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Crántor había estado hablando sin mirar a Heracles, sus ojos fijos en un punto inconcreto de la creciente oscuridad. En aquel momento, se volvió repentinamente hacia el Descifrador y añadió, siempre risueño:

– ¡No existían los celos entre ellos! Esa fue una idea tuya que a nosotros nos agradó utilizar para desviar tu atención hacia Menecmo, que deseaba ser sacrificado con prontitud, al igual que Antiso y Eunío, con el fin de poder engañarte. No fue difícil improvisar un plan con los tres… Durante un hermoso ritual, Eunío se acuchilló en el taller de Menecmo. Después lo disfrazamos de mujer con un peplo erróneamente destrozado para que tú pensaras justo lo que pensaste: que alguien lo había matado. Antiso hizo lo propio cuando le llegó su turno. Yo intentaba por todos los medios que siguieras creyendo que eran asesinatos, ¿comprendes? Y, para ello, nada mejor que simular falsos suicidios. Tú te encargarías, más tarde, de inventarte el crimen y descubrir al criminal -y, abriendo los brazos, Crántor elevó la voz para añadir-: ¡He aquí la fragilidad de tu omnipotente Razón, Heracles Póntor: tan fácilmente imagina los problemas que ella misma cree solucionar!…

– ¿Y Eumarco? ¿También bebió kyon?

– Naturalmente. Ese pobre esclavo pedagogo tenía muchos deseos de liberar sus viejos impulsos… Se destrozó con sus propias manos. A propósito, tú ya sospechabas que usábamos una droga… ¿Por qué?

– Lo percibí en el aliento de Antiso y Eumarco, y después en el de Pónsica… Y por cierto, Crántor, aclárame esta duda: ¿mi esclava ya era de vosotros antes de que todo esto comenzara?

A pesar de la penumbra de la gruta, la expresión del rostro de Heracles debió de hacerse bien patente, porque Crántor, de improviso, enarcó las cejas y replicó, mirándole a los ojos:

– ¡No me digas que te sorprende!… ¡Oh, por Zeus y Afrodita, Heracles! ¿Crees que hubiera sido necesario insistirle mucho?

Su tono de voz reflejaba cierta compasión. Se acercó a su desfallecido prisionero y añadió:

– ¡Oh, amigo mío, intenta, por una sola vez, ver las cosas tal como son, y no como tu razón te las muestra!… Esa pobre muchacha, mutilada cuando era niña y obligada, bajo tu mandato, a soportar la humillación de una máscara perenne… ¿necesitaba que alguien la convenciera de que liberase su rabia?. ¡Heracles, Heracles!… ¿Desde cuándo te rodeas de máscaras para no contemplar la desnudez de los seres humanos?…

Hizo una pausa y encogió sus enormes hombros.

– Lo cierto es que Pónsica nos conoció poco después de que la compraras -y frunciendo el ceño con expresión de disgusto, concluyó-: Debió matarte cuando se lo ordené, y así nos hubiéramos ahorrado muchas molestias…

– Supongo que lo de Yasintra también fue idea tuya.

– Así es. Se me ocurrió cuando nos enteramos de que habías hablado con ella. Yasintra no pertenece a nuestra religión, pero la manteníamos vigilada y amenazada desde que supimos que Trámaco, que deseaba convertirla a nuestra fe, le había revelado parte de nuestros secretos… Introducirla en tu casa me fue doblemente úticlass="underline" por un lado ayudó a distraerte y confundirte; por otro… Digamos que cumplió una misión didáctica: mostrarte con un ejemplo práctico que el placer del cuerpo, ante el que tan indiferente te crees, es muy superior al deseo de vivir…

– Gran lección la tuya, por Atenea -ironizó Heracles-. Pero dime, Crántor, al menos para hacerme reír: ¿en esto has empleado el tiempo que estuviste fuera de Atenas? ¿En inventar trucos para proteger a esta secta de locos?

– Durante varios años estuve viajando, como te dije -replicó Crántor con tranquilidad-. Pero regresé a Grecia mucho antes de lo que supones y viajé por Tracia y Macedonia. Fue entonces cuando entré en contacto con la secta… Se la denomina de varias maneras, pero su nombre más común es Lykaion. Me sorprendió tanto encontrar en tierra de griegos unas ideas tan salvajes, que, de inmediato, me hice un buen adepto… Cerbero… Cerbero, basta, deja ya de ladrar… Y te aseguro que no somos una secta de locos, Heracles. No hacemos daño a nadie, salvo cuando está en peligro nuestra propia seguridad: realizamos rituales en los bosques y bebemos kyon. Nos entregamos por completo a una fuerza inmemorial que ahora se llama Dioniso, pero que no es un dios ni puede ser representado en imágenes ni expresado con palabras… ¿Qué es?… ¡Nosotros mismos lo ignoramos!… Sólo sabemos que yace en lo más profundo del hombre y provoca la rabia, el deseo, el dolor y el goce. Tal es el poder que honramos, Heracles, y a él nos sacrificamos. ¿Te sorprende?… Las guerras también exigen muchos sacrificios, y nadie se sorprende por ello. ¡La diferencia estriba en que nosotros elegimos cuándo, cómo y por qué nos sacrificamos!

Revolvió furiosamente el líquido de la escudilla y prosiguió:

– El origen de nuestra hermandad es tracio, aunque ahora impera sobre todo en Macedonia… ¿Sabías que Eurípides, el célebre poeta, perteneció a ella en sus últimos años?

Enarcó las cejas en dirección a Heracles, esperando, sin duda, que aquella revelación lo sorprendiera de algún modo, pero el Descifrador lo miraba impasible.

– ¡Sí, el mismo Eurípides!… Conoció nuestra religión y se acogió a ella. Bebió kyon y fue destrozado por sus hermanos sectarios… Ya sabes que la leyenda afirma que murió despedazado por unos perros… pero ésa es la manera simbólica de describir el sacrificio en Lykaion… ¡Y Heráclito, el filósofo de Efeso que opinaba que la violencia y la discordia no sólo son necesarias sino deseables para los hombres, y del que igualmente se dice que fue devorado por una jauría de perros, también perteneció a nuestro grupo!

– Menecmo los mencionó a ambos -asintió Heracles.

– De hecho, fueron grandes hermanos de Lykaion.

Y, como si se le hubiera ocurrido una idea repentina o algún tema colateral de conversación, Crántor añadió:

– El caso de Eurípides fue curioso… Toda su vida se había mantenido apartado, artística e intelectualmente, de la naturaleza instintiva del hombre con su teatro racionalista e insípido, y en su vejez, durante su voluntario exilio en la corte del rey Arquelao de Macedonia, desengañado por la hipocresía de su patria ateniense, entró en contacto con Lykaion… Por aquella época, nuestra hermandad no había llegado aún al Ática, pero se hallaba floreciente en las regiones del norte. En la corte de Arquelao, Eurípides contempló los principales ritos de Lykaion y quedó transformado. Escribió, entonces, una obra distinta a todas las previas, la tragedia con la que quiso saldar sus deudas con el primitivo arte teatral, que pertenece a Dioniso: Bacantes, una exaltación de la furia, la danza y el placer orgiástico… Los poetas todavía se preguntan cómo es posible que el viejo maestro creara algo así al final de sus días… ¡Y desconocen que fue la obra más sincera que hizo! [134]

– La droga os enloquece -dijo Heracles con voz fatigada-. Nadie en su sano juicio desearía ser mutilado por otros…

– Oh, ¿de veras crees que es el kyon tan sólo? -Crántor contempló el humeante líquido dorado que se agitaba en la escudilla, de cuyo borde colgaban minúsculas gotas-. Yo creo que es algo que hay dentro de nosotros, y me refiero a todos los hombres. El kyon nos permite sentirlo, sí, pero… -se golpeó suavemente el pecho-. Está aquí, Heracles. Y en ti también. No se puede traducir en palabras. No se puede filosofar sobre ello. Es algo absurdo, si quieres, irracional, enloquecedor… pero real. ¡Este es el secreto que vamos a enseñar a los hombres!

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[134] Montalo acaba de comentarme:

– Es posible que Bacantes sea una obra eidética, ¿no te parece? Habla de sangre, de muerte, de furia, de locura… Quizás Eurípides describió un ritual de Lykaion en eidesis…

– ¡No creo que el maestro Eurípides enloqueciera hasta ese punto! -he replicado. (N. del T.)