Выбрать главу

María recorrió el sendero con rapidez, llamando al perro, y el animal respondió ladrando. Al oírlo, la gran duquesa miró hacia el bosque y titubeó un instante antes de cruzar el camino y venir directo hacia mí.

– ¿Dónde estás, Eira? -llamó, acercándose más y más, hasta que estuvo a sólo un par de metros de mí en la oscuridad del bosque. Su tono era más nervioso ahora, como si intuyera que no estaba sola-. ¿Estás ahí?

– Sí -contesté, agarrándola del brazo para tirar de ella hacia los matorrales, donde fue a dar directamente contra mí.

Estaba demasiado asustada para gritar y, antes de que recobrara la voz, le tapé la boca con la mano y la sostuve con firmeza mientras se debatía en mis brazos. El perro cayó al suelo y empezó a escarbar la tierra entre gañidos. María giró un poco la cabeza y se le dilataron los ojos al verme, pero su cuerpo se relajó. Me había reconocido. Le dije que dejara de forcejear y que prometiera no gritar. Asintió con la cabeza y la solté.

– Te ruego me perdones, alteza -me apresuré a decir cuando retrocedió un paso, haciéndole una profunda reverencia para tranquilizarla-. Confío en no haberte hecho daño. Es que no podía arriesgarme a que gritaras y alertaras a los guardias.

– No me has hecho daño -contestó; se volvió hacia el perro y chistó para que dejara de gañir-. Me has sorprendido, eso es todo. No estoy segura de creer lo que estoy viendo. Georgi Danílovich, ¿de verdad eres tú?

– Sí -repuse con una sonrisa, encantado de verla de nuevo-. Sí, alteza, soy yo.

– Pero ¿qué haces aquí? ¿Cuánto tiempo llevas oculto entre estos árboles?

– Tardaría demasiado en explicártelo. -Miré hacia la casa para asegurarme de que nadie andaba buscándola-. Me alegra volver a verte, María -añadí, temiendo que fuera un comentario demasiado personal, pero me salió de lo más hondo del corazón-. Llevo buscando a tu familia… bueno, mucho tiempo.

– A mí también me alegra verte, Georgi -contestó con una sonrisa, y me pareció ver lágrimas en sus ojos.

Estaba más delgada; el vestido barato que llevaba le quedaba demasiado grande y le colgaba sin forma. Y hasta en la penumbra del bosque distinguí las marcadas ojeras que indicaban falta de sueño.

– Eres como una maravillosa visión del pasado; a veces tengo la sensación de que aquellos días no eran más que fruto de mi imaginación. Pero aquí estás. Nos has encontrado. -Su emoción era evidente y, sin previo aviso, me echó los brazos al cuello y me abrazó, un gesto de amistad, nada más, pero que aprecié sobremanera.

– ¿Estáis bien? -pregunté apartándome, con una sonrisa tan amplia como la suya, enternecido por el cariñoso reencuentro-. ¿Hay alguien herido? ¿Cómo está tu familia?

– Quieres decir que cómo está mi hermana, ¿no? -repuso sonriendo-. Cómo está Anastasia.

– Sí -admití ruborizándome un poco, sorprendido de que adivinase mis pensamientos-. Claro que tú ya lo sabías…

– Oh, sí, ella me lo dijo hace mucho tiempo. Pero no te preocupes, no se lo he contado a nadie. Después de lo que le pasó a Serguéi Stasyovich… -Alzó la vista con rapidez y sus ojos fueron de un lado a otro en la oscuridad. Su tono se llenó de pronto de emoción y esperanza-. No estará aquí también, ¿verdad? Oh, por favor, dime que lo has traído contigo…

– Lo siento. No lo he visto desde el día que se marchó de San Petersburgo.

– El día que lo echaron de allí, querrás decir.

– Sí, desde entonces. ¿No te ha escrito?

– Si lo ha hecho, no me han entregado sus cartas. Rezo todos los días por que esté bien y logre encontrarme. Imagino que él también anda buscándome. Pero no puedo creer que estés aquí, mi querido y viejo amigo. Sólo que… ahora que estás aquí, ¿a qué has venido?

– Quiero ver a Anastasia. Quiero ayudar a tu familia.

– No hay nada que puedas hacer. En realidad, nadie puede hacer nada.

– Pero no lo entiendo, alteza. Acabas de salir de ahí. Los soldados no han venido en tu busca. ¿Les importa siquiera que vuelvas?

– Les he dicho que iba por el perro de mi madre.

– ¿Y no les ha preocupado? ¿Te han dejado marchar sin más?

– ¿Por qué no? ¿Adónde podría ir, al fin y al cabo? ¿Adónde podría ir cualquiera de nosotros? Mi familia está ahí dentro. Mis padres están en el piso de arriba. Saben que volveré. Nos dan toda la libertad que queramos, excepto la de abandonar Rusia, por supuesto.

– Eso no tardará en suceder. Estoy seguro.

– Sí, yo también lo creo. Mi padre dice que iremos todos a Inglaterra. Le escribe al tío Jorge casi a diario para hablarle de nuestra difícil situación, pero no ha habido respuesta. No sabemos si despachan las cartas. ¿Te has enterado de algo al respecto?

– No, de nada. Sólo sé que los bolcheviques esperan el momento adecuado para sacar a tu familia del país. No os quieren aquí, de eso no hay duda. Pero creo que esperan a que sea seguro.

– Ojalá sea pronto. Yo ya no quiero ser gran duquesa, y mi padre ya no quiere ser zar. Todo eso ya no nos importa. Al fin y al cabo, no son más que palabras. Todo cuanto queremos es marcharnos y que nos devuelvan la libertad.

– Ese día llegará, María. Estoy seguro. Pero, por favor, tienes que decirme cuándo podré ver a Anastasia.

Ella se volvió hacia la casa, de donde había salido uno de los soldados, que miró alrededor bostezando. Permanecimos en silencio mientras él encendía un cigarrillo, se lo fumaba y luego regresaba al interior.

– Le diré a Anastasia que estás aquí. Todavía dormimos juntas. Hablaremos esta noche, te lo prometo. No te marchas pronto, ¿verdad?

– Nunca me marcharé -declaré-. Sin tu familia no.

– Gracias, Georgi -repuso sonriendo, y bajó la vista un instante para fijarla en Eira, que nos observaba en silencio-. Mira, hay un grupo de cedros ahí enfrente. -Señaló hacia la oscuridad, más allá de la casa, camino arriba-. Ve allí y espera. Volveré dentro y le diré a Anastasia dónde estás. Puede tardar unos minutos o pueden pasar horas antes de que consiga salir, pero espérala y te prometo que irá.

– Esperaré toda la noche si hace falta.

– Muy bien. Se pondrá contentísima. Y ahora será mejor que me vaya, antes de que vengan en mi busca. Espérala en los cedros, Georgi. No tardará en reunirse contigo.

Asentí, y María cogió al perro de la zarina y cruzó corriendo la carretera; sólo miró atrás un momento antes de entrar. Esperé hasta comprobar que nadie observaba, y entonces me incorporé, me sacudí el polvo de la ropa y recorrí rápidamente el sendero en la dirección que María había indicado, con el corazón latiendo más deprisa ante la perspectiva de ver a Anastasia de nuevo.

Cuando desperté, ya era de día. Abrí los ojos, vislumbré retazos de cielo azul entre las ramas de los árboles, y por un momento no supe dónde estaba. Un instante después, recordé los acontecimientos de la tarde anterior y me senté, alarmado. De inmediato sentí un agudo dolor en la base de la columna, provocado sin duda por la incómoda postura en que había dormido.

Había esperado a Anastasia junto a los cedros durante horas, pero finalmente me había vencido el sueño. ¿Y si ella había salido mientras yo dormía? Enseguida desestimé la idea, pues en ese caso sin duda habría descubierto mi escondite y me habría despertado. Me puse en pie y anduve de aquí para allá unos minutos, tratando de aliviar el dolor masajeándome la espalda; no tardé en sentir punzadas de hambre, pues no había comido nada en más de un día.

Al regresar por el camino, titubeé ante los muros de la casa Ipátiev y alcé la vista hacia las ventanas superiores. No se oían voces en el interior. Al pasar ante el portón reparé en un soldado que cambiaba el neumático de un coche, y me acerqué con cautela.