Mientras el ruido del piso de arriba era cada vez más ensordecedor, John miraba fijamente el techo con la palma de la mano sobre la frente.
23
Los directivos entraron en fila india, cansados y visiblemente desanimados. A Faulks parecía que le fallaban las constantes vitales. Esta vez se reunían justo después de la hora de la cena, lo cual podría ser aceptable si la última reunión no hubiera tenido lugar aquella misma mañana antes del amanecer.
Faulks gesticuló enfadado hasta que tomaron asiento. Él se quedó de pie. Cogió un mando a distancia, apuntó hacia la pantalla que había en la pared y comenzó a apretar los botones. Cuando apareció la imagen de La casa de los primates, pasó rápido hacia delante hasta la entrega de una enorme caja.
Se oyó un «¡din, don!» en forma de efecto sonoro. Obviamente, los primates, que estaban holgazaneando delante de la televisión, se llevaron una sorpresa porque no habían pedido nada. Mientras se volvían para mirar hacia la puerta, el canal de televisión cambió a un capítulo atrasado de la famosísima serie de Faulks Pechugonas exuberantes.
– Señor… -dijo el director de marketing. Tenía la zona alrededor de los ojos de color gris violáceo. Sabía lo que venía después, como el resto de las personas que estaban en la sala, ya que todos lo habían visto antes en directo.
Faulks levantó una mano para hacerlo callar. Luego subió el volumen mientras Bonzi y Jelani arrastraban la caja hacia dentro para investigar. Sam se quedó de pie junto a la televisión, intentando cambiar de nuevo el canal al Planeta de los simios mientras el resto vaciaba la caja. Lola sacó un vibrador, lo encendió y se puso a hacerlo girar en el suelo. Bonzi sacó la muñeca hinchable, la miró con cierta alarma, la toco con un dedo, se alejó trotando, volvió para volver a tocarla y se la llevó a una esquina, donde la tapó con una manta.
Faulks pasó de nuevo el vídeo hacia delante a través de una terrible cantidad de básicamente nada antes de pararlo.
– ¿Qué demonios es eso? -dijo Faulks.
Todos los directivos tenían la mirada clavada en la mesa o en la pared. Algunos de ellos sacudían la cabeza.
– He preguntado qué demonios es eso.
– Tal vez no les gusten los pechos -se aventuró un valiente. Cuando levantó la vista, se acobardó al ver la mirada fulminante de Faulks.
– ¿Alguien puede decirme cuántos abonados a largo plazo hemos ganado con esto?
Al parecer, nadie podía hacerlo. Faulks empezó a dar vueltas por la sala.
– ¿Y lo de los votos para saber qué será lo siguiente que hagamos?
Más silencio.
– He estado investigando un poco… -dijo el vicepresidente de marketing.
– ¿Y?
– Y, por lo visto, los chimpancés son unos pésimos bebedores. En Uganda, había un grupo de chimpancés que entraba a robar en cerveceras ilegales y luego les daba por atacar a la gente. Por matar niños, en concreto. Así que había pensado en eso para lo de las imágenes de guerra. Podríamos enviarles cerveza, además de armas de fogueo.
Una mujer rubia que tenía el pelo recogido en un moño tirante se aclaró la garganta y se sentó incómoda hacia delante.
– Pero ¿eso no echaría más leña al fuego en relación a la demanda?
Faulks rodeó la cabecera de la mesa y se sentó. Se echó hacia atrás e hizo una casita con los dedos.
– Ah, sí -dijo con tranquilidad-, la demanda. ¿Alguien quiere ocuparse de eso?
– Es de un grupo llamado PCEGP. Son… Faulks se inclinó hacia delante y aporreó la mesa.
– ¡Ya sé quiénes son! ¡Lo que quiero saber es qué vamos a hacer al respecto! ¡A ver, alguien! ¡Cualquiera!
El director financiero se irguió en la silla.
– Señor, ¿puedo sugerir algo? A menos que se nos ocurra una manera de aumentar radicalmente la audiencia, creo que deberíamos empezar a considerar estrategias de salida. Podríamos, simplemente, dejar que se llevaran a los primates…
– ¿Y perder un juicio? Jamás. ¿El siguiente? Nadie se movió. La rubia miró a varios miembros del séquito en busca de apoyo, se encogió sospechando la que se le vendría encima y dijo:
– Señor, ya que estamos hablando de temas legales, hay un asunto más que tenemos que discutir. Se trata de algo que se está convirtiendo en un problema…
– ¿El imbécil de Kansas City?
– Sí.
Faulks se lo pensó tanto que los directivos empezaron a intercambiar miradas nerviosas. Luego se inclinó hacia delante.
– Muy bien. Primer paso: emitid un comunicado de prensa. Inflad las cifras, fingid que tenemos cientos de miles de votos para el siguiente segmento de Máxima audiencia. Promocionadlo a bombo y platillo. Que quede claro que vamos a apostar fuerte, pero no digáis cómo. Esperad un par de días, que la gente esté a la expectativa. Luego introducid la cerveza y las armas de fogueo y aseguraos de que los percutores están amartillados. Mientras tanto, libraos de la demanda.
– ¿Cómo? -preguntó la rubia.
Faulks se echó hacia delante, puso los brazos sobre la mesa y los miró uno a uno con ojos furibundos.
– Llamad al idiota. Decidle que si quiere más dinero puede ganárselo. Traedlo aquí. Y mencionad en el comunicado de prensa que hemos contratado a un auténtico experto en primates, porque nuestra mayor preocupación es su salud y su bienestar, bla, bla, bla. -Se recostó y dio un manotazo al aire al lado de su cabeza-. Ya conocéis la letanía.
24
El ruido de la habitación de arriba cesó a las seis cuarenta y ocho de la mañana. Cuando la música atronadora enmudeció y la cama crujió bajo el peso de unos cuerpos tendidos boca abajo, luchó contra la necesidad de encender la televisión a todo volumen.
Aunque Amanda no era madrugadora, John la llamó en cuanto dieron las siete.
– ¿Sí? -dijo irritada.
– ¿Cielo?
Se produjo una breve pausa antes de que ella respondiera.
– ¿Qué? -Oyó un traqueteo de fondo, como si hubiera decidido cambiar de sitio el armario del baño.
– Cielo, siento lo de anoche. Me bebí unas cuantas cervezas con el estómago vacío y me pillaste un poco desprevenido. Ya sé que habíamos hablado de tener niños, pero no me había dado cuenta de que habíamos llegado al punto de los kits de ovulación. Lo que quiero decir es que yo creía que simplemente no estábamos tomando precauciones para evitarlo, así que me entró el pánico, intenté hacer un chiste y lo único que conseguí fue empeorar las cosas. Lo siento.