Выбрать главу

Tenía una nuez bastante pronunciada que subía y bajaba al hablar.

– Sólo cuando la gente va a visitarla, especialmente hombres, actúa, esto es, de una manera extraña. El médico está seguro de que su recuperación es sólo cuestión de tiempo -se retorció las manos-. La verdad es que ni a él ni a mí nos gustaría volver allí. Parece haber desarrollado una manía por el sexo y la religión. Enviaré a mi esposa, aunque para ser sincero, su último encuentro con la señora Thompson fue cualquier cosa salvo feliz; me acusó de haberme visto en la iglesia con sólo los calcetines y los zapatos puestos.

La nuez subió nerviosamente juntándose con la barbilla.

– Pobre mujer. Vaya tragedia para ella. Deje el asunto en mis manos, inspector. Estoy seguro de que es sólo cuestión de tiempo que acepte la desaparición de Daniel. Debe haber un texto para tratar acerca de eso. Yo me ocuparé.

El detective sargento Robinson llamó al timbre de Anne y esperó. La puerta estaba un poco entreabierta y se oyó una voz: «Pase», a cierta distancia. Anduvo por el pasillo hasta la habitación del final. Anne estaba sentada delante de su escritorio, con un lápiz tras la oreja, y un pie calzado en una bota apoyado en un cajón abierto seguía el ritmo de la canción Jumping Jack Flash que sonaba discretamente en el equipo estereofónico. Levantó la mirada y le señaló con la mano una silla vacía.

– Soy Anne Cattrell -dijo, cogiendo el lápiz de detrás de la oreja y marcando una corrección en una página mecanografiada-. «Orgasmo vaginaclass="underline" realidad o ficción», había luchado para llegar a alguna especie de climax en cinco folios.

El policía tomó asiento.

– Detective sargento Robinson -se presentó.

Anne sonrió.

– ¿Qué puedo hacer por usted?

«Demonios -pensó-, está muy bien, más que bien.» Con la suerte de gorra que formaban sus cabellos oscuros y ojos separados, le recordó a Audrey Hepburn. De la manera que McLoughlin había hablado de ella la tarde anterior, había estado esperando una verdadera cara de perro.

– No será demasiado -dijo-, sólo algo que no cuadra.

– Adelante. ¿Le molesta la música?

– No. Es una de mis canciones favoritas -dijo ateniéndose a la verdad-. Es esto, señorita Cattrell, tanto usted misma como la mayoría de la gente del pueblo de Streech han dado a entender que usted y sus amigas son lesbianas -se detuvo.

– Siga.

– Sin embargo, cuando se lo mencioné al señor Clarke en el pub esta mañana, se rió a carcajadas y manifestó, aunque no exactamente con estas palabras, que usted era sin duda alguna heterosexual.

– ¿Cuál fueron exactamente sus palabras? -preguntó con curiosidad.

Reparó en el cenicero lleno de su escritorio.

– Le importa si fumo, ¿señorita Cattrell?

Anne le ofreció uno de sus cigarrillos.

– Considérese mi invitado.

Observó cómo encendía el cigarrillo en silencio.

– Dijo que había tenido más hombres que yo comidas calientes -dijo apresuradamente.

Ella se rió entre dientes.

– Sí, ese tópico tan trillado suena a Paddy. Así, quiere saber si soy lesbiana y, si no lo soy, por qué he dado la impresión de serlo -dijo. Robinson casi pudo oír la mente de ella chasqueando-. ¿Por qué una mujer daría a la gente motivos para que la despreciaran a menos que quisiera despistarlos, desviar su atención de alguna otra cosa? – le apuntó con el lápiz-. Creen que he asesinado a uno de mis amantes y que he dejado que se pudriese en la casa del hielo.

Sus manos eran tan pequeñas y delicadas como las de una niña.

– No -mintió alegremente Robinson-. Para ser sincero, no es muy importante en cualquier caso, es algo que nos ha desconcertado. Además -continuó, con una indirecta a oscuras-, me inspiró más simpatía el señor Clarke que cualquiera de los otros con los que hablé y no puedo creer que sea él quien esté equivocado.

– Inteligente de su parte -dijo Anne con agradecimiento-. En asuntos no relacionados con el sexo, Paddy tiene más sentido común en su dedo meñique que todo Streech reunido.

– ¿Y bien? -preguntó él.

– ¿Estaba su mujer cuando habló con él?

El detective sargento Robinson negó con la cabeza.

– Hablamos completamente en confianza, aunque lo que contó de usted lo hizo con el propósito de transmitirlo. Dijo que estaba harto de la mmm…, esto, las tonterías que corrían sobre ustedes tres.

– ¿La mierda? -le facilitó amablemente.

– Sí -se rió con una mueca infantil-. De hecho, conocí a su mujer cuando ya me iba. Se me encogió el ombligo al verla.

Anne encendió un cigarrillo.

– Fue monja en un momento dado e increíblemente guapa. Conoció a Paddy en la iglesia y él la arrastró y la convenció de que rompiera los votos. Nunca le ha perdonado por ello. A medida que se hace mayor, su pérdida de la gracia de Dios toma proporciones cada vez más grandes. Cree que no haber tenido hijos es un castigo del Señor -explicó. Se divirtió con el asombro de Robinson.

– ¿Me está tomando el pelo? -preguntó. No podía creer que la señora Clarke hubiese sido guapa alguna vez.

Sus ojos oscuros brillaron.

– Por Dios, es cierto -echó un anillo de humo al aire-. Hace quince años encendió la pasión de Paddy. La chispa todavía está ahí. De vez en cuando vuelve a prender cuando se olvida de sí misma, aunque Paddy no lo vea. Él ha aceptado la imagen superficial y ha olvidado lo mejor de ella, que permanece oculto.

– Podría decir eso de cualquiera -señaló Robinson.

– En efecto, podría.

Jumping Jack Flash había dado paso a Mother's Little Helper. Los pies de Anne siguieron el nuevo ritmo.

Robinson esperó un momento, pero ella no prosiguió.

– ¿Es la información del señor Clarke acerca de usted correcta, señorita Cattrell?

– Está excesivamente equivocado en el número, a menos que su madre le privase de comidas calientes, pero el significado general es exacto.

– Y entonces ¿por qué le dijo al sargento McLoughlin que era lesbiana?

Anne anotó algo más en la página con el lápiz.

– No lo hice -habló sin alzar la mirada-. Oyó lo que quería oír.

– No es un mal tipo -dijo él sin convicción, preguntándose por qué sentía la necesidad de defender a McLoughlin-. Ha sufrido una mala época últimamente.

La mujer levantó los ojos.

– ¿Es amigo suyo?

Robinson se encogió de hombros.

– Supongo que sí. Me ha hecho algunos favores, me ha prestado ayuda un par de veces. De cuando en cuando, vamos a tomar una copa juntos.

Anne encontró su respuesta deprimente. ¿Quién escuchaba, se planteó, cuando un hombre necesitaba hablar? Las mujeres tenían amigos; los hombres, al parecer, tenían compañeros de copas.

– No importa lo que dijera -le dijo al sargento-. Importa un comino en este caso si jodemos con mujeres o con hombres todas las noches. O si -señaló con el lápiz su biblioteca- vamos a la cama por el simple placer de leer para quedarnos dormidas. Cuando hayan resuelto su asesinato, verá que tengo razón -dijo y, después, se concentró en sus correcciones una vez más.

Capítulo 12

El inspector jefe Walsh reunió a sus hombres a su alrededor en el camino de acceso a Grange y los dividió en cuatro grupos. Tres de ellos para examinar la finca y un cuarto grupo para registrar a fondo las dependencias que había detrás de la cocina, el garaje, los invernaderos y las bodegas. Robinson había salido de la casa para unirse a ellos.