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– Hasta luego, entonces, abuelo -se despide, inclinándose para besarme en la mejilla y abrazarme, y se aleja antes de que pueda ver su expresión de dolor.

Lo observo subir de dos en dos los escalones hacia la calle, con esas largas piernas suyas que pueden llevarlo a donde quiera. Quién fuera tan joven otra vez. Lo miro y me pregunto cómo se las arregla siempre para marcharse justo cuando aparece un autobús, como si no quisiera desperdiciar un solo instante de su vida esperando en una esquina. Se sube de un salto a la parte trasera y levanta una mano: el zar sin corona de todas las Rusias saluda a su abuelo desde la parte trasera de un autobús londinense que acelera calle abajo mientras se le acerca un revisor para exigirle el importe del billete.

La escena basta para hacerme reír. Cierro la puerta y vuelvo a sentarme, pensando en lo que acabo de ver, y lo encuentro tan divertido que río hasta que empiezo a llorar.

Y cuando llegan las lágrimas, pienso: «Ah… Así que esto es lo que significa estar solo.»

John Boyne

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