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Seguiremos muy brevemente ese desplazamiento de la conciencia, eje sobre el que gira toda su obra, que permitirá situar La casa de citas en una perspectiva, ¡ay!, coherente.

En Las gomas (1953), el detective Wallas se encarga de investigar un crimen que aún no se ha cometido y que finalmente el propio Wallas acaba cometiendo. Fiel a sus objetivos (indagar un mundo despojado de conceptos engañosos y tranquilizadores), Robbe-Grillet despliega aquí una conciencia completamente volcada al mundo exterior y fuera de sí misma: una conciencia fenomenológica, intencional (en el sentido del primer Husserl): las conexiones objetivas se imponen a la conciencia, no son producto de ella. El mundo, escenificado en una ciudad laberíntica, se constituye así, valga la redundancia, en un laberinto que la conciencia se ve impulsada a desvelar. Pero toda voluntad de conocimiento lleva implicita una culpa que debe expiarse, y efectivamente Wallas la expía. Así, el mundo se erige en destino y fatalidad. El narrador, omnisciente al estilo de Asmodeo, privilegia este o aquel punto de vista: la conciencia no posee unicidad y se dispersa en un opaco mundo objetivo que funciona como un perfecto mecanismo de relojería en el que aquélla giraría eternamente si el propio mundo no introdujera un décalage que, por un instante, rompe su pesadillesca simetría. En suma, una conciencia desamparada, lanzada de pronto a un mundo de objetos inmediatos y carentes de significación convencional, pero animados de un sentido que escapa a la conciencia: de ahí el sesgo trágico de Las gomas. Conforme a este dominio absoluto del mundo sobre la conciencia, el lenguaje sólo describe y designa: no constituye, no da ser, sino que se limita a constatar la presencia de un ser opaco e inextricable.

En El mirón (1955), el viajante de comercio Mathias comete un crimen en una isla poco habitada y al final consigue escapar impune. Aquí la conciencia da un primer paso, replegándose sobre sí y ampliando el campo de su libertad: ya no estará a la completa merced del mundo exterior. La sombría atmósfera de la ciudad da paso a una isla donde prevalece la luminosidad, que si bien acentúa la presencia de los objetos también permite a la conciencia servirse de ellos. El narrador utiliza al mundo como medio para borrar las huellas del crimen. La conciencia se fortalece y el mundo cede terreno: la opacidad de los objetos ya no representa una amenaza ni abriga un secreto por el que luego la conciencia tenga que pagar (como en Las gomas). Por el contrario, en esta novela la culpa está ausente (aunque, paradójicamente, la trama verse sobre la ocultación de un crimen) desde que no hay búsqueda del conocimiento sino lo contrario: ocultación del conocimiento, una puesta en escena tendente a ocultar, no a desvelar. Así pues, en El mirón el mundo comienza a ser escenario de la conciencia. Y el lenguaje ya no sólo denota, sino que también constituye un ser, una realidad: la de Mathias, que, literalmente, «construye» su propia evasión. La conciencia, ahora limitada al punto de vista del narrador, adquiere unicidad y es capaz de orientarse y valerse del mundo, que pierde así carácter de amenaza inescrutable. Con todo, es una relación de tensión entre dos entes que todavía se representan como independientes y enfrentados. Todavía la conciencia necesita íntegramente del mundo para constituirse.

En La celosía (1957), ambientada en un país tropical, un marido celoso es testigo ocular y testigo imaginario de una ambigua relación entre su mujer y otro hombre, a partir de la cual elabora obsesiones y fantasías. Aquí Robbe-Grillet consigue un tenso equilibrio entre objetividad y subjetividad: conciencia y mundo dividen sus fuerzas como si cada uno tirara del extremo de una soga y sólo eso permitiera el equilibrio. La conciencia se ha replegado al punto de que el protagonista es capaz de experimentar y crear el mundo espiándolo inmóvil desde detrás de una celosía (en las novelas anteriores los personajes se veían obligados a adentrarse en el mundo). Mundo y conciencia están ahora en pie de igualdad: se necesitan y se metamorfosean en una clara dialéctica entre dos fuerzas equivalentes, fascinadoras y fascinadas alternativamente. No obstante, no se fusionan, aunque ya no sean presencias completamente extrañas. La conciencia, en su repliegue con respecto a la novela anterior, es capaz de influir al mundo con su propia materia (obsesiones, alucinaciones, fantasías), ampliando de ese modo su libertad. El lenguaje se constituye en supremo hacedor. Así, estamos muy lejos tanto del mundo amenazador y omnipotente (Las gomas) como del neutro pero absolutamente necesario a efectos de la conciencia (El mirón). Por lo demás, el título alude claramente a este equilibrio objeto-sujeto.

En el laberinto (1959) narra las vicisitudes de un soldado que regresa de la guerra a una ciudad desconocida con la misión de entregar un misterioso paquete a cierta persona a la que tampoco conoce. Robbe-Grillet llega aquí al final del camino iniciado en Las gomas. Toda la novela responde a los impulsos de la conciencia, que ha ampliado su libertad al extremo de no necesitar ya del mundo objetivo, sino que por sí misma lo crea completamente. Si en La celosía la conciencia espiaba el mundo y lo metamorfoseaba a raíz de esa visión, aquí permanece encerrada en una habitación, y crea la novela (el mundo) a partir de un objeto de la habitación (un cuadro). Absoluto predominio de la subjetividad. El mundo objetivo se convierte en producto de la conciencia, que se sirve de la omnipotencia de la imaginación en una historia que, paradójicamente, es la más clara y lineal. En las antípodas de Las gomas, asistimos al extravío del mundo en los recovecos y laberintos de la conciencia. Esta novela, así pues, es la culminación del movimiento de la conciencia en su intento por aprehender la realidad. Aquí la conciencia es tan poderosa que podría asimilarse a la concepción de los realistas medievales, para quienes ninguna diferencia existe entre los elementos del pensamiento y los fenómenos del mundo.

A lo largo de estas cuatro novelas los extremos de la representación (conciencia-mundo) han terminado por intercambiar sus posiciones iniciales, descubriendo en esa trayectoria posibles relaciones que la realidad establece con el hombre. No obstante, en este proceso de cambio conciencia y mundo han permanecido siempre como entes antagónicos y enfrentados. El triunfo inicial del mundo en Las gomas acaba en ruidosa derrota en En el laberinto (precisamente el cuadro que origina la novela se titula «La derrota de Reichenfels»). A Robbe-Grillet ya no le era posible continuar por este camino, agotado en todas sus posibilidades. A este respecto, es significativo qué las cuatro novelas se publicaron consecutivamente cada dos años, mientras que hasta La casa de citas transcurre un paréntesis de seis años. En ese período, aparte los textos breves recogidos en Instantáneas, Robbe-Grillet se dedicó preferentemente a su vocación de cineasta, escribiendo el guión de El año pasado en Marienbad y dirigiendo su guión La inmortal. Sin duda fue necesario un período de reflexión y maduración de la nueva etapa que preparaba para su narrativa.