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La pesadilla recurrente de Walsh era que al quedar embarazada por un descuido su hija había sembrado semillas de infelicidad que crecerían y madurarían con cada generación siguiente. Alcanzó a McLoughlin.

– La vida es un rompecabezas, Andy. Mirará atrás, al final, y verá dónde encajaban las piezas, aunque ahora no lo pueda ver. Las cosas le irán mejor. Siempre es así.

– Claro que sí, señor. «Todo es por el bien del mejor de todos los mundos posibles.» Cree en esa mierda, ¿verdad?

Walsh quedó aplastado.

– Pues sí, en realidad.

Se estaban acercando a la casa del hielo que se alzaba como una silueta recortada contra las lámparas de arco voltaico situadas al otro lado. McLoughlin hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta abierta y la oscuridad del interior.

– Adivino dónde le hubiese dicho él que se metiera su pequeño aforismo. No estaría de acuerdo.

– Pero puede que sí su asesino.

«Y también puede que sí su mujer -pensó Walsh, mordazmente-, metida en la cama con la humanidad jovial y ligeramente cálida en forma de Jack Booth.»

Levantó una mano para saludar al policía Jones cuando dieron la vuelta al edificio.

– ¿Encontraron algo?

Jones señaló un trozo de lona en el suelo, con diversos objetos.

– Eso es todo, señor. Hemos trabajado en un radio de cincuenta metros alrededor de la casa del hielo. Les he dicho a los muchachos que dejasen el bosque que se extiende a lo largo del muro de la parte de atrás para mañana. Las lámparas proyectaban demasiadas sombras para poder ver bien.

Walsh se puso en cuclillas aguantándose sobre sus caderas y usó un lápiz para seleccionar y revolver la colección de bolsas de patatas fritas vacías, envolturas de caramelos, dos pelotas de tenis raídas y otras cosas. Separó tres condones usados, unas bragas tipo bikini descoloridas y muchos cartuchos gastados.

– Investigaremos sobre esto. No creo que el resto vaya a decirnos nada -se impulsó para ponerse en pie-. Bien, creo que podemos dar por acabado el día. Jones, quiero que continúen registrando los jardines mañana. Concéntrese en las zonas de bosque, a lo largo del muro posterior y hacia arriba, hasta las verjas de delante. Reúna un equipo para ayudarles. Andy, siga con los interrogatorios hasta que yo me una a usted. Pregunte a Fred Phillips si ha utilizado una escopeta últimamente. Comprobaremos en la comisaría si él o cualquiera de aquí tiene licencia para usar una. El sargento Robinson y los otros policías pueden ir de puerta en puerta por el pueblo -señaló los condones y las bragas-. Parece que es poco probable que alguien de Grange haya abandonado ninguno de esos objetos en el jardín, pero a pesar de eso, usted -miró a McLoughlin- podría preguntarlo con tacto -se volvió hacia Jones-. ¿Estaban juntos en el mismo sitio?

– Esparcidos por ahí, señor. Marcamos las posiciones.

– Buen chico. Parece como si un Lotario [1] local tuviese la costumbre de traer a su novia aquí. Si es así, quizá pueda darnos alguna información. Le diré a Nick Robinson que se centre en eso.

Había una mirada amarga en el rostro de McLoughlin. No le gustaba mucho el panorama de dialogar a propósito de condones usados con las mujeres de Grange.

– ¿Y usted, señor? -preguntó.

– ¿Yo? Voy a volver a examinar uno o dos expedientes, sobre todo el de la señorita Cattrell. Es un hueso duro. No me gusta la idea… nada de nada.

Walsh apretó los labios y se los estiró con un dedo y el pulgar.

– Hay un expediente del Cuerpo Especial, tan largo como su brazo, que se remonta a cuando era estudiante. Tuve acceso a algunas secciones de éste cuando Maybury desapareció. Por eso supe que estaba entonces en Greenham Common. Ha puesto algunas chinitas en el camino con los años. ¿Recuerda la locura de hace un par de años sobre una «contabilidad creativa» del ministerio de Defensa? Alguien añadió un cero a una propuesta de tres millones de libras y el ministerio pagó diez veces más de lo que el contrato valía. Aquélla fue la noticia en exclusiva de Anne Cattrell. Rodaron cabezas. Es un hacha en hacer rodar cabezas -se tocó la mandíbula concentrado-. Sugiero que recuerde eso, Andy.

– Está siendo un poco drástico, ¿no, señor? Si es tan buena, ¿qué demonios está haciendo aguantando aquí, en las poco pobladas regiones de Hampshire? Debería estar en Londres en una de las publicaciones nacionales más importantes -dijo. Le había pinchado el tono de Walsh de admiración divertida.

– Oh, es buena -dijo Walsh con acritud-, y trabajaba para un periódico nacional londinense antes de que abandonara todo para venir aquí y convertirse en periodista independiente. No cometa el error de subestimarla. He visto algunos de los comentarios de su expediente. Es una putita con agallas, no es el tipo de persona con la cual uno se pueda permitir medir las armas a la ligera. Tiene un historial de compromiso con la izquierda y sabe todo lo que hay que saber acerca de los derechos civiles y del poder de la policía. Ha sido directora de prensa de la Campaña pro Desarme Nuclear, es una abierta feminista, una sindicalista activa, ha estado relacionada con la Tendencia Militante [2] y en una ocasión fue miembro del partido comunista.

– ¡Dios! -irrumpió airadamente McLoughlin- ¿Qué demonios está haciendo, viviendo en una condenada mansión? Maldita sea, señor, tienen un par de sirvientes que trabajan para ellas.

– Es fascinante, ¿verdad? ¿Qué es lo que hizo que acabara con su trabajo y sus principios? Propongo que se lo pregunte mañana. Es la maldita primera ocasión que hemos tenido hasta ahora para descubrirlo.

El viejo apestaba a whisky. Estaba sentado como un torpe Guy Fawkes [3] en el portal de un estanco de Southampton, sus piernas cubiertas por unos pantalones de color incongruentemente rosa chillón, su anticuado sombrero torcido sobre su cabeza calva, y una alegre canción en sus labios. Era casi medianoche. Como hacen los borrachos, llamaba a los transeúntes entre fragmentos de la canción; ellos, con miradas de soslayo, cruzaban la calle o pasaban corriendo con paso apresurado.

Un policía se acercó y se detuvo delante de él, preguntándose qué hacer con el viejo loco y tonto.

– Eres un pesado, un verdadero fastidio -dijo amablemente.

El vagabundo lo miró, algo desconcertado.

– Un pajolero moscarda -dijo, expresión con la que indicó su edad, antes de que una mirada de reconocimiento entrara en sus ojos-. Por Dios, si es el sargento Jordan -se rió agudamente. Sacó una botella enfundada en un papel marrón de entre un escondrijo de su abrigo, le quitó el tapón de corcho con sus dientes marrones y se la ofreció al poli-. Tome un trago, viejo amigo.

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[1] Personaje de Hamlet por cuyo nombre en el mundo anglosajón se designa al seductor por excelencia. Sería análogo a nuestro Don Juan. (N del E)

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[2] Corriente de carácter troskista en el seno del partido laborista (N del E)

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[3] Soldado y conspirador inglés (York 1570-Londres 1606) Fue el principal agente de la Conspiración de la pólvora, conjuración de algunos católicos para hacer saltar el edificio del parlamento, mientras sus miembros se reunían con el rey Jacobo I (N del E)