– ¿Qué demonios estáis haciendo? -dijo él.
La pelirroja se inclinó más hacia la pantalla, moviendo el cigarrillo con los ojos llorosos.
– Qué tiempos aquellos -dijo con nostalgia-. Mirad eso: la bolsa de té. Yo lo inventé.
Las otras mujeres se inclinaron hacia la pantalla y suspiraron.
– Realmente increíble, Ivanka -dijo una de ellas-. Estuviste verdaderamente inspirada.
– Sí. Era una estrella. Iba en limusina. Bebía champán todo el día. ¡Y la coca! En todas partes donde mirabas, rayas y más rayas maravillosas. Y ahora… -Suspiró trágicamente.
– ¿La bolsa de té? -exclamó John-. ¿Cómo que la bolsa de té? ¿Estáis viendo porno en mi ordenador?
– No es porno -dijo Ivanka indignada-, soy yo.
– ¡Me habéis robado el ordenador!
– Más bien lo hemos cogido «prestado» -respondió ella, girando la cabeza y dándole una calada al cigarro. Dejó escapar una fina columna de humo.
– ¿Cómo diablos habéis entrado en mi habitación? -Bueno, el jefe, Victor, es simpático. Tú no mucho -dijo, chasqueando la lengua hacia John-. Muy desagradable esta mañana. -De pronto se inclinó hacia delante y clavó una de sus uñas pintadas en la pantalla-. ¡Mirad! ¡Mirad esto!
– ¡Para! -gritó él-. ¡Es cristal líquido!
– ¿Veis? -dijo ella, ignorándolo completamente y pasando la uña por la pantalla.
Dándose por vencido, John rodeó la cama. La uña roja de Ivanka había dejado un rastro del camino que había seguido.
– ¿Lo veis? Duro como una conga, redondo como un balón de baloncesto.
– Pero con el movimiento perfecto -dijo otra.
– Sí, es verdad -reconoció Ivanka antes de dar otra calada-. Pero el tiempo pasa para todos. -Exhaló otro desgarrador suspiro ruso.
– Perdón, ¿te importa? -interrumpió John. Ivanka se volvió hoscamente hacia él, prestándole de repente toda la atención del mundo.
– Sí, claro. Por eso la cara enfadada.
– ¿La cara enfadada?
– ¿No leíste nota? Tú interrumpiste nuestro sueño reparador y a Bob el Gordo no le gusta que parecer cansadas.
– ¿Bob el Gordo?
– El jefe del club de caballeros. Donde trabajamos. Ivanka se echó hacia delante y cerró el portátil. -Pero te perdono, chico malo… -Movió el cigarrillo y le guiñó un ojo-. No me dijiste que eras escritor muy famoso. -Las últimas palabras las entrecomilló con los dedos.
– ¿Qué?
– Victor. Me dio algo más que llaves. -Inclinó la cabeza hacia la mesilla de noche, donde había una revista abierta por un reportaje a doble página de mujeres sin bragas bajándose de coches con microfaldas. Unas estrellas amarillas estratégicamente colocadas cubrían las zonas pertinentes. «¡Desplegable de fotos de entrepiernas! -vociferaba el titular-. Las estrellas más famosas nos muestran la última moda en peinados para las partes bajas».
John se sentó en el borde de la cama.
La morena cerró el Weekly Times recién sacado del horno, lo metió en un sobre de la empresa de mensajería Fedex y lo lanzó sobre el portátil de John. Él recogió ambas cosas y se levantó.
– Supongo que también querrás esto -dijo Ivanka, tendiéndole una tarjeta American Express de la empresa con su nombre en relieve-. También estaba en el sobre. Tienes suerte de ser gran escritor. Tengo debilidad por zapatos.
John se quedó mirando la tarjeta de crédito, se la guardó en el bolsillo trasero y se dirigió hacia la puerta.
– Esta noche, tú dormir -le dijo Ivanka antes de cerrarla tras él y lanzarle un beso.
De vuelta en su habitación, sacó la revista del sobre.
Allí, sobre su nombre, había un titular que decía: «¡El rey del porno saca en la tele a unos monos locos por el sexo!», cuando el que había escrito John era: «¿Gran hermano o Gran amor? Un reality protagonizado por amorosos primates».
Pero la cosa aún era peor. El párrafo de John decía: «Antiguamente denominados chimpancés pigmeos, los bonobos fueron reconocidos como una especie aparte (Pan paniscus) en 1929. Pacíficos, juguetones y reacios a los conflictos, a los bonobos se les ha llamado muchas veces "los hippies de la selva". Su sociedad es matriarcal e igualitaria y su comportamiento sexual llama la atención. Los bonobos crean y mantienen lazos sociales por medio del sexo y las hembras toman la iniciativa en el contacto sexual tanto como los machos. Los bonobos salvajes, que habitan en la República Democrática del Congo, inician algún tipo de contacto sexual cada cuatro o cinco horas. Sin embargo, los bonobos cautivos inician contactos sexuales aproximadamente cada hora y media». Este párrafo se había convertido en un montón de jerigonza sensacionalista encolada con frases como «¡Los monos practican sexo todos los días a todas horas!», «¡Los bebés bonobo utilizan el sexo para conseguir lo que quieren!» o «¡Mantienen a raya a los machos calzonazos con sexo!».
Los comentarios de John sobre las diferencias físicas entre los chimpancés y los bonobos eran del siguiente tono: «Los bonobos son más pequeños y más delicados que los Pan troglodytes, son más esbeltos y tienen los rasgos de la cara más planos. Sus extremidades son largas y elegantes y las hembras tienen los pechos más prominentes que cualquier otra especie de primates, salvo los humanos». Ahora este párrafo se había visto reducido a una sola frase: «¡Las Pamelas Anderson de los simios!».
John se refería así al aprendizaje del lenguaje humano: «Son tan parecidos a los humanos como los chimpancés y con ellos compartimos más del 98,7 por ciento de nuestro ADN. Tal vez por ello sea lógico que los bonobos tengan una capacidad extraordinaria para el aprendizaje del lenguaje humano y para el pensamiento abstracto. Estos bonobos en concreto entienden el inglés oral y se comunican con la lengua de signos americana. Además, han aprendido el lenguaje humano de la misma manera que los niños humanos y por la misma razón: el deseo de comunicarse. También son más hábiles con los ordenadores que algunos de sus homólogos humanos». Esta parte del artículo habría sido eliminada por completo.
Se obligó a leer el resto. Nada de lo que había allí era suyo. Lo de la demanda legal y lo del embarazo habían desaparecido. Todo había sido adulterado y teñido de sensacionalismo.
Al cabo de unos segundos, estaba al teléfono con Topher.
– ¡Eso no es lo que yo he escrito! ¡Ninguna de esas cosas!
– Bah -dijo Topher.
– ¡No, nada de «bah»! Eso no es lo que yo escribí.
– ¿Qué crees que es esto, National Geographic? Pero si tenemos a una persona que cubre exclusivamente a Lindsay Lohan, por el amor de Dios. No estás aquí para ganar un Pulitzer.
– Me preocupa porque no es correcto. No son monos, son grandes primates. No son chimpancés, son bonobos. Y no son Pamela Anderson. Tendrán una talla noventa, como mucho una noventa y cinco. Dios mío, no puedo creer que haya firmado eso.
– Oye, te voy a decir una cosita: cuando envías un artículo dos horas y media antes de que vaya a imprenta, no pasa nada, ¿verdad? Pues para mí sí pasa. Sobre todo cuando mandas algo tan jugoso como una galleta salada. Francamente, estoy un poco preocupado. Necesitas desaprender todo lo que has aprendido en Columbia. Olvídate del Philadelphia Inquirer y piensa en el National Enquirer, solo que con más papel cuché y con menos extranjeros. Quiero que memorices todas y cada una de las palabras del artículo de esta semana. Quiero que empieces a ver TMZ y E! Hollywood. Que visites los blogs de Perez Hilton y de Mr. Paparazzi. Eso es exactamente lo que quiero. Y olvídate del latín, ¿entendido? Y otra cosa: consigue esa entrevista con Faulks. Y con Isabel Duncan. Remueve la mierda y descubre algo que podamos usar. No tiene por qué ser verdad, nos sirve cualquier detalle que se pueda descontextualizar, no sé si lo pillas. Siempre puedes recurrir al viejo truco del «según dicen las fuentes».