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—Claro que sí. Míralo ahora.

Chan había montado lenta y cuidadosamente todo el conjunto de anillas. Ahora, con el mismo esfuerzo, procedía a desmontarlas. Las dos mujeres lo observaron hasta que terminó de hacerlo, y entonces aplaudieron. A continuación, Chan cogió un juego de bloques de plástico rojo. Tenía figuras bastante complejas, pero juntas podían formar un cubo perfecto. Jugueteó con ellas un rato, ausente, y después las arrojó al suelo.

—Eso todavía es demasiado complicado para él — dijo Leah—. Está progresando, pero es terriblemente lento. A este ritmo, se necesitarán años.

—No sigue un desarrollo lineal. Según Kubo, si funciona, cuanto podemos esperar es ver lentos progresos al principio. Entonces todo aparecerá de golpe, quizás en una sola sesión en el Estimulador. No sabemos cuándo puede suceder, ni hasta dónde llegará Chan, porque desde el comienzo ignoramos qué hay malo en su cerebro. Podría terminar como retardado, mediano o incluso superinteligente, supongo, aunque esa probabilidad es muy pequeña. Todo lo que podemos hacer es esperar. —Miró a Chan—. Bueno, ésa es la teoría. Tenemos cosas más prácticas de las que preocuparnos antes. Tengo que prepararle la cena. Si quieres, puedes ayudarme. Es un poco guarro, aunque no mucho más que Kubo. Tendrías que haberlos visto a los dos... era repulsivo. ¿Quieres venir conmigo a la cocina? Todavía no me has dicho lo que has estado haciendo en ese programa de entrenamiento.

—Acostumbrarme a él. ¿Sabes?, cuando Bozzie nos vendió en la Tierra pensé que era lo peor que podría haberme sucedido. Estaba muerta de miedo. Y ahora estoy en el entrenamiento... ¡y me encanta! Acabamos de terminar la primera fase, y por eso me dieron un pequeño permiso. Pero tendré que marcharme de nuevo pasado mañana y regresar a la Estación Tela de Araña. Nos reuniremos con algunos de los miembros alienígenas, y empezaremos a formar un equipo auténtico. Ya he conocido a un Remiendo. No son tan extraños como la gente dice. El nuestro incluso hace chistes.... ¡en solar estándar! Y nadie ha conseguido hacer ningún progreso con su lenguaje. No tiene verbos, ni nombres, ni adjetivos, ni nada que se le parezca. Sólo zumbidos. ¡Y la lengua de los Ángeles se supone que es aún más complicada que la de los Remiendos! Tenemos que dejar en manos de los ordenadores la traducción, aunque al parecer ellos nos comprenden. Es preocupante. Me dijeron durante el entrenamiento que los humanos somos la especie más inteligente, pero estoy empezando a albergar serias dudas...

La actuación ante las anillas había puesto a las dos mujeres de buen humor. Parloteaban felices mientras se dirigían a la cocina. Chan se quedó jugando solo. Durante cinco minutos, permaneció sentado en el suelo, sin moverse. Entonces se levantó, corrió rápidamente a la puerta, subió por la estrecha rampa que conducía al espejo unidireccional. Se aseguró de que no había nadie detrás y volvió corriendo al cuarto de juegos.

Primero se dirigió a la sonriente fotografía de Esro Mondrian que Tatty había colgado en la pared, entre todos los dibujos de animales, plantas, personas y planetas. La miró intensamente. Entonces regresó al centro de la habitación, a la pila de bloques de plástico rojo. Recogió cuatro de ellos y rápidamente empezó a unirlos. En menos de treinta segundos, había ensamblado todo el cubo. Lo miró durante unos segundos y entonces, con la misma rapidez, lo desmontó y arrojó las piezas al suelo. Por fin, alzó los ojos y volvió a contemplar la imagen de Mondrian.

Sonrió. Y la suya fue una copia perfecta de la sonrisa que había en la cara de Esro Mondrian.

A cuatrocientos millones de kilómetros de distancia, esa misma cara estaba bañada en sudor. Mondrian yacía en la oscuridad sobre un duro diván, apretando los dientes y respirando a través de una serie de rápidos jadeos.

No podía ver nada, ni oler nada, ni sentir nada. Ni siquiera los electrodos colocados en su cuerpo producían ya sensación alguna. Después de un rato, la oscuridad se tragaba toda posible voluntad. Sentía que estaba solo, que no había nada más en el universo. La interminable serie de preguntas no servía de nada. Parecían venir de dentro, del interior de los rincones ocultos de su cerebro. Se esforzó por dar respuestas que acabaran con las preguntas, y hacerlo fue una agonía que le traspasaba el cráneo. Gritó.

—Se resiste de nuevo —dijo la suave voz de Skrynol—. Cada vez que nos aproximamos a esa zona, empieza a evadirse. Creo que debemos terminar por hoy.

Hubo un gentil contacto en el cuerpo sudoroso de Mondrian; los electrodos le estaban siendo retirados.

—No vamos a ninguna parte —dijo ásperamente—. Estoy perdiendo mi tiempo y el suyo.

—Al contrario, estamos progresando. A medida que vayamos definiendo la zona en la que no me permite entrar, podré deducir su naturaleza más y más. Ya tengo ciertos hechos. Por ejemplo, sé que oculta el resultado de una experiencia muy temprana, algo que ocurrió antes de que tuviera tres años. Ha pasado toda la vida construyendo barreras mentales alrededor de ese hecho. Por eso son difíciles de romper. Segundo, sus sueños recurrentes están todos relacionados con esa experiencia. Hay un modelo. Hay siempre una recreación de su trauma, o una huida de él. La visión es siempre la misma; usted como figura central, rodeada por una región cálida, iluminada, segura.

—Eso no es nada nuevo. Otros saltafreuds me han dicho lo mismo. Dicen que simboliza el vientre materno.

—Claro que dicen eso —la voz de Skrynol se tornó más aguda—. Es una conclusión barata. Y equivocada. Puedo reconocer los simbolismos de esa clase, y éste es bastante diferente. Déjeme continuar. Siente que lo controla todo dentro de esa región... pero la región se encoge. Cada día, la oscuridad se ha aproximado un poco más. Siente que hay demonios en esa oscuridad. Pero no hay lugar donde esconderse, pues siempre está en el centro de esa región iluminada. Si corre, en cualquier dirección, el peligro quedará aún más cerca. Por tanto, no puede huir, y no se atreve a quedarse quieto. Ésa es la fuente de sus pesadillas.

—Suponiendo que tuviera razón, ¿cómo puede ayudarme?

—Debemos ir aún más atrás..., más profundamente. Y debe usted ayudarme a hacerlo.

Mondrian guardó silencio.

—Tiene miedo —continuó por fin Skrynol—. Lo comprendo. Nuestros miedos secretos son siempre sagrados. Se le puede ayudar. Pero sólo si realmente lo quiere. Debe confiar más en mí, contarme sus secretos, dejar que sienta con usted y por usted —hubo una risa en la oscuridad—. Le horroriza la idea. Lo sé. Pero nuestros secretos nunca están tan bien guardados como nos gustaría imaginar. Déjeme contarle uno de esos secretos, pues hasta que no se lo diga nunca podremos retroceder lo suficiente.

Mondrian permaneció absolutamente quieto.

—¿Cree que tengo secretos?

—Tiene al menos uno. Según su archivo oficial, nació en Oberón, hijo de una ingeniero de minas que estaba ya embarazada cuando fue enviada allí. ¿Correcto?

—Eso es.

—Hábleme de su madre. ¿Qué clase de mujer era?

—Se lo he dicho varias veces. No la recuerdo. Murió en un accidente poco después de que yo naciera.

—Eso es lo que me ha dicho. Y ha mentido —la mano de Skrynol tomó a Mondrian por el hombro—. Su madre está muerta, eso es cierto, pero recuerda muy bien cómo era. Y no nació usted en Oberón, sino en la Tierra. Cuando era niño, le vendieron en la Tierra. No intente negarlo. Vivió en la Tierra los primeros dieciocho años de su vida, como común, en la pobreza y la miseria, hasta que tuvo oportunidad de escapar. Hoy, es usted un hombre educado, sofisticado. Tiene gustos refinados. Aprecia la belleza, la inteligencia, la buena literatura, la buena música, el arte, la comida y la bebida. Y sin embargo, fue formado en la Tierra. Una parte de usted continúa aún encerrada en la suciedad, ignorancia y estupidez donde empezó. Su pesadilla empieza aquí, en este planeta.