La superficie de Delmarva era un buen lugar para la agricultura. Y era también el lugar perfecto donde visitar un laboratorio Aguja ilegal... para aquellos que pudieran soportar la idea. Luther Brachis y Rey Bester intentaban ocultar su mutua incomodidad mientras salían del último tubo elevador y subían por una escalera de acero. Brachis odiaba aquellas brisas impredecibles. Todavía le hacían reaccionar como si hubiera un fallo en el sistema de aire y anunciaran vacío absoluto. Y Rey Bester, a gusto en los sótanos de la ciudad, temblaba bajo el cielo cuajado de estrellas y su frío resplandor.
Caminaron muy juntos, apresurados, por tres campos cubiertos de juncos mutados de color verde oscuro. Rey Bester conocía su destino con exactitud. Después de sólo unos minutos bajo cielo abierto, se sintió a salvo bajo techo. Descendieron un corto tramo de escalones y desembocaron en una puerta cerrada, más allá de la cual había una habitación oscura. En su interior había un hombre alto y encorvado, calvo, de nariz roja y barba larga y desordenada.
—El margrave de Fujitsu —dijo Bester con tono formal—. El comandante Luther Brachis.
El margrave le miró ausente, cerró la puerta, se volvió y encendió la luz. Al otro extremo de la habitación había una planta bulbosa de unos cinco metros de alto y dos de ancho. Cuando la luz incidió en ella, sus hojas superiores empezaron a abrirse. En menos de treinta segundos apareció una gran flor. Su parte central parecía una cara humana, con las mejillas sonrosadas, la boca roja y curva, y los ojos azules y ciegos. Después de un momento, la boca se abrió y emitió un sonido cristalino, de pura soprano, que entonaba un lamento sin palabras. El tema empezó a desarrollarse desde el grado más simple hasta adquirir una complejidad sorprendente.
—Una de mis creaciones más celebradas —dijo el margrave en un excelente solar estándar—. La llamo Sorudan, el espíritu de la canción. La melodía nunca se repetirá a menos que yo lo desee. Lamentaré mucho si alguna vez me veo obligado a venderla.
Redujo la intensidad de la luz. La voz se hizo más baja, y el tema entonó una sublime cadencia de semitonos hasta su cadencia final. Los ojos ciegos se cerraron. Poco después, los pétalos empezaron a curvarse en torno a la cara silenciosa.
El margrave les condujo a la habitación de al lado. Luther Brachis le siguió lentamente. Aunque Sorudan había sido creada sólo para su propio placer, el feo artista había dado vida a una obra de sorprendente belleza.
Las paredes de la otra habitación estaban llenas de jaulas, dibujos, fotografías y modelos. Brachis comprobó satisfecho que el campo de trabajo Aguja era diverso y aparentemente ilimitado. Unas acuaformas, tras asomarse a sus tanques de agua verde, se sentaron para tomar forma de grifos. En una holografía, un canguro esqueléticamente delgado se acercó a una jirafa y saltó por encima de ella. En otra, una criatura similar a un oso, de tres centímetros de longitud, caminaba sobre un lirio. Y por todas partes plantas móviles temblaban y serpenteaban entre las jaulas, siguiendo el movimiento de la luz.
El margrave de Fujitsu señaló con la mano.
—Rey me ha dicho que no le interesan los simples productos artísticos. ¿Por qué no me explica lo que quiere? Entonces le diré si puede hacerse y cuánto puede costarle.
Luther Brachis asintió.
—Necesito algo especial, y estoy dispuesto a pagar bien. Pero Rey tendrá que esperar fuera mientras lo explico. Tiene que ser confidencial.
Rey Bester pareció molestarse, empezó a objetar y después se encogió de hombros.
—Buena idea —dijo, no del todo convencido—. Me va a pagar de todas formas, así que no me importa nada.
Bester se fue malhumorado a la otra habitación y vio cómo Luther Brachis cerraba la puerta con sumo cuidado. Pegó la oreja tras ella, pero no pudo oír nada. Esperó impaciente durante quince minutos, e incluso se subió a una banqueta intentando ver algo por encima de la puerta. Fue inútil. Cuando la puerta volvió a abrirse y los otros dos hombres salieron, saltaba arriba y abajo lleno de frustración y curiosidad.
—Enviaré los detalles en cuanto regrese a Ceres —dijo Brachis.
El margrave asintió solemnemente y abrió la puerta.
—Déme dos semanas antes de esperar resultados. Para entonces, ya podré decirle si puedo hacer lo que quiere. Y necesitará un intermediario apropiado. No me arriesgaré a volver a verlo.
—Comprendo. Lo prepararé todo.
La pesada puerta se cerró. La luz se desvaneció y Brachis y Bester se encontraron en la oscuridad, bajo la noche sin luna.
—¿Por qué los llaman «Agujas»? —preguntó Brachis mientras se dirigían a la superficie—. He visto todo el laboratorio del margrave y no he visto ningún sitio donde inyecten nada.
—No inyectan —dijo Rey Bester en un extraño solar estándar—. Al menos, ya no. Hacían cuando empezó técnica, años atrás. Primeros días, todos biólogos. Jugaban con animales hembra, producían retoños, sin padre.
—¿Quieres decir partenogénesis? Hay muchos organismos que se reproducen así.
—Sí, partoeso. Sabía que era palabra larga. Biólogos calentaban huevo, ponen huevos en ácido, dan descarga eléctrica, juegan con agujas... huevo se desarrolla. Entonces luego empezó otro juego: si usaban aguja muy fina, pueden inyectar materia en mitad de células. Pueden poner nuevo ADN en núcleo.
—Rey, cuando te enseñaron solar estándar, ¿no te mencionaron los artículos? ¿Por qué no hablamos el idioma de la Tierra? Me das dolor de cabeza.
Rey Bester enarcó las cejas, sonrió y se encogió de hombros.
—Muy bien, caballero. Muchos extranjeros no lo entienden, así que tiendo a no emplearlo. Me alegra cambiar. Después de aprender la inyección de ADN y depurar la técnica, las Agujas nunca miraron atrás. Aprendieron a poner el ADN de un pato en un águila, ADN de araña en un mosquito... Cualquier cosa. Tecnología muy depurada, claro. Si nosotros lo intentáramos, el cigoto moriría. Pero ellos eran realmente buenos... como el viejo Fujitsu. Lo que quieras, lo hará. —Rey miró a Luther con curiosidad—. ¿Te dijo lo que haría?
Brachis no contestó inmediatamente. Se encontraban en lo alto de las escaleras, esperando que sus ojos se ajustaran a la oscuridad. Rey Bester le tomó del brazo.
—No tanta prisa, caballero. Puede haber Carroñeros por aquí. Salen de sus escondites por la noche, a ver qué encuentran. Son duros y malignos, y te cortarán en rodajas para quitarte la ropa... o sólo por la diversión de hacerlo.
Permanecieron allí un par de minutos. Ninguno de los dos se sentía con ganas de internarse de nuevo en la superficie. Finalmente, Brachis dio unos cuantos pasos adelante y se obligó a mirar a su alrededor. Si tenía que volver a visitar la Tierra, mejor aprender a sentirse cómodo en ella.
Miró y escuchó. La constante brisa en la cara le resultaba ya menos desconcertante. El olor a podrido —debía de haber plantas y animales muertos disolviéndose sin que existiera un plan de control ni de limpieza—, le hizo arrugar la nariz de puro disgusto. Los juncos se movieron, mecidos por el viento. Alzó la mirada. En el cielo, en un claro formado por las nubes, pudo ver las estrellas. Parecían moverse y fluctuar mientras las miraba.
Se encaminó hacia la entrada de los niveles inferiores.
—El trabajo que el margrave está haciendo para mí no es de tu incumbencia —dijo, respondiendo por fin a la pregunta de Bester. El anzuelo estaba dispuesto. Ahora sólo faltaba asestar el golpe final. Si algo podía hacer que Rey Bester picara, sería su enorme curiosidad—. Te lo aseguro, las cosas serían muy distintas si estuviera seguro de que estás de mi parte. Te podría decir muchas cosas sobre mis planes, y también podrías intervenir en ellos. Habría trabajo para ti, aquí abajo y fuera de la Tierra.