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Sin embargo, a menudo me he preguntado qué sintieron los parisienses que vivieron esas transformaciones y qué habría significado para ellos la pérdida de la casa amada. No cabe la menor duda de que esos dieciocho años de «mejoras», antes de que la Comuna tomara la ciudad, fueron un infierno para los parisienses. Zola lo describió y criticó brillantemente en La jauría. También Víctor Hugo y Baudelaire expresaron su descontento, lo mismo que los hermanos Goncourt. Pero por muy vilipendiado que haya sido Haussmann, esas obras fueron esenciales para crear un París realmente moderno.

En este libro me he tomado algunas licencias con fechas y lugares. No obstante, las calles Childebert, Erfurth, Taranne y Sainte-Marguerite existieron realmente, hace ciento cuarenta años. Igual que la plaza Gozlin, la calle Beurriére, el pasadizo Saint-Benoit y la calle Sainte-Marthe.

La próxima vez que se encuentren en el bulevar Saint-Germain, diríjanse a la esquina de la calle Dragón, justo delante del café de Flore. Verán una hilera de edificios antiguos que se mantienen milagrosamente en pie entre otros de estilo haussmanniano. Son los vestigios de uno de los lados de la antigua calle Taranne, donde vivía el personaje ficticio de la baronesa de Vresse. Un famoso diseñador americano tiene su tienda principal en uno de esos edificios, quizá en el que bien podría haber sido la vivienda de la baronesa. Echen un vistazo al interior.

Cuando suban por la calle Ciseaux en dirección hacia la iglesia, intenten olvidar el ruidoso bulevar que aparece delante de ustedes e imaginen la calle Erfurth, pequeña y estrecha, que les lleva derechos a la calle Childebert, la cual se encontraba exactamente donde hoy está situada la estación de metro de Saint-Germain-des- Prés, a la izquierda. Y si en alguna ocasión ven a una sexagenaria presumida, con el pelo plateado, y a una morena alta cogida de su brazo, entonces, quizá, es que acaban de cruzarse con Rose y Alexandrine de regreso a sus casas.

Tatiana de Rosnay

París, enero de 2011

Agradecimientos

Ante todo, quiero mostrar mi agradecimiento al historiador Didier le Fur, que me inició en el universo de la Biblioteca Nacional, y a Véronique Vallauri, cuya floristería me inspiró la de Alexandrine. Gracias a todo el equipo de Eho.

Tatiana de Rosnay

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