NO A MÍ, A LOS MONOS.
Sus gestos eran entrecortados y torpes. Intentaba con poca destreza decir palabras para las que normalmente había que usar las dos manos, e improvisaba otras.
– Ah -dijo él.
¿PETER?
– Están… bien. -Los extremos de sus labios se curvaron hacia arriba en un amago de sonrisa, pero los ojos le delataron.
Un grito se escapó de la boca alambrada de Isabel.
¿HERIDOS?
– No. No creo. Pero no estamos seguros. Aún siguen subidos a un árbol del aparcamiento. No quieren bajar.
¿TODOS?
– Sí. -Le acarició la mano y le habló sosegadamente-: Todo el mundo está movilizado. Han ido los bomberos, la Sociedad Humane y la Protectora de Animales. Yo he estado yendo y viniendo.
Isabel miró al techo y luego hacia la ventana. El aguanieve tamborileaba en el cristaclass="underline" gruesas gotitas que casi eran granizo y que cubrían el oscuro vidrio. Se le llenaron los ojos de lágrimas.
– Todo saldrá bien. Te lo prometo -le dijo. Respiró hondo entrecortadamente y apoyó la frente en la barandilla de la cama-. Gracias a Dios que te has despertado. Estaba aterrorizado…
LLÉVAME ALLÍ. POR FAVOR. HACE DEMASIADO FRÍO. MORIRÁN.
El pitido del monitor cardiaco se aceleró.
– Isabel, no puedo.
MAKENA ESTÁ EMBARAZADA.
– Lo sé y te prometo que me aseguraré de que estén bien.
¿QUIÉN LO HA HECHO? ¿POR QUÉ?
– Extremistas. Los muy cabrones dicen que han «liberado» a los monos. Espera a ver el comunicado en vídeo, es muy Al Qaeda. Está en Internet. -Apretaba y relajaba la mandíbula con los ojos fijos en algún punto más allá de la pared. De pronto pareció darse cuenta de que ella lo estaba mirando y suavizó el gesto-. Lo siento -dijo-, es solo que… -Bajó la vista y se quedó en silencio. Tras unos instantes, se dio cuenta de que sus hombros subían y bajaban. Estaba llorando.
Al rato se recompuso y se secó los ojos con el dorso de las manos.
– Cuando estés preparada, la policía quiere hablar contigo.
Ella parpadeó deliberadamente para indicar que estaba conforme.
– Hay algo más que deberías saber: se han llevado a Celia para interrogarla.
Isabel abrió los ojos como platos.
¿NUESTRA CELIA? ¿DETENIDA?
– No. No exactamente. Pero se la han llevado como «persona de interés». Parece ser que tiene antecedentes de activismo relacionado con los animales. Me gustaría poder decir que me sorprende.
Isabel hizo un recorrido mental por el tiempo que Celia había pasado en el laboratorio. Aunque compartía la preocupación de Peter por el lenguaje, nunca había dudado de la devoción de Celia hacia los bonobos.
NO. ESTÁN EQUIVOCADOS. NO ME LO PUEDO CREER.
Peter la miró con tristeza. Isabel cerró los ojos, dejando que las lágrimas rodasen por sus mejillas.
Entre ellos se hizo el silencio, solo interrumpido por el granizo y lo que este implicaba para los primates que estaban en el árbol. Cuando volvió a abrir los ojos, Peter la estaba mirando. Ella suspiró y se pasó una mano por el pelo.
QUIERO VERME.
Él asintió, a regañadientes.
– ¿Estás segura?
Sí.
Buscó por toda la habitación, en el baño y luego salió al pasillo. Al cabo de unos minutos, volvió con un espejo de mano. Se quedó de pie al lado de la cama, apretando el lado que reflejaba contra el jersey.
– Está todo muy fresco; lo sabes, ¿verdad? Tienes al mejor cirujano plástico de la ciudad. Todo irá bien. Te recuperarás.
Isabel tenía la mirada fija mientras esperaba.
Peter se aclaró la garganta y puso el espejo sobre ella. Inclinó la brillante superficie hasta que en ella apareció una cara.
Isabel no se reconocía. Tenía el cuero cabelludo y las mejillas llenos de gasas. Su nariz estaba achatada y aplastada y lucía un ridículo pañal pegado flojo bajo el tubo del oxígeno para recoger los sanguinolentos residuos.
Tenía la cara amoratada y azul, con manchitas de color rojo púrpura. Los ojos eran dos rendijas que asomaban entre hinchadas almohadillas de carne y el blanco de uno de ellos estaba escarlata. Unos dedos temblorosos aparecieron al lado de la cara. Aquellos sí que eran suyos, sin duda. El espejo desapareció.
Isabel se tomó su tiempo para asimilar lo que había visto. Luego miró a Peter en busca de consuelo, pero él seguía apretando y relajando la mandíbula.
¿Y EL PELO? ¿NO TENGO?
– Por ahora no. Tienes cincuenta y pico puntos en el cuero cabelludo.
¿Y LOS DIENTES?
– Perdiste cinco, me parece. Puedes ponerte implantes. Y los puntos te quedarán todos ocultos bajo el pelo. Cuando te vuelva a crecer, nadie lo notará. La verdad es que podía haber sido mucho peor. Podías haberte quemado.
Se oyó el tictac del reloj mientras el granizo seguía cayendo con fuerza.
¿HAS LLAMADO A MI MADRE?
– Sí.
¿Y?
Peter hizo una pausa y le cogió la mano. Se llevó la yema de sus dedos a los labios.
– Cariño, lo siento muchísimo. De verdad.
La policía se pasó por allí aquella tarde. Eran dos detectives de paisano que vestían sendas chaquetas entalladas y empapadas. Se quedaron a cierta distancia de la cama mientras esperaban al intérprete de la lengua de signos y estaba claro que se sentían incómodos. Isabel recordó lo que había visto en el espejo y entendió su reticencia.
Cuando por fin llegó el intérprete, Isabel se quitó el oxímetro de pulso que llevaba sujeto a uno de los dedos y soltó una retahíla de signos a dos manos.
El intérprete las observó y luego verbalizó lo que decían.
– ¿Siguen los primates en el árbol? ¿Han comido o bebido algo? Hace demasiado frío para ellos. Son delicados. Son propensos a la neumonía. A la gripe. Una está embarazada. ¿Quién está con ellos?
Los detectives se miraron el uno al otro.
– ¿Puede decirle por favor que necesitamos que responda a unas preguntas? -preguntó el mayor de los dos al intérprete.
– Díganselo ustedes -respondió, haciendo un gesto con la cabeza hacia Isabel.
– Está bien -dijo el detective. Miró a regañadientes hacia Isabel, que parpadeó expectante. Él se aclaró la garganta y prácticamente se puso a gritar, espaciando las palabras y las frases.
– ¿Cuántas… personas… entraron… en el laboratorio… después… de la explosión?
NO SOY SORDA -respondió ella. Y como si se lo pensara dos veces, añadió-: CUATRO, TAL VEZ CINCO.
– ¿Reconoció a alguno? -El policía tenía la frente brillante y observaba sucesivamente a Isabel y al intérprete, sin saber si mirar hacia las manos que creaban las palabras o a la boca que las pronunciaba.
NO. LLEVABAN PASAMONTAÑAS.
– ¿Es cierto que Celia Honeycutt abandonó el laboratorio justo antes de la explosión -preguntó el otro policía.
Sí.
– ¿Actuó de forma extraña?
No.
– ¿Estaba nerviosa? ¿Intranquila?
No. NADA.
– ¿Alguna de las personas que entraron tras la explosión dijo algo?
NO PODÍA OÍR. EXPLOSIÓN.
– ¿No oyó ni vio nada…?
NO PODÍA RESPIRAR. NO PODÍA OÍR.
– El doctor Benton dijo que había un grupo que defendía los derechos de los animales que solía estar delante del laboratorio. ¿Entró alguno de ellos allí aquella noche?
NO LO SÉ. PASAMONTAÑAS. YA SE LO HE DICHO.
– ¿Qué sabe sobre ellos?
CASI NADA. HAY UN TIPO LLAMADO HARRY, LARRY O GARY. MEDIANA EDAD. ALTO. BIEN VESTIDO. Y UN CHICO DE PELO VERDE. HAY UN CHICO TATUADO Y UNOS CUANTOS CON RASTAS Y PONCHOS APESTOSOS. UN PAR DE NIÑOS PIJOS. LA MAYORÍA PARECEN SIMPLEMENTE ESTUDIANTES.
– ¿Alguna vez la amenazaron?
NO. AGITABAN LAS PANCARTAS CUANDO PASÁBAMOS EN COCHE.
– ¿Se identificaban como parte de alguna organización?
NO LO SÉ. NUNCA HABLÉ CON ELLOS.
– ¿Nunca les oyó decir nada sobre la Liga de Liberación de la Tierra?