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A pesar de no encontrar a Faulks, John no cabía en sí de gozo por la futura exclusiva con Isabel Duncan. Entrevistarla a ella era tan importante como a Faulks. Hasta Topher lo admitiría, lo que le recordó a John su otro dilema. Intentó no pensar en cómo reaccionaría cuando descubriera que escribía para un periódico sensacionalista.

Cuando se acercaba al Buccaneer, vio el armazón ennegrecido del otro lado de la calle y recordó de pronto la decisión que había pospuesto. ¿Qué demonios iba a hacer con Booger?

John oyó la televisión y le olió a tabaco antes incluso de abrir la puerta. Ivanka estaba tumbada sobre la cama dentro de una humareda aromatizada con perfume, tenía una botella abierta de vodka en la mano y exhalaba bocanadas de humo. Booger estaba repanchingado a su lado, con la cabeza cuadrada pegada a su muslo. Le había dejado unas manchas húmedas con el hocico en la bata de satén, que era del color de la sangre seca.

– Hola -dijo John mientras se vaciaba los bolsillos y tiraba todo sobre la mesilla de noche. El cenicero estaba casi lleno-. ¿Qué tal?

– Tu perro es cantante de ópera -respondió ella, dejando el cigarrillo que se estaba fumando en el borde del cenicero para poder acariciar las orejas de Booger-. Me despierta: ¡Auuu! ¡Auuu!, así que lo llevo a pasear. Y le doy de comer. ¿Dónde está comida de perro?

– No tengo.

– ¿Es de allí? -preguntó ella, inclinando la cabeza en dirección a Jimmy's.

John asintió.

– Pobrecito. -Se inclinó hacia delante y le plantó al perro un beso en la enorme frente. Booger giró la cabeza para devolverle el gesto, pero ella ya estaba fuera del alcance de su lengua-. Gracias a Dios, no herido.

– ¿Quieres quedártelo? -dijo John esperanzado.

– ¡Ja! -profirió-. ¿Qué hago yo con perro? No, Dios envió a ti. Lo quedas tú. Pero compras comida. Yo doy bocadillo de carne y queso, y ahora ¡gases! ¡Puaj! -exclamó, arrugando la cara y agitando una mano delante de la nariz.

John suspiró y se sentó en la cama, que se hundió bajo su peso. Ivanka bebió un trago de vodka directamente de la botella y se dio la vuelta para apagar el cigarrillo.

– ¿Quieres un vaso? -le preguntó a Ivanka. Esta negó con la cabeza.

John se inclinó hacia ella para observarla más de cerca. Tenía los ojos enrojecidos y la nariz irritada.

– ¿Has estado llorando?

– Qué va. Bueno, puede que un poco -dijo, sorbiéndose la nariz.

– ¿Qué pasa? -preguntó John.

Ella puso cara de rana e hizo un gesto de desdén con la mano.

– Bah, no importa -dijo.

Siguió mirando fijamente la televisión, donde una mujer con el pelo rubio platino a lo bob estaba sentada en un plato entre un hombre y otra mujer. La mujer lloraba mientras leía una lista de las transgresiones sexuales del hombre. La audiencia, compuesta íntegramente de mujeres encolerizadas, gritaba y agitaba los puños en el aire. La anfitriona, que tenía el pelo como un casco, soltaba tópicos sin parar y se deslizó hasta el borde del asiento para poner la mano sobre la rodilla de la mujer y dirigirle al hombre una mirada fulminante. La cámara se giró hacia él. Unos guardias lo agarraron por los brazos y se lo llevaron a la fuerza del plató hasta el mar de mujeres, que se levantaban de los asientos para ir hacia el pasillo y pegarle con el bolso. Él ni siquiera se resistió, se limitó a poner mala cara y a protegerse la cabeza sin demasiado entusiasmo. Cuando desapareció por un pasillo, el programa hizo una pausa para la publicidad.

– No, en serio, me gustaría saberlo -dijo John. Ivanka volvió a mirarlo, frunció los labios y puso los ojos en blanco.

– La culpa es de trabajo. Y de Faulks.

– ¿De Ken Faulks?

– Sí. -Ella giró la cabeza e hizo como si escupiera rápidamente dos veces seguidas, ¡chup!, ¡chup! Booger se estremeció las dos veces, pero se quedó quieto.

– ¿De qué conoces a Ken Faulks?

Ivanka suspiró. John se percató de que se le había formado una gota al final de la nariz y le pasó un trozo de papel higiénico.

Ella lo cogió y se secó los ojos y la nariz.

– Gracias. Resulta que él viene a Bob el Gordo. Quiere baile erótico en regazo, baile en regazo privado, ya sabes. Yo no hago, pero ahora negocio no muy bien. Los trajeados antes metían billetes de cinco y de diez en tanga. Ahora meten de uno. ¿Creen que no damos cuenta? ¿Que no sabemos contar? -Sus ojos ardieron de indignación justificada durante unos segundos y luego se apagaron. Aún tenía la mano derecha sobre la cabeza de Booger. Las continuas caricias lo habían acunado hasta quedarse dormido, o algo parecido-. Pues Faulks me ve, me pide a mí. Creo que es porque me reconoce, porque yo una de las auténticas Jiggly Gigglies y estoy cansada de esto, quiero volver a películas, ganar un poco de dinero, retirarme. Tal vez casarme. Puede que tener hijos. ¿Quién sabe? Él ahora tiene esa serie, Tigresas alocadas, ¿sabes?

John asintió.

– Así que pregunto a él ¡y él dice que no! -dijo incorporándose-. ¡No! ¡No se acuerda de mí y soy demasiado vieja para tigresa! ¡Y luego quiere baile en regazo igual! -Cogió el papel higiénico y lo volvió a usar. Se encogió de hombros y arrojó la bola de papel húmedo sobre la mesilla. Tenía los ojos llenos de lágrimas y de resignación-. Así que yo hago. Hago y listo. ¿Entiendes? -Su mirada se perdió unos instantes en el infinito y luego, de repente, se giró hacia él-. ¿Crees que soy demasiado vieja para tigresa?

John negó con la cabeza, pero ella se echó a llorar de nuevo, de todos modos. Se acercó a ella y la rodeó con los brazos. Ella apretó la botella de vodka contra su espalda y sollozó en su hombro.

– ¿Ivanka? -le dijo cuando los gemidos se habían convertido en hipidos-. ¿Podrías hacerme un favor?

Ella se echó hacia atrás y asintió. Volvió a coger el papel, pero se lo pensó mejor y se secó los ojos con las mangas.

– ¿Podrías llamarme si Faulks vuelve a aparecer por el club?

Ella enderezó la columna, recobrando la compostura.

– Claro -repuso con fingida despreocupación-. ¿Por qué no?

John cogió un bolígrafo y empezó a revolverlo todo con desesperación en busca de un trozo de papel en el que escribir su número. Ivanka le tendió un enjoyado móvil rojo.

– Toma. Añade a contactos -le dijo.

* * *

Minutos después de que Ivanka se fuera, llamaron a la puerta. La entreabrió y se encontró a Amanda.

Durante un segundo pensó que estaba alucinando. Cuando se dio cuenta de que no era así, la abrió de par en par y fue hacia ella con los brazos abiertos. Ella dejó caer las bolsas al suelo y lo abrazó. Antes de darse cuenta, estaba llorando sobre su cuello.

– Tranquilo, no pasa nada -le dijo, acariciándole el pelo. Durante un minuto, se limitaron a abrazarse.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó él finalmente, conduciéndola al interior de la habitación.

– ¿Cómo no iba a venir después de lo de anoche? Ya he visto los restos del edificio al otro lado de la calle. Es increíble. Debe de haber sido horrible.