Al fallar en su cálculo de la explosión necesaria, Luther Brachis había otorgado al margrave su deseo más ferviente.
11
EL DESPERTAR
Los días buenos, Tatty no podía contener las ganas de abrazar a Chan. Era un hombre crecido, grande, ágil y poderoso, pero también un niño pequeño. Y, como un niño pequeño, estaba orgulloso de todo lo nuevo que podía hacer, y corría ansioso para mostrárselo a Tatty.
Los días malos, el niño sencillo y encantador desaparecía. Chan no decía nada, no cooperaba en nada, no se interesaba por nada. Ella deseaba cogerlo y sacudirlo hasta que se diera cuenta.
Y éste era un día malo. Uno de los peores. Tatty se dijo que tenía que mantenerse en calma y no perder los estribos. Con otra sesión de Estimulador dentro de una hora, tenía que conseguir confortar a Chan y tranquilizarle a través de la agonía y la desesperación. Pero por el momento...
—¡Chan! Vamos, mira la pantalla. Mira, eso es la Tierra. Naciste en la Tierra, como yo. Estas son imágenes de la Tierra. ¡Chan! Mira... ¡mira la pantalla!
Chan contempló ausente la pantalla tridimensional durante un segundo, y después volvió a estudiar el fino vello que cubría su brazo y su muñeca. Tatty juró, y golpeó el mando para adelantar la presentación. Fuera útil o no, tenía que ejecutar todo el programa.
Ni una palabra de todo esto se le mete en la cabeza, se dijo. Es demasiado abstracto para él, demasiado. ¿De quién fue la estúpida idea de darle lecciones de astronomía, si ni siquiera es capaz de distinguir las letras del alfabeto? Se supone que tiene que absorberlas a nivel inconsciente, ¿no? Claro. Vaya esperanza. Nunca recuerda las lecciones... y no parece interesado ni mínimamente en ellas. Pérdida de tiempo. Para él y para mí también. ¿Qué más puedo hacer?... Debería estar en la Tierra... si solamente pudiera marcharme de este lugar. La Tierra. ¡Oh, Dios! mira esas maravillosas imágenes. Mares y cielos y ríos y bosques y ciudades. Ojalá estuviera allí ahora, de nuevo en mi apartamento... sólo yo y... si Esro Mondrian estuviera aquí ahora, le mataría... Despiadado, impasible, traicionero, monstruoso, sin escrúpulos...
Mientras sus pensamientos la consumían, la lección continuó. Chan viajó por todo el sistema solar, poco a poco, a través de maravillosas imágenes tridimensionales. El centro de entrenamiento de Horus era caro. Quienes se entrenaban en él entraban en la pantalla, viendo, oyendo y sintiéndolo todo como si estuvieran presentes en cada escenario. Chan y Tatty flotaban juntos sobre la superficie de Venus, donde la atmósfera corroía y abrasaba y cada piedra temblaba en el calor eterno. No obstante las cúpulas de superficie albergaban cuatrocientos millones de personas. Después, viajaron hacia dentro, hacia la órbita de Mercurio, camino del Nexo de Vulcano, donde la fotosfera solar llameaba y eructaba en salvajes tormentas de luz. La superficie parecía tan cercana que sentían como si pudieran tocarla. Tatty se encogió, llena de auténtico pavor, aunque sabía que solamente era una imagen. Chan la contempló impasible, sin ningún rastro de emoción.
Siguieron moviéndose, dejaron atrás la Tierra y se encaminaron hacia las colonias de Marte, donde había una enorme excitación. La hora Cero estaba a unas pocas horas de distancia... el momento mágico en que los gases volátiles suficientes serían enviados a través del sistema de Enlace Mattin y los humanos podrían vivir en la superficie sin equipo respirador. La atmósfera era ya casi tan densa como en la cima de las montañas más altas de la Tierra. Desafiando la biología básica, jóvenes atrevidos se aventuraron en la superficie cada día, sin máscaras de oxígeno. Los más afortunados eran rescatados a tiempo, sufriendo una anoxia extrema.
Chan y Tatty se alejaron del Sol, más allá del Cinturón de Asteroides donde un centenar de planetas menores componían el centro de poder comercial y político del sistema solar. A partir de aquí, se dirigieron a las grandes bases industriales emplazadas en Europa, Titán y Oberón. Provistos de cascos monitores, Chan y Tatty se internaron en el fango helado bajo la profunda atmósfera de Urano, donde las Criaturas Ergatandromorfas construían sin descanso sus plantas de fusión y el sistema de Enlace Urano. Aún faltaban tres siglos para que el trabajo terminara allí. Chan, sin interesarse en nada, contempló impasible a los Ergas.
Cuando el viaje por el viejo sistema solar terminó, Tatty miró a Chan. Todavía ninguna reacción. Suspiró y dejó que la lección continuara. Juntos, saltaron cuatrocientos mil millones de kilómetros y se internaron en la oscuridad exterior. Contemplaron la masa gigantesca del Cosechador Ooor trabajando, un gigantesco cilindro que explotaba los miles de millones de miembros de la nube cometaria. Lento y sin descanso, a un cuarto de año luz del sol, atrapaba los cuerpos ricos en moléculas orgánicas simples, las convertía en millones de toneladas de azúcares, grasas y proteínas y enviaba los productos, a través de los Enlaces, al sistema interior.
Finalmente, Chan y Tatty volvieron a saltar y alcanzaron la tranquila avanzadilla del sistema solar. A un año luz de distancia, se encontraron en las Tortugas Áridas, los fragmentos rocosos libres de gases que marcaban la frontera de los dominios del sistema Sol. Más allá de este punto, cualquier masa era compartida gravitacionalmente con otras estrellas. El sol era un puntito de luz helado, menos brillante que Venus visto desde la Tierra. Las temperaturas se alzaban unos pocos grados sobre el cero absoluto. Juntos, Chan y Tatty miraron los tetraedros metálicos de millones de años de edad, reliquias enigmáticas dejadas por una raza que era vieja antes de que el Hombre fuera joven.
Hasta ahora, la lección había sido general, diseñada para mostrar a Chan la estructura, economía e infraestructura del sistema solar. Ahora se convirtió en específica para el entrenamiento de los equipos perseguidores. El monitor cambió de nuevo la escala. Se movió más allá del sistema solar para considerar la geometría del Grupo Estelar. La región del espacio accesible era una vasta esfera de cincuenta y ocho años luz de diámetro, cuyo centro era el Sol. El Perímetro marcaba su frontera exterior. Las naves sonda, limitadas a un décimo de la velocidad de la luz, expandían la esfera unos diez años luz cada siglo. Los humanos no habían encontrado ninguna otra especie que poseyera el Enlace Mattin, así que el Perímetro continuaba centrado en el Sol. La comunicación con algo o alguien fuera del perímetro era impracticable... al menos hasta que la burbuja esférica del Perímetro se encontrara con una segunda burbuja impulsada por otra especie que también hubiera aprendido el secreto del Enlace Mattin.
(Los humanos habían hablado de esto durante siglos. Se habían escrito miles de papeles y millones de palabras, intentando analizar las implicaciones de tal encuentro. Igual que, en una etapa mucho más primaria, los escritores habían discutido el primer contacto con seres extraterrestres inteligentes. Como aquellos análisis, muchos de los nuevos escritos eran persuasivos y estaban bien argumentados... y se contradecían mutuamente.)
En la última parte de la lección, aparecieron en el interior de la esfera las estrellas natales de las otras tres especies inteligentes conocidas. Los Tubo-Rilla habían sido descubiertos, primero, en el sistema binario de Eta Cassiopea, a dieciocho años luz del Sol. A continuación, el Perímetro había alcanzado a los Metálicos, a veintitrés años luz de distancia. Su mundo natal era Mercantor, que circundaba la estrella Formalhaut. Y por fin, los recién llegados al Grupo Estelar, los Ángeles, vivían en un planeta que orbitaba Capella, a cuarenta y cinco años luz de la Tierra. Habían sido descubiertos por las sondas hacía solamente un siglo y medio. El lenguaje, civilización y procesos de pensamiento de los Ángeles continuaban siendo un misterio para los humanos.