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—Un poco más que eso, caballero —contestó el gordo, sonriendo en el círculo de luz.

—¿Un trato? Tengo amigos.

—Lo sé —el hombre levantó un brazo y señaló con la maza a Brachis—. Le conozco. Hay gente importante que pagaría por rescatarle... especialmente cuando les envíe unos cuantos dedos suyos para probar que hablo en serio.

Brachis pensó que reconocía la forma y la voz le confirmó sus sospechas.

—¿Bozzie? —dijo rápidamente—. Escuche, señor. Podemos cerrar un trato. Puedo hacer que...

—Para usted no es Bozzie ni señor —dijo el otro hombre, con acento maligno.— La basura como usted me llama Su Majestad. Muy bien, muchachos, a por él.

Los cuatro se abalanzaron sobre él. Luther Brachis conectó el uniforme en modalidad comando. Aplastó la laringe del hombre a su izquierda con el borde de la mano, y al mismo tiempo propinó a otro una patada en los testículos. Giró a la derecha, y golpeó con la mano izquierda al tercer hombre en los ojos. Dio un giro de trescientos sesenta grados. Su brazo derecho barrió como una maza. La manga de su uniforme de combate, endurecida por la rápida aceleración, rompió la mandíbula del cuarto hombre.

El duque de Bosny presenció la derrota instantánea de su grupo de carroñeros. Dejó caer la linterna y corrió hacia el campo oscuro. Brachis le alcanzó con unas cuantas zancadas, le puso boca abajo en el suelo y se arrodilló sobre su espalda. Cerró los dedos en torno a su cuello.

—Ahora, Vuestra Majestad, ha llegado el turno de las respuestas. Si me mientes, pensarás que tus carroñeros lo tuvieron fácil.

—¡Lo diré todo! ¡Lo diré todo! —El duque de Bosny temblaba, aplastado contra el suelo como una medusa monstruosa—. No me lastime. ¡Por favor! ¡Llévese lo que quiera! y le retorció el cuello hasta hacerlo crujir. Bozzie dio un brinco, se estremeció y guardó silencio. Luther Brachis no se volvió a mirarlo. Se dirigió a cada uno de los cuatro hombres y repitió la operación con cada uno, de modo limpio y sin esfuerzo. Todo el episodio no le había llevado más de un par de minutos.

Pensó en arrojar los cuerpos a una acequia, pero luego decidió no hacerlo. Las luchas de los carroñeros en la superficie eran algo corriente, y ésta parecería una de tantas, quizás un poco más notable que de ordinario, ya que el duque de Bosny era una de las víctimas.

Brachis se dio prisa en alcanzar el túnel de entrada. Dio comienzo a los ejercicios de autodisciplina para sacar el incidente de su mente. No quería que interfiriera con lo que le esperaba a continuación.

Podía decirse, con una especie de conciencia irónica, que sabía muy bien que se estaba comportando de manera ilógica. Debería preocuparse más por la posibilidad de haber dejado huellas en alguno de los cuerpos, pero esto le parecía ahora poco importante. Tenía que llegar a un apartamento en el nivel 55.

Después de sólo dos encuentros, ansiaba tanto reunirse con Godiva Lomberd como si fuera una virgen inocente, como si éste fuera su primer amorío. No había duda sobre lo que iban a hacer, ni peligro de que lo rehusaran. Sería una transacción comercial, un encuentro controlado por la lujuria, la sórdida persecución del cuerpo de una mujer.

Brachis podía decirse todo eso y no ver ninguna diferencia. Iba a ver otra vez a Godiva Lomberd, y por el momento nada más era importante.

9

CHAN; UN TRATO CON SKRYNOL

Las anillas eran de colores y formas diferentes; el cono se iba ampliando desde un punto romo en la parte superior hasta una gruesa base, y las anillas sólo encajarían en él si se colocaban en el orden adecuado, de mayor a menor.

Chan Dalton estaba sentado en el suelo, encorvado sobre su juguete. Su hermoso rostro aparecía contraído y tenso por el esfuerzo. Tomó las anillas una a una, estudiándolas, para luego colocarlas entre sus piernas. Toda la habitación estaba decorada alegremente en tonos azul y rosa, con pinturas y dibujos en las paredes y una gruesa alfombra en el suelo.

Chan se había colocado exactamente en el centro de la habitación. Después de pensarlo mucho, levantó la anilla roja y la colocó en el cono. Poco después, hizo lo mismo con la naranja. A continuación, con la amarilla.

—¡Lo está haciendo bien! —susurró Tatty, aunque no había posibilidad alguna de que Chan pudiera oírla, pues lo estaban observando a través de un cristal unidireccional que había en la pared—. ¿Podía hacerlo cuando estaba contigo?

Leah Rainbow sacudió la cabeza.

—Nunca..., no habría sabido.

Su voz reflejaba su excitación. Cuando llegó a Horus, le había resultado difícil hablar con Tatty, y a la princesa le había sucedido lo mismo. Por fin, ambas se dieron cuenta de por qué. Las dos eran para Chan como madres y tanto la antigua como la nueva se sentían celosas una de otra. Tatty lo notó cuando Chan corrió a abrazar a Leah en cuanto la vio, lanzando un alarido de alegría y excitación; Leah odiaba ver a Tatty organizar la vida de Chan, como si fuera su dueña, diciéndole lo que tenía que hacer a continuación, qué debía hacerse con sus ropas, y qué tenía que comer. Leah pensaba que aquello era su prerrogativa.

La sesión diaria con el Estimulador Tolkov fue otra causa de tensiones entre las dos. Leah juzgó despiadada la firme insistencia de Tatty en que Chan tenía que someterse diariamente al tratamiento, hubiera visita o no. No estaba dispuesta a ayudarle a cogerlo ni a atarlo. La presencia de su propia foto junto a la de Esro Mondrian, para que Chan pudiera verlos a ambos mientras estaba en el Estimulador, la sumió en la perplejidad. ¿Qué estaba haciendo Tatty?

Pero cuando empezó el tratamiento, no pudo ignorar la angustia y la aflicción de Tatty mientras Chan se revolvía en el asiento. Lo que finalmente la había ganado fue el dormitorio y el cuarto de juegos que Tatty había montado para él. Éstos habían sido preparados con mucho cuidado, y eran toda una evidencia de amor y cariño.

Recordaba muy bien a Horus desde su breve estancia allí antes de partir para entrenarse. Había sido horrible; sombrío, sucio, depresivo, más parecido a un barracón que a un lugar donde educar a un niño (y Chan era un niño para Leah, a pesar de su edad física y su aspecto). Ahora el lugar estaba transformado.

—¿Cómo has podido hacer todo esto? —preguntó, después de enseñarle Tatty una habitación tras otra, todas ellas decoradas y amuebladas elegantemente y diseñadas para aprovechar al máximo las características naturales y artificiales del interior de Horus.

Tatty se echó a reír. Era maravilloso tener a alguien que supiera apreciar sus esfuerzos. Chan no se daba cuenta, y Kubo Flammarion parecía encontrarse más a gusto con la antigua suciedad y el desorden.

—Me cansé de vivir en una cueva —respondió—. No sabía cuánto tiempo tendría que quedarme en este sitio. Pero todos los robots de servicio siguen aquí, porque nadie cree que merezca la pena trasladarlos a otro lugar. Encontré la manera de reprogramarlos. Me llevó tiempo, pero tenía todo el que quisiera por delante, y les hice limpiar la basura y que convirtieran este lugar en algo habitable. Uno de ellos podía incluso producir alfombras y tapices bastante buenos. Así que, una vez empecé, supongo que el resto vino por añadidura. ¡Pobre Kubo Flammarion! —sonrió al recordarlo—. Estuvo aquí hace un par de semanas, y no le dejé entrar en las habitaciones de Chan hasta que se dio un baño y se limpió el uniforme. Lo hizo, pero estaba destrozado. Y Chan hizo que se sintiera peor. «Kubo cambiado, —dijo—. Ya no apesta más, menos el sombrero.» Y le robó la gorra y la arrojó a la basura... Kubo no se había molestado en limpiarla; supongo que pensó que no nos daríamos cuenta. Pero Chan lo notó. Está mejorando, ¿verdad? —su voz rebosaba alivio—. Me preguntaba si me imaginaba el cambio sólo porque lo deseaba con tanta fuerza... Pero tú también lo notas. Es un poco más listo. Estoy segura.