacudió la cabeza-. Asumí algo sin pensar. Sabíamos que tenía la granja en el Estado de Nueva York… lo que era cierto. Sólo que no estaba en la parte norte del Estado, como había creído hasta entonces.
– ¿No? ¿Dónde estaba? -preguntó Hanson.
– Fácil de imaginar -continuó Rhyme-, si se tiene en cuenta que hasta finales del siglo XIX había granjas aquí en la ciudad.
– ¿Quiere decir que la granja estaba en Manhattan? -preguntó Stella.
– No sólo eso -dijo Rhyme, permitiéndose un tono coloquial-. Estaba exactamente debajo de este edificio.
CAPÍTULO 42
Hallamos un dibujo de Gallows Heights de la década de 1800 que muestra tres o cuatro grandes haciendas, llenas de árboles. Una de ellas ocupaba esta manzana y las de alrededor. Enfrente había una escuela de africanos libres. ¿Pudo haber sido su escuela? ¿Y sobre el río Hudson? -Rhyme echó un vistazo por la ventana-. Allí mismo, en la calle 81, había un muelle de secado y un astillero. ¿Podían ser ésos los trabajadores a quienes Charles vendía la sidra?
»Pero la finca, ¿era suya? Sólo había una manera de averiguarlo. Thom fue a la oficina catastral de Manhattan y encontró el registro de una escritura de cesión del amo de Charles en beneficio de Charles. Sí, lo era. Entonces todo lo demás encajó. Todas las referencias que encontramos sobre reuniones en Gallows Heights con políticos y líderes de los derechos civiles. Era la casa de Charles donde se reunían. Ése era su secreto: que era dueño de seis hectáreas de la mejor tierra de Manhattan.
– ¿Pero por qué era un secreto?
– No se atrevía a decirle a nadie que era el dueño. Por mucho que quisiera. Por eso estaba tan atormentado: estaba orgulloso de tener una gran finca en la ciudad. Creía que podría ser un modelo para otros libertos. Mostrarles que podían ser tratados como hombres íntegros, respetados. Que podían ser dueños de la tierra y labrarla, ser miembros de la comunidad. Pero había visto los disturbios, los linchamientos de negros, los incendios provocados. De modo que él y su esposa fingieron ser los cuidadores del lugar. Temía que alguien pudiera descubrir que un liberto poseía una gran parcela de la mejor tierra y destruirla. O, más con mayor probabilidad, robársela.
– Que es exactamente lo que ocurrió -dijo Geneva.
Rhyme siguió adelante:
– Cuando Charles fue condenado le confiscaron todas sus propiedades, incluyendo la granja, y las vendieron… Ahora bien, eso es una bonita teoría: quitar de en medio a alguien con cargos falsos para robarle la propiedad. ¿Pero había alguna prueba? Buscar una era mucho pedir después de ciento cuarenta años, hablando de casos desestimados… Pues bien, había pruebas. Las cajas fuertes Exeter Strongbow, del tipo de la que se acusó a Charles de forzar en el Fondo para los Libertos, se fabricaban en Inglaterra. De modo que llamé a un amigo de Scotland Yard. Habló con un cerrajero forense, que dijo que era imposible abrir una Exeter del siglo XIX con sólo un martillo y un cincel. Hasta con los taladros a vapor de aquella época le hubiera costado entre tres y cuatro horas, y el artículo acerca del robo decía que Charles había estado en el edificio durante veinte minutos.
»Siguiente conclusión: otra persona atracó el lugar, plantó las herramientas de Charles en el escenario del robo y luego sobornó a alguien para que testificara en su contra. Creo que el verdadero ladrón fue el hombre que hallamos enterrado en el sótano de la taberna Potters' Field. -Les habló entonces sobre el anillo de Winskinskie y del hombre que lo llevaba, que era un oficial del corrupto aparato político del Tammany Hall.
– Era uno de los compinches del Boss Tweed. Y otro de ellos era William Simms, el detective que arrestó a Charles. Más tarde Simms fue acusado de soborno y de dejar pruebas falsas en sospechosos. Simms, el hombre Winskinskie, el juez y el fiscal pergeñaron la condena de Charles. Y se quedaron con el dinero del fondo fiduciario que no había sido recuperado.
»De modo que establecimos que Charles era dueño de una bonita hacienda en Gallows Heights y lo quitaron de en medio para que alguien pudiera robársela. -Rhyme enarcó una ceja-. ¿La siguiente pregunta lógica? ¿La importante?
Nadie se animó.
– Es obvia: ¿quién diablos era el criminal? -dijo Rhyme-. ¿Quién robó a Charles? Dado que el móvil era robarle la finca, todo lo que tuve que hacer era ver a manos de quién había pasado el título de propiedad de la tierra.
– ¿Quién era? -preguntó Hanson, preocupado y al parecer fascinado con aquel drama histórico.
La secretaria se colocó la falda y se aventuró a decir:
– ¿El Boss Tweed?
– No. Fue un colega suyo. Un hombre a quien se veía habitualmente en la taberna de Potters' Field, junto con algunas otras figuras notorias de aquellos tiempos: Jim Fisk, Jay Gould y el detective Simms. -Miró a cada uno de los reunidos al otro lado de la mesa-. Su nombre era Hiram Sanford.
La mujer parpadeó.
– El fundador de nuestro banco -dijo después de un momento.
– El mismo y nadie más.
– Eso es ridículo -dijo Cole, el abogado-. ¿Cómo pudo hacerlo? Era uno de los pilares de la sociedad de Nueva York.
– ¿Como William Ashberry? -preguntó con sarcasmo el criminalista-. El mundo de los negocios no era muy diferente de lo que es ahora. Mucha especulación financiera: una de las cartas de Charles cita al Tribune de Nueva York refiriéndose a las «burbujas explosivas» de Wall Street. Los ferrocarriles eran las compañías de Internet de aquel tiempo. Sus acciones estaban sobrevaloradas y quebraron. Es probable que Sanford perdiera su fortuna cuando eso ocurrió y Tweed aceptó darle un aval. Pero, siendo Tweed, trató de usar el dinero de otro para hacerlo. De modo que los dos se quitaron de en medio a Charles, y Sanford compró el huerto en una subasta amañada por una mínima parte de su valor. Echó abajo la casa de Charles y construyó su mansión sobre ella, aquí mismo en donde estamos sentados ahora. -Y señaló con la cabeza hacia las manzanas de alrededor-. Y más tarde él y sus herederos explotaron la tierra o la fueron vendiendo poco a poco.
– ¿Charles no dijo que era inocente? ¿No contó lo que había ocurrido? -preguntó Hanson.
Rhyme se mofó.
– ¿Un liberto contra el aparato antinegro del Tammany Hall Democratic? ¿Cómo habría podido funcionar? Además, él había matado al hombre en la taberna.