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Flammarion suspiró y se sentó, resentido. Sucedía otra vez: Mondrian creaba el lío y le dejaba a él las explicaciones.

—Déjame explicarte cómo funciona el Estimulador Tolkov —dijo.

Mientras hablaba, no despegó la mirada de la mesa; de esa forma, podía pretender que no veía a Taty Snipes y desconocía su creciente expresión de horror ante lo que iba descubriendo.

7

EL SALTAFREUD

Esro Mondrian había estudiado cuidadosamente todas las direcciones antes de intentar seguirlas. Estas se repartían a lo largo de una serie interminable de túneles hacia abajo, hacia los niveles más profundos de los Gallimaufries rumbo al interior de la Tierra, donde se necesitaba refrigeración continua para que los niveles marginales resultaran habitables y que sólo el servicio de mantenimiento visitaba regularmente. Parecía inconcebible que un saltafreud tuviera su oficina en estos refugios llenos de humo. Pero las instrucciones habían sido bastante precisas.

Los últimos cientos de metros de su viaje fueron en medio de una oscuridad casi total, y tuvo que descender paso a paso, con mucho cuidado, por una rampa. Al pie de ésta, Mondrian se detuvo y sacó una linterna en miniatura de su cinturón.

—Nada de luces, por favor —dijo una voz suave a pocos metros de él—. Aguante, comandante Mondrian, y sígame.

—¿Es usted Skrynol?

—Lo soy.

Un cálido aleteo tocó los dedos de Mondrian. Caminó lentamente siguiendo los pasos del saltafreud ante él. Por fin, fue conducido a un asiento cubierto de terciopelo y siguió el consejo de que se sentara y se relajase.

—Es usted un optimista —dijo—. ¿Podría relajarse si no supiera qué demonios está pasando? He visitado antes a otros saltafreuds, pero nunca había tenido que pasar por una cosa así. ¿Por qué esta oscuridad? Preferiría un poco de luz.

—Eso es comprensible —dijo la voz—, pero no es una buena idea. Con luz, se sentiría bastante menos relajado. No todos los productos salidos de un laboratorio Aguja son una obra de Arte en términos puramente estéticos.

Mondrian se echó adelante en su asiento.

—¿Me está diciendo que es un Artefacto?

—Parece que sí, ¿no? ¿Le crea algún problema? — Sonó una risa en la oscuridad—. ¿Le hace dudar de mi capacidad? Si es así, puedo enviarle a otros que le proporcionarán referencias excelentes. Y por lo que veo de sus condiciones mentales, los saltafreuds que ha visitado en el pasado han hecho poco por usted. ¿Lo haría peor un Artefacto?

Mondrian gruñó y volvió a repantigarse en el sillón.

—No puedo discutir con esa lógica. Pero ¿cómo puede hablar sobre mis condiciones mentales si sólo llevo aquí un par de minutos?

—Me está preguntando secretos profesionales. No puedo revelárselos. Pero si quiere pruebas de que puedo hacer lo que dice, tendrá un ejemplo. Siéntese tranquilamente, relájese y deje vagar sus pensamientos. Voy a colocar unos cuantos electrodos.

Mondrian sintió el contacto de unos fríos roces en la frente, las manos y el cuello.

La temperatura en la habitación era demasiado calurosa para resultar confortable. Mondrian se quedó sentado en silencio, sudando copiosamente, y trató de seguir la orden y relajarse. Se preguntaba qué forma podría ser tan horrible como para resultar peor que aquella oscuridad opresiva y agobiante. Se esforzó en ver al ser ante él. Fue inútil. ¿Estaba perdiendo el tiempo con otra visita infructuosa a un saltafreud?

—Ya es suficiente —dijo Skrynol de repente—. Recuerde que no puedo leer sus pensamientos, y nunca afirmaré que puedo hacer tal cosa. Pero puedo leer su cuerpo, y a través de él sus emociones, y ellas me dicen más sobre sus pensamientos de lo que esté dispuesto a creer. Por ejemplo, déjeme indicarle unas cuantas cosas obvias y familiares. Sus pupilas están un poco dilatadas... Sí, antes de que pregunte, puedo verle perfectamente, aunque usted no pueda verme a mí... y uno de sus párpados se mueve intermitentemente. Su temperatura corporal está medio grado por encima de lo que estimo es lo normal. Sus músculos están tensos, pero en control... ahora está haciendo un esfuerzo para relajar su espalda y sus hombros. Su pulso es elevado, unos diez latidos por minuto por encima de lo normal. Las palmas de las manos húmedas, transpiración alta en ácidos y baja en iones de potasio. La boca tensa, los labios un poco secos. La membrana nasal también seca, posiblemente una fracción de grado más fría de lo que cabría esperar. Deglución frecuente y esfínteres tensos. En suma, está muy excitado y se controla. Estas son variables físicas. Una máquina médica podría decirle lo mismo. Pero yo puedo integrar todos esos factores e interpretarlos en un contexto. Y puedo suponer, nada más que suponer, qué estado mental los produjo. Y mi conclusión es la siguiente: a nivel consciente, comandante Mondrian, se está preguntando sobre mí y mi posible apariencia. Eso es perfectamente natural. Pero debajo de eso, en el centro de su atención auténtica, hay otras dos preocupaciones. Ha perdido algo, y es enormemente importante que lo encuentre. Y esa preocupación nos lleva más allá, a la razón por la que ha venido aquí en primer lugar. Lo que ha perdido es importante para usted simplemente porque le protege de lo que más teme. Lo que está oculto.

Mondrian se enderezó en la oscuridad. Había estado pensando en las Criaturas de Morgan y dónde podrían estar, pero hasta que el saltafreud mencionó ese «algo perdido», aquel pensamiento no había sido más que una preocupación secundaria.

—Esa cosa oculta —dijo con una mueca—... ¿es la fuente de mis pesadillas, la razón por la que me despierto horrorizado cada noche?

—Por supuesto —la voz de Skrynol era tranquila—. No hace falta que conteste a esa pregunta, ¿verdad? Puede contestársela usted mismo. ¿Empezamos ahora la búsqueda de esa cosa oculta? Debemos encontrarla antes de deshacernos de ella.

Mondrian se echó hacia atrás.

—Estoy en sus manos —de repente pareció más nervioso, y empezó a tocar y retorcer el ópalo de fuego de su cuello. Había notado un tenue olor en el aire, un rastro como de melocotones maduros—. ¿Qué quiere que haga?

—Permanezca completamente inmóvil. Voy a conectar unos cuantos electrodos más. —De nuevo los fríos toques, esta vez en el pecho de Mondrian y en su abdomen—. Muy bien. Ahora vamos a explorar bajo los niveles conscientes. Hoy, sólo el primer estrato. Diré unas cuantas palabras clave y usted irá contestando lo que quiera.

Era la técnica común, prohibida en la Tierra desde hacía siglos, y con una reputación incierta y desagradable incluso en el planeta. Mondrian asintió con la cabeza, dando a entender que estaba de acuerdo. El periodo de preguntas y respuestas empezó. Y de pronto ya no fue la sesión estándar. Mondrian se vio sumergido en un estado de semiinconsciencia, comprendiendo que estaba hablando, pero sin saber de qué. Duró un largo rato. Por fin, se dio cuenta de que una vez más le hablaban directamente.

—¡Mondrian!¿Sabe lo que me ha estado diciendo? Si es necesario, puedo repetir los puntos más importantes.

Volvió a asumir plena consciencia, dándose cuenta de que podía recordar todo lo que había dicho... a pesar de que lo había hecho sin su control, a niveles internos cuya existencia desconocía. Asintió.

—Lo sé. Dije...

La memoria regresó, con todos sus terribles detalles. Skrynol le había hecho forjar una serie de imágenes mentales poco a poco. Aún brillaban en su mente.

...Había tomado la forma de una araña gigante y estaba sentado tranquilamente en mitad de una gran tela. Los hilos brillaban con luz propia, en todas direcciones. Pero había un punto en que la luminiscencia se perdía. Pudo ver una región bien definida de la tela, con él como centro. Todo lo demás estaba oscuro. Mientras miraba y esperaba, sintió que los hilos se movían. Miró para ver qué presa había, pero el objeto perturbador estaba demasiado lejos. Se encontraba en la región oscura. Supo, por las delicadas vibraciones de los hilos, que la presa se aproximaba.