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Y de repente la presa dejó de existir. Era un peligro, una fuerza que no podía controlar, que se arrastraba hacia él a lo largo de los hilos iluminados. Y ya no estaba esperando en el centro de la tela el momento de partir en busca de su víctima. Estaba atado al centro de la tela, incapaz de escapar de lo que se aproximara desde la distante oscuridad...

—¡Excelente! —dijo la voz de Skrynol y Mondrian descubrió que estaba temblando de arriba a abajo y quería huir.

—Hemos penetrado mucho más en una sesión de lo que esperaba —continuó Skrynol—. ¿Había conseguido alguna vez esa serie de imágenes?

—Nunca —Mondrian recuperaba el autocontrol, pero continuaba jugueteando nervioso con el ópalo de fuego—. ¿Qué son esos pensamientos? ¿Son la «cosa oculta» de la que me habló?

Skrynol se rió de nuevo, con su típico chirrido agudo de diversión.

—Si fuera tan sencillo, no necesitaría los servicios de un buen saltafreud. No, lo que hemos encontrado hoy es el primer nivel de defensa de la mente. Las imágenes que ha construido son un segundo nivel defensivo. No son más que una analogía de sus miedos reales, y esos miedos derivan de una experiencia mucho más profunda y escondida. Nos queda mucho por recorrer. Volveremos a vernos la semana que viene.

Mondrian notó que los electrodos eran retirados de su cuerpo.

—¿Qué le debo?

—Por hoy, nada. —Hubo una pausa—. Para darle una respuesta sincera, ya me ha pagado. Cuando le coloqué los electrodos, dos de ellos incluían pequeñas sondas. Mientras construía sus memorias protectoras, le saqué sangre. Sólo un poco. No se preocupe, le queda mucha. Sólo tomé menos de un cuarto de litro, apenas el cinco por ciento de su suministro total. La repondrá en muy poco tiempo.

Mondrian inspiró profundamente.

—Gracias por decírmelo. ¿Por qué quiere mi sangre?

—Por la mejor, más simple y más honesta de las razones: para alimentarme. Mi metabolismo no puede digerir la mayoría de las formas de comida.

—Supongo que debo agradecer que sus necesidades sean tan modestas —dijo Mondrian con frialdad—. ¿Ése será su precio habitual... o lo incrementará a medida que el tratamiento continúe?

—Sabe que no haría eso —Skrynol volvió a echarse a reír mientras le conducía a la salida—. Lo quiero como cliente regular. Si le secara, sería el final —hubo una leve nota de humor en su voz—. Está a salvo conmigo, comandante Mondrian..., al menos mientras siga en tratamiento. Tendrá que vigilar cuando esté curado. Porque entonces no esperará volver, y entonces no tendré incentivo para contenerme y no saciar mi apetito. Por el momento, no se preocupe.

Mondrian regresó a los niveles superiores casi en trance. No podía quitarse de la cabeza las imágenes de la tela de araña. Le hacían sentirse terriblemente incómodo, aunque estaba convencido de que Skrynol había hecho más progresos en una sola sesión que nadie más en docenas de ellas.

Al regresar al nivel de entrada del Enlace, se transfirió a la salida adecuada y anduvo el resto del camino hasta el apartamento. Sin la presencia de Tatiana, éste parecía frío y desolado. Mondrian entró en la habitación, se llevó la mano al cuello y cuidadosamente se quitó el ópalo. Entonces se acercó al comunicador y pidió una llamada privada. En unos pocos segundos conectó con el laboratorio principal de la Seguridad de Fronteras en Palas.

—¿Hasselblad? —dijo—. Soy Esro Mondrian. Tengo un trabajo para ti. Acabo de hacer una grabación múltiple, en todas las ondas, de algo que hay aquí en la Tierra. —Miró el ópalo un instante, sopesándolo en la mano—. No sabía qué pantalla podría estar operando, así que lo intenté con todas. Quiero saber qué imágenes puedes sacar de esto. Estará de camino hacia allá en una o dos horas. Dale prioridad absoluta, ¿quieres? Necesito las respuestas para dentro de una semana.

8

ESTIMULADOR Y LABORATORIO AGUJA

—¡No! —el grito resonó, increíblemente violento, a lo largo de las cámaras talladas en la roca—. ¡No, no, no, no, no!

—¡Chan! ¡Chan! ¡No corras! ¡Espérame!

Tatiana intentaba inútilmente correr tras él. Los gritos se perdían en la distancia. Había conseguido escaparse otra vez, y ahora corría a ciegas, llorando, por el laberinto de los túneles internos. No podría mantenerse fuera de su alcance mucho tiempo, no con el trazador para descubrir su dirección y a qué distancia se encontraba, pero la complejidad de Horus hacía que la búsqueda resultara larga y tediosa. Diez generaciones horadando y excavando habían dejado un vestigio de escombros: viejos sintetizadores, herramientas rotas, equipos de comunicación ya obsoletos, montones de contenedores de suministros... pocas cosas del Grupo Egipcio merecían ser empleadas de nuevo en otra parte del sistema.

Tatiana continuó la persecución. Ella misma estaba a punto de llorar, y aún quedaba lo peor. Cuando alcanzara a Chan Dalton, tendría que darle la medicación y usar el Estimulador Tolkov. Cada vez más, parecía un ejercicio sin sentido.

Continuó, ceñuda y cansada. Antes de que Flammarion se marchara de Horus, Chan había sido difícil de tratar. Era mayor, más fuerte y mucho más rápido que Tatty. A menudo, sólo podía manejarle usando el aturdidor, deteniéndolo y debilitándolo para poder reducirlo.

—¿Chaaan? —gritó, su voz a punto de quebrarse—. Chan, vuelve con Tatty.

Silencio. ¿Habría encontrado un nuevo escondite? Tal vez se volvía más inteligente, poco a poco; o tal vez eso era lo que ella quería creer. Todos los días miraba aquellos brillantes ojos azules con la esperanza de que en ellos apareciera algún rastro de comprensión, y todos los días se sentía defraudada. La inocencia de un niño de dos años le devolvía la mirada, siempre incapaz de comprender por qué la mujer que le alimentaba, vestía y arrullaba por la noche le torturaba también.

Muchos de los túneles del interior de Horus terminaban en un callejón sin salida. Después de un rato, no importaba cómo intentara escapar, Chan acabaría en uno de ellos. Casi siempre en los mismos. No tenía la memoria ni la inteligencia necesarias para aprender. Tatty miró el trazador y siguió adelante, fatigada. No se encontraba más que a unos pocos metros de él. Tenía que estar escondido en la siguiente cámara. Vio una pila de sábanas de plástico sobre una roca. Chan debía estar detrás de ellas, agachado insensatamente y con la cara contra la suciedad. Tatty alzó el aturdidor y camino los últimos metros, sintiéndose despreciable. Él estaba allí. Llorando.

Le partía el corazón tener que llevarle otra vez al centro de entrenamiento. Sabía que no necesitaría el aturdidor. En cuanto le alcanzó, su resistencia desapareció y se dejó llevar de la mano, pasivo y sin esperanza, pero cuando vio el Estimulador, empezó a llorar de nuevo, en silencio. Ella le sentó y le ató firmemente la cabeza y los brazos y se dio la vuelta para incrementar la energía. Los gritos de dolor cuando se alcanzaba la intensidad máxima eran malos, pero podía soportarlos. Era cuando el tratamiento terminaba y liberaba a Chan y le daba de comer cuando se sentía a punto de desmayarse. El se apretujaba en la silla, sudoroso y dolorido, y la miraba suplicante. Su cara no era la de un ser humano. Pertenecía a un animal atormentado, torpe, resignado, incomprensivo. Estaba torturando a una bestia sin remisión, castigándole una y otra vez por un motivo que no comprendía.

Kubo Flammarion la había instruido en el uso del Estimulador antes de marcharse. Le había dicho que Mondrian le daría más detalles cuando viniera a Horus, pero Mondrian no vino nunca. Ni siquiera había enviado un mensaje. Día tras día, ella hacía todo lo posible por seguir pacientemente las instrucciones de Flammarion. La regla de las tres emes —Máquina, Medicación, Motivación— tenía que ser seguida con escrupuloso cuidado.