—Si quieres tener una charla informal con el embajador antes de dos semanas —le había dicho—, ésta no sólo es tu mejor oportunidad, sino la única. Estará parte del tiempo en Titán, con una nueva planta industrial, y el resto lo pasará en la colonia Procyon. Tiene que ser en Adestis y mañana, o nunca. Tómalo o déjalo.
Luther Brachis lo había tomado, aunque de mala gana. Cuando empezó la reunión, le resultó divertido ver que Macdougal llevaba las cosas completamente en serio, como si fuera una operación militar. Después de un rato, Dougal Macdougal les mostró cuál iba a ser su adversario del día. Y fue a partir de entonces cuando Brachis olvidó su aburrimiento y se convirtió en el miembro más atento de la audiencia.
—Recuerden la escala —decía Macdougal. Movió el puntero de un lado de la pantalla al otro—. Esta distancia es aproximadamente de tres centímetros y medio. Su simulacro tendrá medio centímetro de altura. Como ven, la presa mide poco más de un centímetro y medio, y las patas extendidas puede que doblen esa longitud. Es un espécimen adulto de la familia de las Ctenizidae, suborden Mygalomorphae, orden Araneae, clase Arachnida: en resumen, una araña hembra, una de las criaturas más mortíferas de la Tierra. No les temerá a ustedes, pero será mejor que la teman a ella. Déjenme mostrarles alguno de los puntos peligrosos.
La pantalla mostró una forma de color pardo oscuro agazapada de modo amenazante en el fondo del pozo. El cuerpo estaba dividido en dos secciones principales, unidas entre sí por un estrecho puente. Ocho patas velludas surgían de la parte delantera del cuerpo, y cerca de la boca había otros dos pares de apéndices más cortos. Ocho ojos se distribuían a lo largo de la oscura parte posterior de la cabeza.
Dougal Macdougal señaló la sección delantera.
—Aquí es donde hay que herirla, en el cefalotórax. La mayor parte del sistema nervioso está aquí, así que éste es el mejor lugar al que disparar. Es también el más peligroso, porque también se encuentran aquí las mandíbulas y las glándulas venenosas. No olviden que su simulacro estará completamente indefenso si hay una inyección de veneno, aunque sea pequeña. Así que vigilen esos dientes, y apártense de ellos —señaló la parte posterior—. Éste es el pedicelo, donde el cefalotórax se une al abdomen. Si pueden golpear aquí, háganlo. El cuerpo es muy estrecho en este punto, y puede que consigan partirlo en dos pedazos. Pero tendrán que ser muy precisos, y el exoesqueleto es duro como el acero. ¿Qué más? Bien, pueden ver cómo son las patas. Cuatro pares, cada una de ellas de siete segmentos. Un impacto donde la pata se une al cefalotórax puede que cause daño, pero por otra parte, olvídenlo. Los espiráculos respiratorios y las aberturas pulmonares están en el abdomen, en el segundo y tercer segmento. Dos pares de pulmones, pero pueden olvidarlos. Aunque los alcancen, la araña podrá seguir respirando a través de sus tubos traqueales. El corazón está en el abdomen, aquí. ¿Ven las cuatro glándulas sericígenas, en el cuarto y quinto segmento del abdomen? No les quiten ojo de encima. Nunca se librarán de la seda una vez que se vean atrapados en ella... y se seca instantáneamente, en cuanto entra en contacto con el aire. La araña puede rociarles con la tela, así que no estarán a salvo a menos que se mantengan lejos de ella.
Macdougal se volvió para mirar a la audiencia.
—Eso es todo lo que tengo que decir. ¿Alguna pregunta antes de que nos pongamos los cascos y bajemos a la trampa? Mejor que pregunten ahora, pues no tendremos tiempo para hacerlo cuando empiece.
—Yo tengo una —un hombre delgado sentado dos filas delante de Mondrian señaló la pantalla—. Esos ojos parecen vulnerables. ¿No deberíamos dispararles?
—Buena pregunta. —Macdougal señaló uno de los ojos con el puntero lumínico—. ¿Ven su localización? Están en el caparazón, que es un grueso escudo que protege la parte superior del cefalotórax. Y esto implica otro punto: el caparazón es duro. No intenten penetrarlo; reserven sus disparos para el vientre y las junturas.
Los ojos son un punto débil, pero no será fácil conseguir alcanzar más de uno cada vez. Todos tienen distintos campos de visión..., aparentemente las arañas no tienen visión binocular. Así que no los recomiendo como blanco. Este tipo de araña no confía mucho en los ojos..., se guía por el tacto. No piensen que no sabe dónde están simplemente porque los ojos no les miren. Las patas son terriblemente sensibles a la vibración. Si se ven en apuros pero no han sido atrapados, quédense completamente inmóviles. La araña suele ignorar todo aquello que no se mueve. ¿Algo más?
Una mujer sentada delante se levantó bruscamente.
—Sí. No cuente conmigo, Dougal. No voy a combatir contra esa cosa.
—El grupo de Adestis no le devolverá el dinero.
—Esa es la menor de mis preocupaciones —la mujer se volvió para mirar a los otros—. Están todos locos. Eso no es más que un maldito insecto. Cualquiera, en su sano juicio, se alegraría de aplastarlo con el pie.
Se marchó rápidamente. Dougal Macdougal la siguió con la mirada, sonriente.
—Ha perdido los nervios —dijo en cuanto la puerta se cerró—. ¿Alguno más? ¿Otras preguntas? Si no las hay, vamos.
La audiencia miró alrededor, intranquila. Hubo un lento sacudir de cabezas, pero un hombre se levantó y siguió a la mujer y se marchó también sin mirar a nadie. Por fin, a una señal de Macdougal, los que quedaban recogieron sus cascos monitores y se los colocaron.
Luther Brachis esperó que los efectos del intercambio se apaciguaran y la doble sensación se desvaneciera. Sabía, por los informes, lo que sucedía. Acoplamientos telemétricos en el casco trasladaban los impulsos sensoriales del pequeño simulacro directamente a las corrientes eléctricas del cerebro. Al mismo tiempo, sus señales cerebrales de intención —las que normalmente estimulaban la actividad en su sistema de control motriz— eran interceptadas y trasladadas al cuerpo del simulacro. Macdougal lo había explicado:
—Su cerebro no puede ver. Es ciego. Y tampoco puede oír, oler, saborear o tocar. Todo lo que llega a través de sus sentidos son corrientes de impulsos eléctricos, y el cerebro las interpreta como sensaciones. Ahora, esos impulsos llegarán desde sus simulacros.
La sensibilidad se concretó. Brachis gruñó, sorprendido. Había esperado que las réplicas fueran plausibles (los encargados de Adestis admitían que tenían imitadores, pero negaban tener competidores). Sin embargo, le sorprendió la calidad de los impulsos sensoriales. Era como si fueran reales. Había perdido todo sentido de su propio cuerpo. El simulacro era su cuerpo.
Miró hacia abajo y vio sus propias piernas, de pie en un terreno llano cuajado de guijarros. Pequeños animalitos como gusanos huían de él mientras se movía. A cincuenta pasos de distancia, una mosca gigante pasó volando, agitando sus alas iridiscentes. Brachis echó una mirada a su alrededor. Dos docenas de personas permanecían en un amplio círculo, todos levantando los brazos, moviendo los pies, o mirándose mutuamente mientras experimentaban la nueva sensación. La única excepción era Dougal Macdougal, reconocible por su facilidad de movimientos y maneras confiadas.
—En cuanto estén listos —dijo—, sientan el entorno, aprendan a identificar quiénes son. Sus trajes están codificados por colores, tal como se les dijo antes de empezar, así que deberían reconocerse. Entonces, practiquen con sus armas. Y luego en marcha. Miren aquello —señaló a la izquierda, a través de un aire que parecía polvoriento, denso y lleno de humo—. Es difícil de distinguir, pero aquello es la trampa. La araña estará en el fondo del agujero. Ya sabe que estamos aquí. Sentirá las vibraciones a través del suelo. Así que caminen rápido. Recuerden que sólo tienen medio centímetro de altura, y sólo pesan alrededor de media milésima de gramo. Con este tamaño, la gravedad no es demasiado importante. Podemos tolerar una caída de muchas veces nuestra altura, sin sufrir daños. Pero estamos atacando algo que tiene dos veces nuestra altura, con patas seis veces más largas que nosotros, y una masa superior a todo nuestro conjunto. No se confíen.