El agente regresó al teléfono y Rhyme le preguntó:
– ¿Cómo va el asunto de la bomba?
– Otra llamada anónima esta mañana sobre el consulado de Israel. Exactamente igual que la semana pasada. Sólo que mis soplones, incluso los más mimados, son incapaces de decirme nada con un poco de fundamento. Y me fastidia. Bueno, ¿qué se cuece por ahí?
– El caso nos está llevando a Harlem. ¿Trabajas mucho en la zona?
– A veces doy una vuelta por allí. Pero no soy una enciclopedia al respecto. Nacido y criado en BK.
– ¿BK?
– Brooklyn, originalmente la ciudad de Breuckelen, la cual nos fue entregada por cortesía de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales en la década de 1640. Primera población oficialmente declarada ciudad en el Estado de Nueva York, por si te interesa. Cuna de Walt Whitman. Pero no me has llamado para hablar de trivialidades.
– ¿Puedes escaparte un rato e ir a escarbar un poco por las calles?
– Veré lo que puedo hacer. Pero no puedo prometerte que vaya a servirte de mucho.
– Bueno, Fred, me llevas ventaja, tú pasas inadvertido en el norte de la ciudad.
– Ya, ya, ya. Yo no tengo el culo sentado en una silla de ruedas rojo chillón.
– Eso hace que sean dos ventajas -replicó Rhyme, cuyo cutis era tan pálido como el rubio cabello de Pulaski.
Las otras cartas de Charles Singleton llegaron de la casa de Geneva.
No habían estado guardadas con demasiado celo a lo largo de los años; estaban desvaídas y el papel era frágil. Mel Cooper las colocó cuidadosamente entre dos delgadas láminas acrílicas, después de tratar químicamente los pliegues para evitar que el papel se rompiera.
Sellitto se acercó a Cooper.
– ¿Qué tenemos aquí?
El técnico enfocó el escáner óptico sobre la primera carta y presionó un botón. La imagen apareció en varios de los monitores de ordenador que había por toda la habitación.
Mi amadísima Violet:
Sólo tengo un momento para escribirte unas palabras en esta calurosa y tranquila mañana de domingo. Nuestro regimiento, el 31.º de Nueva York, ha recorrido un largo camino desde que éramos inexpertos reclutas concentrados en la Isla de Hart. Pero ahora estamos ocupados en la trascendental misión de perseguir al mismísimo general Robert E. Lee, cuyo batallón se retiró después de su derrota en Petersburg, Virginia, el 2 de abril.
Ahora ha tomado posición para resistir con sus treinta mil soldados en el corazón de la Confederación, y le ha tocado a nuestro regimiento, entre otros, la tarea de guardar la frontera del oeste cuando intente escapar, lo que seguramente tendrá que hacer, ya que tanto el general Grant como el general Sherman le están aplastando con su superioridad numérica.
En este momento reina la tranquilidad previa a la tormenta, y estamos concentrados en una enorme granja. A nuestro alrededor deambulan esclavos descalzos, mirándonos, vestidos con la ropa de algodón típica de los negros. Algunos no dicen nada, pero nos miran sin comprender. Otros nos animan vigorosamente.
No hace mucho nuestro comandante vino cabalgando hacia nosotros, descendió de su caballo y nos explicó el plan de batalla para el día de hoy. Luego recitó -de memoria- unas palabras de Mr. Frederick Douglass, palabras que según recuerdo son las siguientes: «Una vez que al hombre de color se le haga llevar sobre su persona las letras US, un águila en los botones, un mosquete al hombro y balas en los bolsillos, nadie sobre la faz de la tierra podrá negar que se ha ganado el derecho a la ciudadanía estadounidense».
Luego hizo un saludo y dijo que era un privilegio para él haber servido junto con nosotros en esta compañía, a la que Dios le había encomendado reunificar nuestra nación.
Un «hurra» como yo no había oído jamás se elevó de las filas del 31°.
Y ahora, amor mío, oigo los tambores en la distancia y el estruendo de los morteros del cuatro y del ocho, que anuncian el comienzo de la batalla. Si éstas fueran las últimas palabras que puedo dedicarte desde este lado del río Jordán, quiero que sepas que te amo a ti y a nuestro hijo mucho más de lo que las palabras puedan expresar. Toma posesión de nuestra granja enseguida, sigue con la historia de que somos los encargados de esas tierras, no los dueños, y declina toda oferta de compra. Deseo que esta tierra pase intacta a nuestro hijo y a sus descendientes; los trabajos y los negocios van y vienen, los mercados financieros son caprichosos, pero la tierra es la gran constante de Dios, y nuestra granja, finalmente, traerá a nuestra familia respetabilidad a los ojos de aquellos que ahora no nos respetan. Será la salvación de nuestros hijos, y la de las generaciones venideras. Ahora, querida mía, debo una vez más coger mi rifle y hacer lo que Dios ha encomendado: asegurar nuestra libertad y proteger a nuestro sagrado país.
Con mi amor eterno,
Charles
9 de abril de 1865
Appomattox, Virginia
Sachs levantó la vista.
– Ufff. Esto sí que es una película de suspense.
– No tanto -dijo Thom.
– ¿Qué quieres decir?
– Bueno, sabemos que lograron defender la frontera.
– ¿Y eso?
– Porque el 9 de abril fue el día en que el sur se rindió.
– Aquí en realidad no estamos preocupados por los detalles de la historia -dijo Rhyme-. Yo lo que quiero es enterarme de lo del secreto.
– Eso está en ésta -dijo Cooper, escaneando la segunda carta. La colocó en el escáner.
Mi queridísima Violet:
Te echo de menos, querida, y también a nuestro pequeño Joshua. Me ha alentado la noticia de que tu hermana ha sobrellevado bien la enfermedad que siguió al nacimiento de tu sobrino, y agradezco a Nuestro Señor Jesucristo que tú estuvieras presente para acompañarla en ese difícil momento. Aun así, creo que lo mejor es que por ahora permanezcas en Harrisburg. Son tiempos críticos y más peligrosos, me parece a mí, que los que resultaron ser los de la guerra de secesión.
Han sucedido tantas cosas en el mes que tú has estado fuera. ¡Cómo ha cambiado mi vida, de simple granjero y maestro de escuela a mi actual situación! Estoy comprometido en asuntos que son difíciles y peligrosos y -me atrevo a decir- vitales para el bien de nuestro pueblo.
Esta noche, mis colegas y yo nos reuniremos nuevamente en Gallows Heights, que ha llegado a parecerse a un castillo sitiado. Los días son interminables; el viaje, agotador. Mi vida consiste en arduas horas y en un ir y venir bajo el manto de la oscuridad, y evitando a los que podrían hacernos daño, que son muchos, y no son sólo los antiguos rebeldes; hay mucha gente en el norte que es también hostil a nuestra causa. Recibo frecuentes amenazas, algunas veladas, algunas explícitas.
Otra pesadilla me despertó esta madrugada. No recuerdo las imágenes que asolaron mi sueño, pero cuando me desperté, ya no pude volver a dormirme. Me quedé en la cama hasta el amanecer, pensando en lo difícil que es guardar este secreto. Deseo tanto compartirlo con el mundo, pero sé que no puedo. No tengo la menor duda de que las consecuencias de revelarlo serían trágicas.
Perdona mi tono sombrío. Te echo de menos a ti y a nuestro hijo, y estoy terriblemente cansado. Tal vez el día de mañana vea un renacer de la esperanza. Rezo por que así sea.