• Bibliotecario, víctima, informó que alguien más deseaba ver artículo:
• Requerimiento de registro de llamadas telefónicas del bibliotecario para comprobarlo:
• Sin pistas.
• Requerimiento de información a empleados acerca de si otra persona deseaba ver artículo:
• Sin pistas.
• Búsqueda de copia del artículo:
• Varias fuentes informan que un hombre solicitó mismo artículo. Sin pistas para identificarle. La mayoría de los ejemplares están desaparecidos o destruidos. (Ver tabla adjunta).
• Conclusión: G. Settle posiblemente todavía en situación de riesgo.
• Perfil del incidente enviado a VICAP y NCIC:
• Asesinato en Amarillo, Texas, cinco años atrás. Modus operandi similar: escenario del crimen amañado (en apariencia crimen ritual, pero móvil verdadero desconocido).
• Asesinato en Ohio, tres años atrás. Modus operandi similar: escenario del crimen amañado (en apariencia agresión sexual, pero verdadero móvil probablemente asesinato por encargo). Expedientes extraviados.
PERFIL DE SD 109
• Blanco, masculino.
• 1,80 m de estatura, 90 kg.
• Voz normal.
• Utilizó teléfono móvil para acercarse a la víctima.
• Usa zapatos que tienen tres años o más, número 11, marca Bass, marrón claro. Pie derecho ligeramente torcido hacia afuera.
• También con perfume a jazmín.
• Pantalones oscuros.
• Pasamontañas oscuro.
• Atacará a inocentes si eso le ayuda a matar a sus víctimas y escapar.
• Muy probablemente asesino a sueldo.
PERFIL DE PERSONA QUE CONTRATÓ A SD 109
• Por el momento sin información.
PERFIL DE CHARLES SINGLETON
• Antiguo esclavo, antepasado de G. Settle. Casado, un hijo. Amo le donó huerto en Estado de Nueva York. También trabajó de maestro. Desempeñó papel importante en inicios del movimiento por derechos civiles.
• Supuestamente Charles perpetró robo en 1868, tema del artículo en microficha robada.
• Afirma que tenía un secreto que podría tener relación con el caso. Preocupado porque si su secreto fuera revelado las consecuencias serían trágicas.
• Concurría a reuniones en el barrio neoyorquino de Gallows Heights.
• ¿Involucrado en actividades arriesgadas?
• El crimen, según el Coloreds' Weekly lllustrated:
• Charles arrestado por el detective William Simms por robo de gran suma del Fondo para los Libertos en NY. Se introdujo en el tesoro del Fondo, testigo le vio irse poco después. Herramientas suyas halladas en las proximidades. La mayoría del dinero fue recuperado. Fue sentenciado a cinco años de cárcel. Sin información referida a él después de la sentencia. Se creyó que había utilizado su relación con los líderes del incipiente movimiento por los derechos civiles para lograr tener acceso al Fondo.
• Correspondencia de Charles:
• Carta 1, a esposa: disturbios en 1863, gran enardecimiento contra los negros por todo el Estado de NY, linchamientos, incendios provocados. Propiedades de los negros en riesgo.
• Carta 2, a esposa: Charles en la batalla de Appomattox al final de la guerra civil.
• Carta 3, a esposa: involucrado en el movimiento por los derechos civiles. Amenazado por este trabajo. Atribulado por su secreto.
CAPÍTULO 10
En la década de 1920 surgió en la ciudad de Nueva York el Nuevo Movimiento Negro, llamado luego el Renacimiento de Harlem.
Involucró a un asombroso grupo de pensadores, artistas, músicos y, sobre todo, escritores, que abordaban su quehacer mirando la vida de los negros no desde el punto de vista de la América blanca sino desde su propia perspectiva. Este movimiento pionero tuvo entre sus adeptos a hombres y mujeres como los intelectuales Marcus Garvey y W. E. B. DuBois, a escritores como Zora Neale Hurston, Claude McKay y Countee Cullen, a pintores como William H. Johnson y John T. Biggers, y, por supuesto, a los músicos que pusieron la inmortal banda sonora a todo ello: gente como Duke Ellington, Josephine Baker, W. C. Handy y Eubie Blake.
En semejante panteón de luminarias era difícil que destacara la voz de cualquier artista en particular, pero si sobresalió la de alguno, tal vez haya sido la del poeta y novelista Langston Hughes, de cuya voz y mensaje son representativas las siguientes palabras: «¿Qué le sucede a un sueño postergado? / ¿Se seca como una uva al sol…?¿O explota?».
Hay muchos monumentos que conmemoran a Hughes por todo el país, pero sin duda uno de los más grandes y más dinámicos, y probablemente aquel que más le habría llenado de orgullo, era un viejo edificio de cuatro plantas en Harlem, de ladrillo rojo, situado cerca de Lennox Terrace, en la calle 135.
Al igual que todas las escuelas de la ciudad, el Instituto Langston Hughes tenía problemas. Siempre había exceso de alumnado y déficit presupuestario, y luchaba desesperadamente por conseguir y conservar buenos profesores, y también para mantener a los alumnos en clase. Sufría de bajos índices de graduación, violencia en los pasillos, drogas, bandas, embarazos adolescentes y absentismo. Aun así, del instituto habían salido graduados que se habían convertido en abogados, empresarios de éxito, médicos, científicos, escritores, bailarines y músicos, políticos, y profesores, de uno y otro sexo. Tenía equipos ganadores en competiciones deportivas y un buen número de sociedades académicas y clubes de artes.
Pero para Geneva Settle, el Instituto Langston Hughes era más que esas estadísticas. Era su vía de salvación, una isla de bienestar. En ese momento, cuando las sucias paredes de ladrillo entraron en su campo visual, el miedo y la ansiedad que la habían atenazado desde el terrible incidente en el museo, esa mañana, disminuyeron considerablemente.
El detective Bell aparcó el coche y, después de mirar a su alrededor por si hubiera algún peligro, ambos descendieron. El hombre señaló con la cabeza una esquina y le dijo al joven agente, el señor Pulaski:
– Usted espere aquí.
– Sí, señor.
– Usted también puede esperar aquí, si quiere -agregó Geneva, dirigiéndose al detective.
Bell soltó una risa.
– Yo me quedaré un rato con usted, si no le importa. Bueno, de acuerdo, ya veo que sí le importa. Pero creo que de todas maneras la acompañaré. -Se abotonó la americana para ocultar las armas-. Nadie me prestará la menor atención. Cogió el libro de estudios sociales.
Sin responder, Geneva hizo una mueca de disgusto y se encaminaron hacia el instituto. En el detector de metales, la chica mostró su carné de identidad y el detective Bell enseñó veladamente su cartera y se le permitió pasar por un lateral del aparato. Era justo antes de la quinta clase, que comenzaba a las 11:37, y los pasillos estaban abarrotados: chavales arremolinándose por todos lados, dirigiéndose a la cafetería o al patio exterior del instituto o a la calle a comprar comida rápida. Había bromas, toqueteos, flirteos, morreos. Alguna que otra pelea. Reinaba el caos.
– Es la hora de comer -anunció Geneva, levantando la voz por encima del griterío-. Me voy a la cafetería a estudiar. Es por aquí.
Tres de sus amigas acudieron a toda prisa: Ramona, Chalette y Janet. Se pusieron a andar a su lado, siguiéndole el paso. Como ella, eran chicas listas. Agradables, nunca causaban problemas, seguían el camino marcado por el estudio. Aun así -o tal vez a causa de ello- no estaban especialmente unidas; no salían juntas. Después de clase se iban a casa, estudiaban violín o piano en un instrumento marca Suzuki, hacían tareas de voluntariado en grupos de alfabetización o se preparaban para concursos de ortografía o para los torneos de ciencias Westinghouse, y, por supuesto, estudiaban. Las actividades académicas implicaban soledad. (Una parte de Geneva envidiaba a las otras camarillas del instituto, como las chicas pandilleras, las blingstas, las deportistas y las hermanas activistas del grupo de Angela Davis). Las tres revoloteaban a su alrededor como si fueran sus amigas íntimas, echándose encima de ella, acribillándola a preguntas. ¿Te tocó? ¿Le viste el pito? ¿Te golpeó? ¿Viste al tipo cuando le dispararon? ¿A qué distancia estabas?