En el último medio minuto de la lección, se añadieron imágenes de cada una de las especies. Habían sido proporcionadas por Kubo Flammarion, en un optimista intento encaminado a lograr que Chan se sintiera cómodo con las formas alienígenas. La pantalla mostró primero la temblorosa masa negropúrpura de un Compuesto Remiendo y después una visión ampliada de los componentes individuales de los que estaba hecho el Remiendo. Éstos eran unas criaturas sin patas, que volaban muy rápidas, de mínima inteligencia y el tamaño aproximado de un colibrí, y con solamente cincuenta gramos de masa. Los individuos poseían solamente el tejido nervioso necesario para permitirles moverse independientemente, sentir, alimentarse, multiplicarse y ensamblarse. Cada uno tenía un anillo de ojos en su cabeza roma, y largas antenas para permitir que se acoplaran a fin de formar un compuesto. Los componentes eran de un negro púrpura, con cuerpos brillantes y de aspecto pegajoso. Tatty los contempló fascinada. Lo lamentó cuando la pantalla cambió para mostrar los segmentos artrópodos y cilindricos de un Tubo-Rilla y por fin el follaje verde oscuro de un Ángel. Miró a Chan para ver cómo había reaccionado ante los alienígenas. No estaba mirando la pantalla. La miraba a ella.
—Chan —empezó a decir ella, molesta, y entonces vio su mueca de incomodidad. El muchacho gruñó y se llevó las manos a la cabeza—. Chan ¿qué es lo que te pasa?
—Cabeza mala —murmuró. Se frotaba las sienes, luego los ojos—. Imagen... me pone mala la cabeza.
¿Estaba en uno de los puntos críticos? Flammarion le había dicho que tenía que prestar especial atención a los dolores de cabeza. Podrían desembocar en fiebre, degeneración nerviosa y muerte rápida. Tatty se arrodilló a su lado, y le tomó la cabeza entre las manos.
—Déjame ver.
Él se quedó quieto, sin protestar, mientras ella le levantaba un párpado y le enfocaba con una linterna para observar el interior del ojo. Nada. No había ninguna de las inflamaciones rojas que asociaba con los efectos posteriores a la Estimulación. Su temperatura era normal también. Ahora llegaba el momento que estaba temiendo..., el ritual diario de obligar a Chan a entrar en aquella terrible máquina. Era un poco temprano, pero podría intentarlo.
Tatty suspiró y se levantó.
—Vamos, Chan —le tomó por el brazo y le condujo a la otra cámara.
Sorprendentemente, él no gritó, ni se esforzó por escapar y salir corriendo. ¿Estaba realmente enfermo?
—Chan, ¿te duele?
El la miró, y luego sacudió lentamente la cabeza.
—No duele.
Siguiendo sus instrucciones, se sentó en la silla del Estimulador y se dejó atar. Ella dudó antes de conectar el casco. Kubo Flammarion no le había dicho nada ante un caso como éste. El protocolo demandaba tratamiento diario. Pero si Chan se sentía realmente mal, ¿qué le haría la exposición al estimulador?
Tatty conectó por fin la máquina. Normalmente, no podía soportarlo y no miraba, pero ahora se sentía obligada a hacerlo.
Durante unos minutos, Chan estuvo tranquilo, con los ojos cerrados. Había algunas arrugas en su frente, y agarraba tan fuerte los brazos de la silla que los tendones de sus manos resaltaban blancos y prominentes.
De pronto empezó a quejarse; un sonido largo y silencioso en el interior de su garganta. Tatty sabía bien lo que era, el ruido que Chan hacía cuando la energía se aproximaba a su punto culminante. Al principio no se advertía nada, pero dentro del cráneo de Chan se generaba una compleja serie de campos a través de ambos hemisferios cerebrales. Las pautas naturales de actividad eléctrica dentro del cerebro eran detectadas por el Estimulador, moduladas y realimentadas a una intensidad bastamente aumentada. Al mismo tiempo, se inhibía el control motor del cuerpo. Esto era necesario para impedir que Chan se hiciera pedazos él mismo con alguna respuesta muscular incontrolada. Las sacudidas espasmódicas, que el cuerpo aún producía, eran a veces espectaculares, pero Flammarion había dejado claro que no tenían ninguna relación con lo que Chan sentía. Las agonías que experimentaba, sin embargo, eran bastante reales. Se alzaban en el cerebro mismo, un dolor mucho más intenso que cualquier cosa de origen físico.
Una crisis se aproximaba. Chan había empezado a moverse locamente en la silla. Su cara estaba roja, y las venas de su cuello y frente se marcaban como cuerdas de color púrpura. Sofocado por la sangre, los puntos que indicaban las inyecciones sobre sus brazos desnudos se mostraban como brillantes estigmas. En este punto de cada tratamiento, Tatty siempre temía que Chan fuera a morir de paro cardíaco o apoplejía. Cuando el monitor del Estimulador llegó a un estallido final de actividad, un chillido agudo y desesperado llenó la sala. Se cortó bruscamente. Chan cayó de repente adelante, contra los lazos que le ataban, y permaneció inmóvil en la silla.
Aterrorizada, Tatty corrió a su lado. Esto no había sucedido nunca. Miró los monitores, y sintió alivio al ver que el pulso de Chan era todavía fuerte, pero era muy rápido, y su tensión sanguínea perturbadoramente alta. Le puso la mano en el hombro y lo sacudió. La actividad del Estimulador registraba cero. El tratamiento debería haber terminado. Normalmente, en este punto Chan se despertaba y lloraba; ella lo tomaba en sus brazos, le ayudaba a levantarse, lo abrazaba fuertemente y lo consolaba. Según Flammarion, ese apoyo psicológico era sumamente importante para prevenir una reversión catatónica. Pero ahora...
—¡Chan! ¿Puedes oírme?
Los párpados se movieron un poco. Los ojos se abrían. Al principio, solamente fue visible el blanco, luego los iris azules aparecieron lentamente. Chan suspiró y se pasó la lengua por los labios. De pronto miró a Tatty y frunció el ceño, corno si no la hubiera visto nunca antes.
—¿Tatty? —preguntó, dubitativo.
—¡Ohhhh! —Tatty dejó escapar un profundo suspiro de alivio. Cogió la cara de Chan con las manos y le hizo reposar la cabeza sobre el hombro—. Ea, ea, mi Chan, mi niño —su voz era tranquilizadora—. Descansa, relájate. Estarás bien en unos cuantos minutos.
—¡No!
Chan se apartó de ella y, dando un salvaje grito de angustia, salió corriendo de la sala y se dirigió al corredor, tropezando y apoyándose contra las paredes.
Tatty sintió miedo. Algo era diferente... y terriblemente malo. Después de una sesión con el Estimulador, Chan siempre necesitaba un sedante, y luego dormía.
Cogió el trazador y su maletín de anestésicos y corrió tras él por los túneles de Horus.
Al cabo de unos pocos minutos se dio cuenta de que él no seguía su rumbo habitual. Normalmente, Chan era completamente predecible, huyendo una y otra vez del Estimulador por las mismas direcciones. Esta vez, se dirigía a otra dirección, cambiaba, doblaba, evitaba los callejones sin salida, alejándose cada vez más de ella.
Se apresuró. No había ninguna posibilidad de que pudiera escapar. Horus era una instalación de máxima seguridad, y Tatty había comprobado por sí misma todas las posibles vías de escape sin esperanza. Todo lo que podría hacer era retrasar el momento en que lo descubriera y capturara... y en efecto eso hacía.
Incluso con la ayuda del trazador, necesitó casi media hora para encontrarlo. Estaba en el punto más lejano de los túneles. Cuando por fin se acercó a él, estaba sentado tranquilamente junto a una antigua máquina excavadora, contemplando, ausente, sus nódulos de descomposición molecular. Tatty se acercó a él, cansada. Si era necesario, le dispararía el tranquilizador desde diez metros de distancia.
—Chan —llamó suavemente.
—Aquí, Tatty.
—¿Estás bien?
Vio que había estado llorando, y las lágrimas aún brillaban en sus mejillas.
—No. Quiero decir... no lo sé. Estaba bien antes, ahora no.