– Entonces era un asesino -señaló rápidamente el abogado, Cole.
– Por supuesto que no -le espetó Rhyme-. Necesitaba a ese Winskinskie con vida, para probar su inocencia. El asesinato fue en defensa propia. Pero Charles no tuvo otra elección que enterrar el cuerpo y ocultar el tiroteo. Si le descubrían, le colgaban.
Hanson sacudió la cabeza.
– Hay una cosa que no tiene sentido. ¿Por qué habría de afectar a Bill Ashberry lo que hizo Hiram Sanford? Seguro que es una mala publicidad, el fundador de un banco robándole la propiedad a un liberto. Ésos serían unos feos diez minutos en el telediario de la noche. Pero, francamente, existen expertos que podrían haber borrado las pruebas de un asunto así. No vale la pena matar a nadie por eso.
– Ah -asintió Rhyme-. Muy buena pregunta… Hemos investigado un poco. Ashberry estaba a cargo de la división inmobiliaria, ¿no es así?
– Así es.
– Y si estuviera a punto de quebrar, él habría perdido su trabajo y la mayor parte de su fortuna, ¿no?
– Supongo que sí. ¿Pero por qué iba a quebrar? Es nuestra unidad más rentable.
Rhyme miró a Wesley Goades.
– Su turno.
El abogado echó un vistazo a la gente del otro lado de la mesa, luego bajó la vista. El hombre no podía mirar a nadie a los ojos. Tampoco estaba acostumbrado a dar largas explicaciones como Rhyme, ni a sus digresiones ocasionales. Dijo simplemente:
– Estamos aquí para informarles de que la señorita Settle pretende iniciar una demanda contra su banco para que se le compense de su pérdida.
Hanson arrugó el ceño y miró a Cole, que le observó con comprensión.
– Según los datos que me han dado, hacer una demanda ilegal contra el banco por infligir daño emocional probablemente no llegue muy lejos. Miren, el problema es que el señor Ashberry actuaba por su cuenta, no como empleado del banco. No somos responsables de sus acciones. -Una mirada hacia Goades, que puede que fuera o no condescendiente-. Tal como les dirá su buen consejero. -Y añadió rápidamente, dirigiéndose a Geneva-: Pero entendemos muy bien lo que has pasado. -Stella Turner asintió-. Te compensaremos por ello. -Le ofreció una sonrisa-. Creo que descubrirás que podemos ser muy generosos.
El abogado añadió lo que debía:
– Dentro de lo razonable.
Rhyme observó con atención al presidente del banco. Gregory Hanson parecía un tipo majo. Joven a los cincuenta y de sonrisa fácil. Probablemente era un empresario nato, de ésos que eran jefes y padres de familia decentes, hacían su trabajo competentemente, trabajaban largas horas para los accionistas, volaban en clase económica a expensas de la compañía y recordaban los cumpleaños de sus empleados.
El criminalista casi se sentía mal por lo que se avecinaba.
Wesley Goades, sin embargo, no mostró ningún remordimiento al decir:
– Señor Hanson, los daños de los que hablamos no son por el intento de asesinato de su empleado contra la señorita Settle, tal como nosotros denominamos el hecho, ni tampoco por el «daño emocional». No, su demanda es en representación de los herederos de Charles Singleton, para recobrar la propiedad robada por Hiram Sanford, así como los perjuicios monetarios…
– Un momento -murmuró el presidente, dejando escapar una leve risa.
– … perjuicios equivalentes a los alquileres y ganancias que su banco ha hecho de esta propiedad desde la fecha en que el tribunal transfirió el título. -Consultó un papel-. Es decir, desde el 4 de agosto de 1868. El dinero será puesto en un fondo fiduciario a beneficio de todos los descendientes del señor Singleton, cuya distribución será supervisada por el tribunal. No tenemos aún la cifra exacta. -Finalmente levantó la cabeza y miró a Hanson a los ojos-. Pero un cálculo aproximado arroja una cantidad no inferior a novecientos setenta millones de dólares.
CAPÍTULO 43
– Era por eso por lo que William Ashberry estaba dispuesto a matar -explicó Rhyme-. Para mantener el secreto del robo de la propiedad de Charles. Si alguien lo descubría y sus herederos presentaban una demanda, sería el final de la división inmobiliaria y podría llevar a todo el banco a la quiebra.
– Vamos, eso es absurdo -bramó el abogado desde el otro lado de la mesa. Los dos oponentes legales eran altos y delgados, pero Cole estaba más bronceado. Rhyme intuía que Wesley Goades no iba muy a menudo a las pistas de tenis o a los campos de golf-. Mire a su alrededor. Está todo urbanizado. No queda ni un metro cuadrado libre.
– Nuestra demanda no es por la construcción -dijo Goades, como si esto fuera evidente-. Sólo queremos el título de la tierra, y las rentas que han sido pagadas respecto a ella.
– ¿Por ciento cuarenta años?
– No es problema nuestro el que ésa haya sido la fecha en que Sanford robó a Charles.
– Pero la mayor parte de la tierra está vendida -dijo Hanson-. El banco sólo es dueño de los dos edificios de apartamentos en esta manzana y esta mansión en la que estamos.
– Pues bien, vamos a establecer una acción contable para calcular las ganancias de la propiedad que su banco vendió ilegalmente.
– Pero llevamos más de cien años disponiendo de las parcelas.
Goades habló hacia el extremo de la mesa.
– Lo diré una vez más: ése es su problema, no el nuestro.
– No -les espetó Cole-. Olvídenlo.
– En verdad, la señorita Settle está siendo bastante moderada en su demanda por daños. Tenemos un buen argumento en el hecho de que sin la propiedad de su ancestro, el banco hubiera quebrado en la década de 1860 y que por eso ella estaría facultada para disponer de todas las ganancias del banco a nivel mundial. Pero no buscamos eso. Ella no quiere que los accionistas actuales del banco sufran demasiado.
– Muy generosa -murmuró el abogado.
– Fue decisión suya. Yo estaba a favor de hacerles quebrar.
Cole se inclinó hacia delante.
– Escuche, ¿por qué no se toma una píldora de la realidad aquí mismo? Usted no tiene ningún caso. Para empezar, el plazo para iniciar acciones judiciales ha caducado. Le echarán a puntapiés del tribunal.
– ¿Se han fijado alguna vez -preguntó Rhyme, incapaz de resistirse- cómo la gente siempre se aferra al argumento más débil? Lo siento, discúlpenme la nota al pie.
– En cuanto al código legal -dijo Goades-, podemos argumentar sólidamente que el plazo de prescripción no es válido y estamos completamente facultados a llevar el pleito judicial según los principios de la equidad.
El abogado había explicado a Rhyme que en algunos casos el tiempo límite para presentar una demanda podía ser «doblado» -extendido- si el acusado oculta un crimen, de modo que las víctimas no saben lo que ocurrió, o cuando no están en condiciones de entablar una demanda, como cuando los tribunales y los fiscales actúan en connivencia con el criminal, lo que había ocurrido en el caso de Singleton. Goades reiteró todo esto en la habitación.
– Pero no importa lo que haya hecho Hiram Sanford -señaló el otro abogado-, no tiene nada que ver con mi cliente, el banco actual.
– Hemos seguido la pista de la propiedad del banco hasta el banco original, el Banco y Fondo de Inversiones de Sanford, que fue la entidad que se apropió del título de propiedad de la finca de Singleton. Sanford usó el banco como una tapadera. Lamentablemente… para usted, así es. -Goades dijo esto con tanta alegría como puede hacerlo un hombre que jamás sonríe.
Pero Cole no iba a darse por vencido.
– ¿Y qué pruebas tiene de que la propiedad hubiera pasado de mano en mano a través de la familia? Este Charles Singleton podría haberla vendido por quinientos dólares en 1870 y derrochado el dinero por ahí.
– Tenemos pruebas de que pretendía mantener la finca para su familia. -Rhyme se volvió hacia Geneva-. ¿Qué es lo que decía Charles?