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– ¿Cuál de ellos? -respondió Jax-. ¿El de la rosa o el de la navaja? Y tengo entendido que tiene otro cerca de la polla. Pero nunca me he acercado lo suficiente como para vérselo.

Ralph sacudió la cabeza, con expresión adusta.

– ¿Cómo te llamas?

– Jackson. Alonzo Jackson. Pero me llaman Jax. -El apodo iba acompañado de una reputación justificada. Se preguntó si Ralph habría oído hablar de él. Pero aparentemente no, nada de cejas enarcadas. Eso le cabreó-. Si quieres comprobar quién soy preguntando a DeLisle, adelante, hombre, pero no menciones mi nombre por teléfono, ¿sabes lo que te digo? Sólo dile que el rey del graffiti vino a charlar contigo.

– El rey del graffiti -repitió Ralph, pensando a las claras qué querría decir eso. ¿Se trataba acaso de que Jax rociaba las paredes con la sangre de los cabrones como si fuera pintura en aerosol?-. Vale. Puede que lo compruebe. Depende. De modo que has salido.

– He salido.

– ¿Y por qué estabas dentro?

– Robo a mano armada y tenencia ilícita de armas. -Luego agregó en voz más baja-: Fueron a por mí por un intento de 25-25. Luego lo rebajaron a asalto. -Una referencia abreviada a lo que establece el Código Penal para el homicidio, sección 125.25.

– Y ahora eres un hombre libre. Dabuti.

Jax pensó que la cosa era graciosa. Y aquí tenemos al mamón de Ralph, nervioso y todo lo demás, cuando aparece Jax con un cigarrillo y un qué pasa, colega. Pero empieza a relajarse cuando se entera de que ha estado una buena temporada a la sombra por robo a mano armada, tenencia ilícita de armas e intento de homicidio, rociando sangre como si fuera pintura.

El puto Harlem. ¿No era un sitio adorable?

Dentro, poco antes de ser puesto en libertad, se había acercado a DeLisle Marshall para pedirle ayuda, y éste le había dicho que se pusiera en contacto con Ralph. Lisie le había explicado por qué el pequeño tipo esquelético era un hombre al que valía la pena conocer. «Ese hombre anda por todos lados. Como si las calles le pertenecieran. Lo sabe todo. Y, si no, lo averigua».

El rey del graffiti, pintor a la sangre, dio una fuerte chupada al cigarrillo y fue directamente al grano.

– Necesito que me eches una mano -dijo Jax en voz baja.

– Ajá. ¿Qué quieres?

Lo que a la vez significaba qué quieres y qué voy a sacar yo con ello.

Un trato bastante justo.

Miró a su alrededor. Estaban solos, salvo por las palomas y por dos chicas dominicanas, bajitas, guapas, que pasaban dando grandes zancadas. A pesar del frío, llevaban unos tops diminutos y unos shorts ajustados en sus redondeados cuerpos de aquí te pillo aquí te mato.

– Ay, papi -dijo una a Jax en español, con una sonrisa, y siguió andando. Las chicas cruzaron la calle y giraron hacia el este, hacia su territorio. La Quinta Avenida era la línea divisoria entre el Harlem negro y el hispano -el barrio- desde hacía años. Una vez que uno estaba al este de la Quinta, eso era el otro lado. No estaba mal, pero no era Harlem.

Jax se quedó mirándolas mientras se alejaban.

– ¡Joder! -Había estado en la cárcel mucho tiempo.

– Y que lo digas -coincidió Ralph. Se acomodó en su posición, siempre apoyado en la alambrada, y se cruzó de brazos como lo haría un príncipe egipcio.

Jax esperó un minuto, se inclinó sobre él y le susurró a su oído de faraón:

– Necesito una pipa.

– Tú estás zumbao, tío -dijo Ralph después de un momento-. Como te agarren con una pipa, te mandarán otra vez a la trena. Y tendrás que pasar un año en Rikers por el arma. ¿Por qué quieres correr semejante riesgo?

– ¿Puedes hacerlo o no? -preguntó Jax pacientemente.

El tipo escuálido reajustó su ángulo de inclinación y levantó la vista para mirar a Jax.

– De acuerdo, tío. Pero no estoy seguro de dónde encontrar algo pa' ti. Una pipa, digo.

– Y yo no estoy seguro de a quién darle esto. -Sacó un fajo de billetes, separó algunos de veinte y se los tendió a Ralph. Con mucho cuidado, por supuesto. Un negro deslizando dinero a otro en las calles de Harlem podría hacer levantar las cejas a un poli, aunque el tipo estuviera entregando el diezmo a un pastor de la Iglesia Pentecostal Bautista de la Ascensión.

Pero la única ceja que se elevó fue la de Ralph en el momento en que se metía los billetes en el bolsillo y miraba el resto del fajo enrollado.

– Tienes una pasta ahí, ¿eh?

– Y que lo digas. Y tú ahora también. Y la oportunidad de tener más. Tu día de suerte. -Guardó el fajo.

Ralph gruñó.

– ¿Qué clase de pipa?

– Pequeña. Una que pueda esconder fácilmente, ya sabes lo que quiero decir.

– Te costará cinco.

– Me costará dos, yo mismo podría hacerlo.

– ¿Limpia? -preguntó Ralph.

Como si Jax quisiera un arma con el número de registro aún grabado en el bastidor.

– ¿A ti qué te parece?

– Entonces, ¡que te jodan! -dijo el pequeño egipcio. Ahora mostraba más agallas; no se mata a la gente que puede conseguirte algo que necesitas.

– Tres -ofreció Jax.

– Podría hacerlo por tres y medio.

Jax se quedó pensativo un momento. Cerró el puño y le dio un golpecillo a Ralph. Otra mirada alrededor.

– Necesito algo más. ¿Tienes contactos en los colegios?

– Algunos. ¿De qué colegios estás hablando? No sé nada de Queens o Brooklyn o el Bronx. Sólo de aquí, del barrio.

Jax se mofó para sus adentros, pensando: «barrio», mierda. Había crecido en Harlem y nunca había vivido en ningún otro lugar del mundo, salvo en los cuarteles del ejército o las cárceles. Podías referirte a ese lugar como el «vecindario», si era necesario, pero no era «el barrio». En Los Ángeles, en Newark, hay barrios. En algunas partes de Brooklyn también. Pero Harlem era un universo diferente, y Jax estaba cabreado con Ralph por haber usado esa palabra, aunque supuso que el hombre no estaba faltándole el respeto al lugar; seguramente veía mucha televisión de la mala.

– Sólo de aquí -señaló Jax.

– Puedo preguntar por ahí. -Parecía un poco intranquilo, lo cual no era sorprendente, teniendo en cuenta que un ex convicto con un arresto por 25-25 estaba interesado tanto en un arma como en un instituto. Jax le deslizó otros cuarenta. Eso pareció aliviar considerablemente la conciencia del hombrecillo.

– De acuerdo, dime, ¿qué se supone que tengo que buscar?

Jax se sacó un papel del bolsillo de su chaqueta. Era la crónica que había descargado de la edición digital del Daily News de Nueva York. Le tendió a Ralph el artículo, que estaba presentado como «noticia de última hora».

Jax dio unos golpecillos sobre el papel con uno de sus gruesos dedos.

– Tengo que encontrar a la chica de la que hablan ahí.

Ralph leyó el artículo que seguía al titular: funcionario de museo asesinado a tiros en pleno centro. Levantó la vista.

– Aquí no viene nada sobre ella, ni dónde vive, ni a qué instituto va, nada. Ni siquiera dice cómo coño se llama.

– Su nombre es Geneva Settle. Y por lo demás… -Jax señaló con la cabeza el bolsillo del hombre, adonde había ido a parar el dinero-, es por lo que te estoy pagando a ti ese dinero.

– ¿Para qué la buscas? -preguntó Ralph, con la mirada fija en el artículo.

Jax se quedó un minuto en silencio y luego se acercó un poco más a la oreja pardusca del hombre.

– A veces la gente hace preguntas, mira a su alrededor y se entera de más mierda de la que realmente debería saber.

Ralph empezó a preguntar algo más, pero enseguida debió de figurarse que aunque tal vez Jax estuviera hablando de algo que había hecho la chica, también era posible que el rey del graffiti de la sangre se refiriera a que Ralph estaba metiendo sus putas narices donde no debía.