Tatty sintió que se le ponía la carne de gallina. La articulación de las palabras era extraña, todavía con el tono infantil que Chan usaba siempre, pero su cadencia y significado habían cambiado por completo. Le estaba hablando un desconocido.
—Chan, hablas de modo diferente. ¿Cómo te encuentras?
Él guardó silencio largo rato. Pero no era el silencio habitual de indiferencia; parecía estar ponderando sus palabras, encontrando dificultad en hablar. Dos veces empezó a hacerlo, y las dos se detuvo antes de decir nada.
—Me siento... extraño —dijo por fin—. Igual, pero no es lo mismo. Todas las cosas están... mezcladas. No sé más, las mismas cosas están en mi cabeza, pero ahora... —frunció el ceño—. Son las mismas cosas, pero no son las mismas. Ahora puedo verlas; antes, no las advertía.
Se detuvo, y se tambaleó. Tanteó ciegamente con una mano contra la pared, para no caer.
—Me siento... como...
Se deslizó lentamente hacia el suelo. Tatty se apresuró a cogerlo. Esta vez, agradeció la baja gravedad de Horus. Podría llevar a Chan de nuevo a su habitación sin problemas, y hacer que el médico electrónico le examinara.
De vuelta a la habitación, Chan continuó inconsciente. Pero todos sus signos vitales eran fuertes, y todos los indicativos mostraban normalidad. Tatty se sentó en la cama junto a él. Quería enviar una señal a Ceres, pero al mismo tiempo no quería dejarlo solo. Parecía estable, pero ¿y si sufría alguna recaída mientras ella no estaba? Era la única persona que podía salvarle. Más aún, si éste era el avance definitivo, tenía que estar presente cuando despertara. Flammarion había hecho especial hincapié en esto. Chan necesitaría su ayuda en las próximas horas.
Tatty se dirigió por fin a la habitación contigua, preparó un contenedor de bebida y un par de paquetes de provisiones, y regresó presurosa a sentarse de nuevo junto a Chan. Mientras comía, él permaneció inconsciente, pero empezó a murmurar y a agitarse en su sueño. Tatty miró el reloj. Pronto sería la hora de su sueño normal. Redujo la potencia de las luces y se tendió a su lado.
Su vigilia no era nada nuevo. A menudo, después de la sesión en el Estimulador, se había sentado junto a él y le había contado historias hasta que se quedaba dormido. Poco después de su llegada a Horus, Tatty había cambiado la cama de Chan por una más amplia, en la que poder tumbarse junto a él y contarle cuentos sencillos sobre la Tierra y la vida en los Gallimaufries, hasta que finalmente las lágrimas cesaban y el cansancio podía con él.
Chan gruñó y sacudió la cabeza, después suspiró y se acercó más a ella. Su frente estaba cubierta por una película de sudor, pero no tenía fiebre. Tatty cerró los ojos y dejó que su mente divagara. Acababa de comprender las implicaciones de lo que había pasado hoy. Si Chan había alcanzado el despliegue crucial, tal vez estuviera en camino de conseguir una inteligencia normal. Ésa era una noticia maravillosa. Sentía un cariño por Chan como no lo había sentido por nadie. Y tenía que llamar a Leah. Pero había otras implicaciones... grandes implicaciones.
Si el tratamiento está a punto de terminar, ¡seré libre! Libre de esta prisión, libre para regresar a la Tierra. Sólo han pasado dos meses, pero siento como si hubiera estado aquí toda la vida. ¿Podré volver ahora?... ¿Y qué haré con Esro?
—¡Tatty! —exclamó Chan de repente, y se incorporó y la agarró por la mano con tanta fuerza que ella gritó de dolor.
—Estoy aquí —Tatty le abrazó—. Todo va bien. Todo va bien, Chan.
—No —Chan apoyó la cabeza en su pecho—. No va bien. Tatty, me conocías... sabías lo que era. Y ahora todo es... duro. Todo es... ¿cuál es la palabra?... ¿complicado? Y antes todo era simple.
—Así es el mundo real, Chan.
—Pero es tan... Tatty, no me gusta. Estoy asustado.
—Tranquilo. Abrázate a mí, Chan. Tienes razón, no es fácil. No es fácil ser humano. Pero tienes buenos amigos. Todos te ayudaremos.
Él asintió, todavía con la cabeza apoyada en su pecho. Pero empezó a llorar de nuevo, gemidos profundos que continuaron un minuto tras otro. Tatty sintió que las lágrimas inundaban sus propios ojos. Había parecido tan obvio que Chan se sentiría mejor si el Estimulador funcionaba... Ahora, sintió pena por la pérdida del niño inocente.
Ella lo apretó contra sí, agarrando su cabeza y palmeándole los hombros. Después de unos minutos, advirtió otro cambio en él, un cambio que la llenó de presentimientos, mezclados con una anticipación temerosa. Chan despertaba también físicamente, y gemía y movía su cuerpo contra el de ella.
Kubo Flammarion le había dicho en su primer informe que esto podría suceder si el Estimulador realmente funcionaba. Le había advertido que rehusar a Chan podría hacerle retroceder, o crear un cambio psicológico permanente. Pero entonces había parecido demasiado improbable para preocuparse al respecto.
—¡Tatty! —la voz de Chan sonaba aterrorizada.
Guapo y hermosamente formado, no había sido consciente de su propia sexualidad. Ahora, un impulso incontrolable le poseía, y no tenía idea de lo que le sucedía.
Fue el miedo en su voz lo que hizo que Tatty pensara menos en sus propias preocupaciones.
—Todo va bien, Chan. No es nada malo. Déjame que te ayude.
Se inclinó sobre él, ayudando sus dedos inexpertos. Gentilmente, le guió a través de otro segmento crítico de su rito de paso de la infancia a la edad adulta.
Y mientras lo hacía, Tatty se despreció a sí misma. Odió su incapacidad para permanecer indiferente. Dos meses era mucho tiempo... demasiado. Su propia respuesta fue algo que podría intentar desterrar, pero no podía negarla. Tembló, dudó, se resistió, y finalmente gimió y atrajo a Chan hacia sí.
Mientras hacían el amor, él empezó a llorar de nuevo, y al alcanzar el clímax gritó el nombre de Leah.
En la cumbre de su propia pasión, Tatty lloró también. Sus lágrimas eran mudas. Pero pensó en Esro Mondrian, y al final susurró su nombre.
12
CON LOTOS SHELDRAKE
Veinte mil años antes, el hombre había cazado tigres de dientes de sable y rinocerontes lanudos. Cinco mil años antes, el objetivo fueron los jabalíes salvajes y también los osos. Mil años antes, en las grandes planicies de África y la India, las presas habían sido los leones, los tigres y los elefantes.
Ahora la caza estaba estrictamente prohibida en las grandes reservas de las zonas ecuatoriales de la Tierra. El ansia de sangre tenía que buscar otros escenarios. Adestis era uno de los más recientes, y posiblemente el mejor que hubiera existido jamás.
A Dougal Macdougal le encantaba Adestis. Lotos Sheldrake no lo había probado hasta hoy, pero odiaba la mera idea de lo que representaba. Había insistido en ser incluida en la partida de Macdougal solamente por sus propósitos no declarados. Ahora se aferraba a su arma y se esforzaba en no perder al grupo del embajador mientras se internaba a través del terreno esponjoso. El aire era denso y húmedo, lleno de grandes esporas que flotaban tranquilamente en la baja gravedad. Su destino era ahora visible, a sólo unos pocos minutos: un enorme montículo pardo que se alzaba hacia el cielo gris. Lotos podía ver ya la primera fila de pálidos guerreros, moviéndose nerviosamente en los agujeros de la entrada. Olisqueaban el aire, captando la cercanía del peligro con sus sensibles antenas.
Dougal Macdougal avanzaba confiado al frente, dirigiéndose directamente hacia la gigantesca torre. Los otros cuarenta miembros de la partida le siguieron, con Lotos Sheldrake detrás.
Lotos sospechaba que tenía demasiada imaginación para este tipo de juego. Podía imaginar las mandíbulas curvas de los soldados defensores cerrándose en torno a su cintura, o el pegajoso e irritante líquido envolviéndola. El lanzaproyectiles que llevaba mataría a un guerrero si no fallaba el tiro y lograba alcanzarlo en la cabeza o en el cuello, la zona más vulnerable. Un disparo al cuerpo no conseguiría nada. El soldado acabaría muriendo, pero antes de hacerlo los reflejos de la criatura le harían seguir combatiendo, matando a cualquier cosa cuyo olor o sabor no fuera el adecuado. Y los soldados eran solamente la primera línea de defensa. Tras ellos se extendían los oscuros túneles interiores, repletos de habitantes.