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– ¿Y qué es? -preguntó Sellitto, restregándose discretamente la piel.

– No es en absoluto una carta mala. Fijaos en el dibujo.

– Realmente parece bastante sereno -dijo Sachs-, teniendo en cuenta que está colgado cabeza abajo.

– El personaje del dibujo está basado en el dios escandinavo Odín, que estuvo colgado cabeza abajo durante nueve días con el fin de buscar el conocimiento interior. Si a uno le sale esta carta en una tirada, significa que está a punto de empezar una búsqueda de iluminación espiritual. -Señaló un ordenador con la cabeza-. ¿Puedo?

Cooper le hizo un gesto indicándole que era todo suyo. La joven buscó en Google y unos segundos después encontró una página web.

– ¿Cómo puedo imprimir esto?

Sachs la ayudó, y un momento después salió un papel por la impresora. Cooper lo pegó con cinta adhesiva en la pizarra de las pruebas. Kara leyó:

– Éste es el significado:

El hombre colgado no se refiere a alguien que recibe un castigo. Su aparición en una tirada indica una búsqueda espiritual encaminada a una decisión, una transición, un cambio de dirección. A menudo la carta pronostica que uno se rendirá ante la experiencia, que una lucha tendrá fin, aceptando las cosas como son. Cuando aparece esta carta en la tirada, uno debe escuchar a su yo interior, aunque ese mensaje parezca contradecir la lógica.

– No tiene nada que ver con la violencia ni la muerte -continuó Kara-. Se trata de un estado de inercia espiritual y de expectación. No es la clase de objeto que dejaría un asesino si supiera algo sobre el tarot. Si hubiera querido dejar algo destructivo, habría sido la torre o una de las cartas de espadas de los arcanos menores, que significan malas noticias.

– De modo que la eligió sólo por su aspecto tétrico -resumió Rhyme-. Y porque pensaba estrangular o «colgar» a Geneva.

– Supongo que así es.

– Nos has sido de gran ayuda -dijo Rhyme.

Sachs también le dio las gracias.

– Debo irme. Tengo ensayo. -Kara estrechó la mano a Geneva-. Espero que todo lo tuyo termine bien.

– Gracias.

Kara se dirigió a la puerta. Se detuvo y miró a Geneva.

– ¿Te gustan los espectáculos de magia e ilusionismo?

– No salgo demasiado -respondió la chica-. Estoy bastante ocupada con el instituto.

– Bueno, presento un espectáculo dentro de tres semanas. Si te interesa, todos los datos están en la entrada.

– ¿En la…?

– Entrada.

– Yo no tengo ninguna entrada.

– Sí que la tienes -dijo Kara-. En la mochila. Ah, ¿y la flor que hay junto a ella? Considérala un amuleto de la buena suerte.

Se fue, y todos oyeron cómo la puerta se cerraba.

– ¿De qué estaba hablando? -preguntó Geneva, bajando la mirada hacia su mochila, que estaba cerrada.

Sachs se rio.

– Ábrela.

La chica abrió el cierre y parpadeó llena de sorpresa. Allí dentro había una entrada para uno de los espectáculos de Kara. Al lado había una violeta prensada.

– ¿Cómo lo ha hecho? -susurró Geneva.

– Nunca hemos podido pillarla -dijo Rhyme-. Lo único que sabemos es que es condenadamente buena en lo que hace.

– Ya lo creo. -La estudiante levantó la flor de color morado.

Los ojos del criminalista se deslizaron hacia la carta de tarot cuando Cooper la pegó en la pizarra de las pruebas, junto a su significado.

– De modo que parece la clase de objeto que un asesino dejaría en una agresión vinculada con el ocultismo. Pero el individuo no tiene ni la menor idea de qué significa. La eligió por el efecto. Lo que quiere decir… -Pero su voz se apagó cuando miró el resto de apuntes de la tabla de pruebas-. ¡Dios santo!

Los otros se volvieron hacia él.

– ¿Qué? -preguntó Cooper.

– Todo lo que tenemos está equivocado.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Sellitto dejando de restregarse la piel durante un momento.

– Mirad las huellas de lo que había en la bolsa con esos chismes. Borró las suyas con un paño, ¿no?

– Ajá -confirmó Cooper.

– Pero hay huellas -afirmó el criminalista-. Y probablemente sean de la cajera, ya que son las mismas que hay en el tique.

– Exacto. -Sellitto se encogió de hombros-. ¿Y entonces?

– Entonces borró las huellas antes de pasar por la caja. Mientras estaba en la tienda. -Un silencio en la habitación. Irritado porque nadie le entendía, el criminalista prosiguió-: Porque quería que quedaran las huellas de la cajera en todos los objetos.

Sachs comprendió.

– Dejó la bolsa con los chismes adrede. Para que la encontráramos.

Pulaski sacudió la cabeza.

– De no ser así, habría limpiado las huellas después de llegar a su casa.

– Exacto -asintió Rhyme con un matiz de triunfo en la voz-. Creo que son pruebas preparadas para hacernos creer que se trataba de una violación, con alguna clase de connotaciones ocultistas. De acuerdo, de acuerdo… Retrocedamos sobre nuestros pasos. -A Rhyme le hizo gracia la mirada incómoda de Pulaski hacia sus piernas cuando el criminalista usó esa expresión-. Un agresor da con Geneva en un museo público. No es el típico escenario para una agresión sexual. Luego la golpea, bueno, al maniquí lo suficientemente fuerte como para matarla, o al menos para dejarla inconsciente durante horas. Si éste es el caso, ¿para qué necesita el cúter y la cinta adhesiva? Y deja una carta de tarot que cree que es tétrica, pero que en realidad se refiere a la búsqueda espiritual. No, no fue en absoluto un intento de violación.

– ¿A qué fue allí el tipo entonces? -preguntó Sellitto.

– Demonios, eso es lo que más vale que averigüemos. -Rhyme pensó durante un momento y luego preguntó-: ¿Y dijiste que el doctor Barry no vio nada?

– Eso es lo que me dijo -respondió Sellitto.

– Pero aun así el sujeto regresa y le mata. -Rhyme frunció el ceño-. Y el señor 109 destrozó el lector de microfichas. Es un profesional, pero las rabietas no son nada profesionales. Su víctima está huyendo: no va a perder tiempo aporreando objetos porque está teniendo una mala mañana. -Rhyme preguntó a la chica-: ¿Dijiste que estabas leyendo un periódico antiguo?

– Una revista -corrigió ella.

– ¿En el lector de microfichas?

– Exacto.

– ¿Ésas? -Rhyme señaló con la cabeza una gran bolsa de plástico con pruebas que contenía una caja de bandejas de microfichas que Sachs había traído de la biblioteca. Dos rendijas, la primera y la tercera, estaban vacías.

Geneva miró la caja. Asintió con la cabeza.

– Ajá. Ésas, las que faltan, eran las que tenían el artículo que estaba leyendo.

– ¿Has traído la que estaba en el aparato?

– No había ninguna. Se las tiene que haber llevado consigo. -respondió Sachs.

– Y destrozó la máquina para que no nos diéramos cuenta de que la bandeja había desaparecido. Vaya, esto se está poniendo interesante. ¿Qué pretendía hacer? ¿Cuáles fueron sus condenados motivos?

Sellitto se rio.

– Creía que no te preocupaban los motivos. Sólo las pruebas.

– Tienes que saber distinguir, Lon, entre utilizar un motivo para probar un caso en un tribunal, lo que en el mejor de los casos es especulativo, y utilizar un motivo para que te guíe hacia las pruebas, las que condenan inexorablemente a un criminaclass="underline" un hombre mata a su socio con un arma que nos lleva a su garaje, cargada con balas que él compró, gracias a un tique que tiene sus huellas dactilares. En tal caso, ¿a quién le importa si mató al socio porque creía que se lo había ordenado un perro dotado de habla o porque el tío se hubiera acostado con su esposa? Son las pruebas las que determinan el caso. ¿Pero qué ocurre si no hay balas, arma, tique o huellas de neumáticos? Entonces, resulta perfectamente válida la pregunta de por qué fue asesinada la víctima. Responderla puede señalarnos el camino hacia las pruebas que definitivamente le condenarán. Perdón por la charla -añadió sin el menor tono de disculpa en la voz.