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Chan sintió ganas de gritar. En lugar de hacerlo, se marchó del apartamento; rápidamente, para que así la oportunidad de explorar el flujo de los pensamientos no se perdiera o se deformara si hablaba con otras personas. En el corredor, vio que Esro Mondrian se aproximaba. Eso simplemente se sumó a su tormenta interna de sentimientos.

Chan no quería hablar. Se escondió hasta que Mondrian pasó. Vigiló desde las sombras siguiendo a la pareja. No tenía más objetivo que una urgencia inarticulada por mantener a Mondrian a la vista.

En el restaurante, el camarero se interpuso amablemente en su camino. ¿Tenía reserva? Si no, ¿cuántos iban a cenar? Chan sacudió la cabeza sin hablar y se retiró, confundido. Erró por el corredor. La cabeza le ardía. Cambió de rumbo al azar en cada intersección y se dirigió arriba, abajo, al este, al oeste, al norte, al sur, por los convulsos interiores de Ceres. Por fin descubrió que había llegado a las cámaras de superficie, y vio, a través de las grandes mamparas transparentes, el enjambre de naves, grúas, torres de control y antenas que cubrían la periferia del planetoide. La superficie era un hervidero de actividad las veinticuatro horas del día.

Más allá de la superficie se extendían las silenciosas estrellas, Chan se sentó a mirarlas y meditar.

¿Qué era él? Hace un mes, un retrasado. Un marginado con el cerebro de un niño y el cuerpo de un hombre adulto. Sólo unos pocos días antes le había preguntado más detalles a Kubo Flammarion; antes de la estimulación, su cerebro no se había desarrollado. Comprendía eso, pero ¿por qué no lo había hecho? ¿La causa era química, fisiológica, psicológica, o qué era?

Flammarion simplemente había sacudido la cabeza. No conocían las respuestas. Chan había poseído siempre lo que parecía ser un cerebro perfectamente normal; y ahora después del tratamiento, tenía... un cerebro superior a lo normal, según todos los tests recientes.

Kubo Flammarion pareció contentarse con esa respuesta. No se daba cuenta de lo insuficiente que era para Chan. Si nadie podía explicar la fuente de la anormalidad, ¿qué seguridad había de que no fuera a sufrir una regresión? ¿Y en cuántas otras formas, menos fáciles de medir, podría ser anormal? ¿Cómo podría saber que lo era? Tal vez aún fuese un marginado total, un poco más inteligente.

Sin darse cuenta, Chan exploraba su propia cordura y su normalidad. El proceso era natural para la madurez humana, pero Chan lo hacía a una escala acelerada, intentando conseguir en semanas los ajustes que normalmente llevarían años. No tenía tiempo de examinar en las bibliotecas, de asimilar en millones de páginas y cinco mil años de experiencia humana común la reafirmación que necesitaba.

Chan contempló las estrellas, reflexionó, y no pudo encontrar respuestas aceptables. Se sintió confuso, sobrepasado por la inseguridad, el dolor y la pena.

La manera más fácil de evitar el dolor era alejarse de él, esconderse en el sueño y la inconsciencia. Miró el paisaje estrellado que se extendía ante sus ojos. Se sentía agotado. Y después de unos minutos, sus ojos se cerraron.

Siete horas más tarde se despertó en su apartamento, exhausto y con la cabeza vacía. No pudo decir dónde había estado ni lo que había hecho. Su último recuerdo era de él y Tatty, cuando contemplaron el reflejo de su traje de noche en el espejo. Siete horas de su vida habían desaparecido.

Chan no tenía fuerzas para levantarse de la cama. Cuando Tatty regresó, llevando el mismo vestido blanco, ahora salpicado con la sangre de Luther Brachis, Chan seguía aún allí. La miró y la escuchó con horror. Estaba preparado para creer las peores preocupaciones y suspicacias de Tatty.

Como había temido, era un monstruo. Antes de que ella terminara de hablar, Chan ya había decidido lo que debía hacer.

15

HUIDA A BARJÁN

—¿Quién se atrevió a dar esa orden? —la voz de Mondrian era baja en volumen, pero estaba llena de autoridad—. ¿Fue lo bastante loco para hacerlo, sin darse cuenta de las consecuencias?

El técnico se apartó de la cabecera de la cama y miró suplicante a Tatty Snipes. Ella dio un paso adelante.

—Fui yo —dijo—. Esta gente solamente seguía mis órdenes.

Mondrian pareció sorprendido.

—¿Tú? No tienes autoridad aquí. ¿Cómo va a tener peso tu palabra?

—Muy sencillo. Di las instrucciones por escrito y usé el sello de tu oficina —se sentó al borde de la cama—. Si esperas que diga que lo siento, no lo haré. Te enviaré a que te examinen la cabeza otra vez por rayos X.

El técnico médico la miró horrorizado, y luego alzó la mirada hacia el techo como si esperara que de allí cayera un rayo.

—No te enojes, y no seas loco, Esro —continuó tranquilamente Tatty—. La opinión de los médicos fue unánime; tus posibilidades de recuperarte por completo aumentarían si permanecías bajo sedación total durante una semana. La semana se ha cumplido. Y te estás poniendo bien.

Mondrian sacudió la cabeza y rechinó los dientes por el dolor que esto le produjo.

—¡Una semana! Me tienes inconsciente durante toda una semana y actúas como si no fuera importante. Dios, Tatty, en una semana todo el sistema podría irse al infierno.

—Podría, pero no lo ha hecho. Luther Brachis se ha encargado de todo en tu ausencia.

—¡Brachis! ¿Y eso se supone que tiene que contribuir a tranquilizarme? —Mondrian se esforzó por sentarse en la cama—. ¿Ha tenido las manos libres para hacer lo que le apeteciera con mi personal y mis operaciones, y tú le animaste a hacerlo?

—Sabía que te preocuparías. Me dijo que te diera un mensaje. Acepta el trato del que hablasteis antes del atentado, y tratará de acercarse al embajador Macdougal, como sugeriste. Su preocupación principal era si recordarías vuestra conversación. Los doctores advirtieron sobre el peligro de amnesia.

—Lo recuerdo todo —Mondrian se llevó la mano izquierda a la frente, que todavía estaba cubierta con piel sintética—. ¿Cómo escapó sin heridas? Sé que os estaba protegiendo con el cuerpo a ti y a Godiva.

—También resultó herido, pero se le pudo tratar con anestesia local. De hecho, rehusó todos los sedantes. Debe estar hecho de hierro.

—Lo está. De hierro y de hielo. Excepto en lo relativo a Godiva. Está absorbido por ella. ¿Cómo se encuentra, por cierto?

—Tan tranquila como siempre. No sé cómo escapó, pero no se hizo ni un rasguño. Ya conoces al Ave Godiva; revolotea y no parece que nada la afecte.

Mondrian se recostó en la almohada.

—¿Notaste algún cambio en ella... antes de la explosión?

—¿Antes de la explosión? —Tatty frunció el ceño, perpleja.

—Sí. La conociste en la Tierra. Y dijiste que te sorprendió mucho cuando vino aquí con Luther Brachis. Así que me pregunté, cuando estabas con ella antes de la cena y yo charlaba con Brachis, si parecía... bueno, muy distinta,.

Tatty reflexionó un momento, mientras Mondrian se recostaba y la miraba con los ojos medio cerrados.

—Creo que entiendo lo que quieres decir. Parece la misma, y actúa casi igual que siempre. Pero, ahora que lo mencionas, hay una diferencia. Cada vez que me encontraba con ella en la Tierra, era muy consciente del dinero. No quiero decir que fuera avara, pero hablaba mucho sobre su necesidad de ganar más. Siempre tuve la sensación de que debía de estar gastando una fortuna en alguna parte. Era la cortesana más reputada del planeta, y sin embargo vivía sin lujos; comida simple, ropa simple. No había manera de que gastara más de lo que ganaba, pero siempre quería más. Ahora parece que nunca piensa en el dinero. Eso es un cambio. ¿Te refieres a eso?

—No estoy seguro. Pero es algo en lo que pensar.

Según Luther Brachis, Godiva no tenía un céntimo cuando la trajo aquí, ni dinero, ni más posesiones que su ropa. —Mondrian permaneció pensativo un momento y entonces se volvió hacia el técnico médico, que había estado escuchando interesado—. ¿Cuándo podré salir de aquí?