La casa de Bell rebosaba con instantáneas de su familia, especialmente de sus dos chavales, así como de sus primos de Carolina del Norte. También había algunas fotos de su difunta esposa, pero por deferencia a su nuevo amor -Lucy Kerr, que era sheriff del condado de Tarheel- no había ninguna de su esposa y Bell juntos; sólo de la madre con los hijos. (Lucy, que, por cierto, estaba muy bien representada en las paredes, vio las fotos de la difunta señora Bell y sus hijos y dejó bien claro que respetaba que su marido las mantuviera colgadas. Y una cosa con respecto a Lucy: lo que decía, lo decía en serio).
Bell le preguntó al tío de Geneva si últimamente había visto cerca de la casa a alguien que no le resultara familiar.
– No, señor. Ni un alma.
– ¿Cuándo regresan los padres?
– No sabría decirle, señor. Fue Geneva la que habló con ellos.
Cinco minutos después volvió la chica. Le entregó a Bell un sobre que contenía dos papeles crujientes y amarillentos.
– Aquí están. -Vaciló-. Cuídenlos bien. No tengo copias.
– Vaya, no conoce usted al señor Rhyme, señorita. Trata las pruebas como si fueran el santo grial.
– Volveré cuando salga del instituto -le dijo Geneva a su tío. Y luego a Bell-: Estoy lista.
– Oye, niña -dijo el hombre-. Quiero que te comportes como te he enseñado. Se dice «señor» cuando se le habla a un policía.
La chica miró a su tío.
– ¿No te acuerdas de lo que dice mi padre? ¿Que la gente tiene que ganarse el derecho a ser llamado «señor»? Así es como pienso yo también -le dijo sin alterarse.
Su tío se rio.
– Ahí tiene a mi sobrina. Tiene sus propias ideas. Por eso la queremos tanto. Dale un abrazo a tu tío, niña.
Avergonzada, como los hijos de Bell cuando éste les rodeaba los hombros con el brazo en público, la chica se dejó abrazar fríamente.
En el vestíbulo, Bell le entregó las cartas al agente de uniforme.
– Lléveselas a Lincoln enseguida.
– Sí, señor.
Cuando el agente se marchó, Bell llamó a Martínez y a Lynch por la radio. Éstos informaron de que la calle estaba despejada. Entonces se apresuró a llevar a la chica hasta la planta baja y de allí al Crown Vic. Pulaski echó a correr y subió tras ellos.
Cuando arrancó el motor, Bell la miró.
– Ah, oiga, señorita, cuando tenga un minuto, ¿qué le parece si mira en ese macuto suyo y me elige un libro que no necesite hoy?
– ¿Un libro?
– Sí, algún libro de texto.
Geneva sacó uno.
– ¿Estudios sociales? Es un poco aburrido.
– Ah, no es para leer. Es para hacerme pasar por profesor suplente.
La joven asintió con la cabeza.
– Para hacerse pasar por profesor. ¡Estupendo!
– ¿A que sí, señorita? Ahora, ¿le importaría ponerse el cinturón de seguridad? Se lo agradecería mucho. Usted también, novato.
CAPÍTULO 9
El SD 109 podía ser un delincuente sexual o no, pero fuera lo que fuera, su secuencia de ADN no figuraba en el archivo CODIS.
El resultado negativo era típico de la ausencia de pistas que caracterizaba a este caso, reflexionó Rhyme con frustración. Habían recibido los demás fragmentos de bala, extraídos del cuerpo del doctor Barry por el médico forense, pero estaban aún más pulverizados que el obtenido de la transeúnte, y no fueron de más utilidad en la consulta que hicieron a IBIS y DRUGFIRE que lo que habían sido los primeros pedazos.
También habían escuchado lo que varias personas habían dicho en el museo. El doctor Barry no había mencionado a ningún empleado que otro visitante estuviera interesado en el número de Coloreds' Weekly Illustrated de 1868. Tampoco el registro de llamadas telefónicas del museo reveló nada; todas las llamadas iban a una centralita y de allí se derivaban a las extensiones, sin que se almacenaran los detalles. Las llamadas entrantes y salientes de su teléfono móvil tampoco proporcionaron pista alguna.
Cooper les contó lo que había averiguado a través del propietario de Trenton Plastics, una de las mayores empresas fabricantes de bolsas de plástico para la compra del país. El técnico relató la historia del icono de la cara sonriente amarilla tal como se la había contado el dueño de la empresa.
– Se cree que al principio una filial de la Mutua Estatal de Seguros hizo grabar la cara en botones, en los años sesenta, en el marco de una campaña destinada a impulsar la moral de la compañía y como ardid publicitario. En los setenta, dos hermanos dibujaron una cara de ésas con el eslogan «Be happy». Una especie de alternativa al símbolo de la paz. Para entonces, montones de empresas ya la imprimían en cincuenta millones de artículos todos los años.
– ¿Adónde quieres ir a parar con esta conferencia sobre cultura popular? -murmuró Rhyme.
– A que aunque estén registrados los derechos sobre ella, algo que nadie parece saber, hay montones de empresas que fabrican bolsas con la carita sonriente, por lo que es imposible seguirle la pista.
Vía muerta…
De las docenas de museos y bibliotecas que habían consultado Cooper, Sachs y Sellitto, sólo en dos les informaron de que un hombre había llamado hacía varias semanas preguntando por un número del Coloreds' Weekly Illustrated de julio de 1868. Eso era alentador, porque apoyaba la teoría de Rhyme de que la revista habría podido ser la razón por la que Geneva había sido atacada. Pero ninguna de las instituciones tenía el número, y nadie recordaba el nombre de la persona que había llamado, si es que lo había dado. Nadie más parecía contar con un ejemplar de la revista para que ellos pudieran echarle un vistazo. En el Museo de Periodismo Afroamericano de New Haven les comunicaron que ellos habían tenido la colección completa en microfichas, pero que había desaparecido.
Rhyme puso cara de pocos amigos al oír estas noticias, y así seguía cuando sonó un pitido en un ordenador y Cooper anunció:
– Tenemos la respuesta del VICAP.
Presionó una tecla y envió el mensaje de correo electrónico a todos los monitores del laboratorio de Rhyme. Sellitto y Sachs se apiñaron ante uno de ellos, Rhyme miraba su propia pantalla plana. Era un correo seguro enviado por un detective del laboratorio de la policía científica de Queens.
Detective Cooper:
De acuerdo con su solicitud, hemos contrastado el perfil criminal que usted nos envió tanto en VICAP como en HITS, y hemos obtenido estas dos concordancias.
Incidente uno: homicidio en Amarillo, Texas. Caso n° 3451-01 (Texas Rangers). Hace cinco años, Charles T. Tucker, de sesenta y siete años de edad, funcionario jubilado, fue encontrado muerto detrás de un pequeño centro comercial cercano a su casa. Le habían golpeado en la parte posterior de la cabeza con un objeto contundente, presumiblemente para reducirle, y luego le lincharon. Le pusieron una cuerda de fibra de algodón con un nudo corredizo alrededor del cuello y a continuación la pasaron por encima de una rama. Después el atacante tiró con fuerza. Los rasguños en el cuello indicaban que la víctima estuvo consciente durante algunos minutos antes de que le sobreviniera la muerte.
Elementos similares a los del caso de SD 109:
• Víctima dominada con un solo golpe en la parte posterior de la cabeza.
• El sospechoso llevaba zapatos del número 11, muy probablemente de la marca Bass. Desgaste irregular en el derecho, lo que sugiere pie torcido hacia afuera.
• Arma del homicidio: cuerda de fibra de algodón con manchas de sangre; fibras similares a las halladas en el escenario actual.