Con cuidado…
Ésa era la parte más difícil. El polvo de cianuro de potasio que tenía allí era realmente peligroso -había suficiente para matar a treinta o cuarenta personas-, pero en ese estado, seco, era bastante estable. Al igual que con la bomba que había puesto en el coche policía, el polvo blanco necesitaba combinarse con ácido sulfúrico para producir el gas letal (el infame Zyklon-B usado por los nazis en sus duchas de exterminio).
Pero el punto clave es el ácido sulfúrico. Una concentración demasiado baja produce gas lentamente, lo que puede dar a las víctimas la oportunidad de olerlo y escapar. Pero una concentración demasiado alta, del veinte por ciento, hace que el cianuro explote antes de disolverse, lo que esparce el efecto mortal deseado.
Thompson necesitaba que la concentración fuera lo más cercana posible al veinte por ciento, por una razón muy sencilla. El lugar donde iba a colocar el artefacto, la vieja casa del Central Park West en la que se alojaba Geneva Settle, no era hermética, precisamente. Tras enterarse de que éste era el lugar donde estaba escondida la chica, Thompson había hecho su propia investigación sobre la casa, y había notado que las ventanas no estaban selladas y el sistema de calefacción y aire acondicionado era anticuado. Sería un desafío convertir la enorme estructura en una cámara letal.
Tiene que entender lo que estamos haciendo aquí. Es como todo en la vida. Las cosas nunca van al cien por cien como la seda. Nada termina saliendo tal como nos hubiera gustado…
El día anterior le había dicho a su patrón que el próximo intento de matar a Geneva saldría bien. Pero ahora no estaba muy seguro. La policía era demasiado buena.
Haremos algún apaño y seguiremos adelante. No tenemos que actuar llevados por los nervios.
Bien, él no estaba nervioso ni preocupado. Pero necesitaba tomar medidas drásticas, en varios frentes. Si el gas venenoso mataba a Geneva en la casa, bien. Pero su objetivo principal no era ése. Como mínimo, tenía que quitarse de en medio a algunos otros de los que estaban dentro, a saber, los investigadores que le estaban buscando a él y a su jefe. Matarlos, dejarlos en coma, causarles daño cerebral, lo que fuera. Lo importante era minar sus fuerzas.
Thompson comprobó la concentración otra vez, y la modificó un poco, para compensar la forma en que el aire alteraría el equilibrio del pH. Las manos le temblaban un poco, así que se apartó un momento para calmarse.
Tssssst…
La canción que había estado silbando se convirtió en Stairway to Heaven.
Thompson se echó hacia atrás, reclinándose en la silla, y pensó en cómo meter la bomba de gas en la casa. Se le ocurrieron algunas ideas, incluyendo una o dos de las que estaba casi seguro que funcionarían. Comprobó una vez más la concentración del ácido, silbando distraídamente a través de la boquilla de la máscara. El analizador indicaba que la concentración era del 19,99394 por ciento.
Perfecto.
Tssssst…
La nueva melodía que le vino a la mente fue el Himno a la alegría de la Novena Sinfonía de Beethoven.
Amelia Sachs no había muerto aplastada por la arcilla y la tierra, ni había reventado por los inestables explosivos de la artillería del siglo XIX.
En aquellos momentos se encontraba, duchada y vestida con ropa limpia, en el laboratorio de Rhyme, mirando lo que había caído de la cisterna seca sobre su regazo, una hora antes.
No era una vieja bomba. Pero ahora ya no había duda de que había sido Charles Singleton quien lo había dejado en el aljibe la noche del 15 de julio de 1868.
La silla de Rhyme estaba ante la mesa de análisis de pruebas, al lado de Sachs, y ambos estaban mirando la caja de cartón con las prueba recogidas. Cooper estaba con ellos, poniéndose los guantes de látex.
– Tendremos que contárselo a Geneva -dijo Rhyme.
– ¿Es necesario? -respondió Sachs llena de reticencia-. No quiero hacerlo.
– ¿Decirme qué?
Sachs se volvió rápidamente. Rhyme se apartó de la mesa y dio media vuelta con su Storm Arrow pensando: «¡Demonios!, tendríamos que haber sido más discretos». Geneva Settle estaba de pie en la puerta.
– Han encontrado algo sobre Charles en el sótano de la taberna, ¿verdad? ¿Han descubierto que sí robó el dinero? ¿Era ése su secreto después de todo?
Rhyme le dirigió una mirada a Sachs.
– No, Geneva. No. Hemos encontrado otra cosa. -Señaló la caja con la cabeza-. Ven, mira esto.
La chica se acercó. Se detuvo, parpadeando, con los ojos clavados en la parduzca calavera humana. Era eso lo que habían visto en la imagen obtenida mediante sondeo por ultrasonido, y lo que había caído sobre el regazo de Sachs. Con la ayuda de Vegas -el perro pastor de Brie de Gail Davis- la detective había recuperado el resto de los huesos. Los huesos, que Sachs había confundido con las tablas de una caja fuerte, pertenecían a un hombre, según determinó Rhyme. Al parecer, el cuerpo había sido metido verticalmente en la cisterna del sótano de la taberna Potters' Field justo antes de que Charles le prendiera fuego. El sondeo por ultrasonido había detectado el cráneo visto desde arriba, y debajo de éste, una costilla, lo que parecía una bomba con su mecha.
Los huesos estaban en una segunda caja sobre la mesa de trabajo.
– Estamos casi seguros de que es un hombre al que mató Charles.
– ¡No!
– Y luego quemó el lugar para que no se descubriera el asesinato.
– Ustedes no pueden saber eso -gritó Geneva.
– No, no lo sabemos. Pero es una deducción razonable. -Rhyme explicó-: Su carta decía que iría al Potters' Field con un revólver Navy Colt. Ésa era un arma de las que se usaron en la guerra civil. No funcionaba como las armas actuales, en las que uno carga una bala en la parte trasera del cilindro. Había que cargar cada bala desde la boca, con una bola y pólvora.
La chica movió la cabeza. Su mirada estaba clavada en los huesos marrones y negros, en la calavera con las cuencas vacías.
– Encontramos información sobre armas como éstas en nuestra base de datos. Es una pistola calibre 36, pero la mayoría de los soldados de la guerra civil usaban balas calibre 39. Son un poco más grandes y entran más a presión. Eso hace que el disparo sea más preciso.
Sachs levantó una bolsa de plástico pequeña.
– Esto estaba en la cavidad craneana. -En su interior había una pequeña esfera de plomo-. Es una bala calibre 39 disparada por una pistola calibre 36.
– Pero eso no demuestra nada. -Geneva miraba el agujero que había en la frente de la calavera.
– No -dijo Rhyme amablemente-. Sugiere. Pero sugiere muy fuertemente que Charles le mató.
– ¿Quién era el muerto?
– No tenemos ni idea. Si llevaba algún tipo de identificación encima, se quemó o se desintegró, junto con sus ropas. Encontramos la bala, un arma pequeña que probablemente llevaba con él, algunas monedas de oro y un anillo con la palabra… ¿cuál era la palabra, Mel?
– «Winskinskie». -Sostuvo una bolsa de plástico en la que había un sello de oro. Sobre la inscripción tenía grabado el perfil de un indio americano.
Cooper encontró rápidamente lo que significaba la palabra: «portero» o «guardián» en la lengua de los indios delaware. Podía ser el apellido del hombre muerto, aunque su estructura craneal sugería que no era un indio americano. Probablemente, supuso Rhyme, se trataría del eslogan de alguna logia o fraternidad o escuela, y Cooper había enviado mensajes por correo electrónico a algunos profesores de historia y de antropología para ver si conocían la palabra.
– Charles no pudo haber hecho eso -dijo su descendiente en voz baja-. Él no habría matado a nadie.