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Se libró de su cinturón. Antes de que pudiera ponerse en pie, una alta figura se cernió sobre él. Parecía familiar. Al mismo tiempo que su mente reconocía a aquella figura alta y cadavérica, un brazo huesudo le buscó la garganta. Una brillante espada ceremonial silbó en el aire.

Brachis disparó el brazo derecho hacia arriba. Hubo un crujido limpio y carnoso. Su mano, cortada bajo la base del pulgar, voló y cayó al suelo frente a él.

Su uniforme de combate reaccionó antes de que tuviera tiempo de sentir el shock o el dolor. Los sensores de la camisa registraron la repentina baja de la tensión sanguínea y activaron una tela de fibras en la manga derecha. El material del antebrazo se tensó para formar de inmediato un torniquete.

La espada osciló otra vez hacia su cuello. Brachis se agachó, esquivando el movimiento, e hizo una finta con el brazo izquierdo. Agarró por detrás el estrecho cuello de su asaltante y se apoyó tras el cuerpo delgado. Cerró los ojos, hizo un esfuerzo y sintió las vértebras quebrarse bajo sus dedos. La espada cayó y le rozó levemente las piernas. Todavía abrazados, Brachis y su asaltante se desplomaron juntos. Brachis cayó debajo, y gruñó al recibir el impacto.

Abrió los ojos. Su primera impresión había sido correcta. Estaba contemplando los rasgos sin vida del margrave de Fujitsu.

Aunque Luther Brachis había hecho todo lo posible por persuadirla, Godiva Lomberd rehusó sentarse en la sala donde tendría lugar el ataque Adestis. Le había escuchado con atención, pero luego sonrió y sacudió su espléndida cabellera rubia.

—Luther, la Naturaleza diseñó a algunas personas para una cosa, y a otras para otras. Tu vida es la Seguridad..., las armas, el sabotaje, las batallas y la violencia. La mía ha sido el arte, la música y la danza, la poesía. No estoy diciendo que mi vida fuera mejor que la tuya. Pero no iré a mirar mientras tú y Dougal Macdougal tratáis de matar a un pobre animal indefenso que sólo hace lo que su naturaleza le programó para hacer. —Colocó suavemente la punta de sus dedos sobre sus labios—. No discutas, Luther. No voy a ir, ni siquiera a la galería de espectadores.

Accedió, sin embargo, a acompañarle a las instalaciones de Adestis. Le permitió que la acomodara en la recepción y le hiciera servir un refresco, y pareció complacida al ver a Esro Mondrian cuando éste llegó pocos minutos después.

—¿Qué haces aquí, Esro? Pensé que no te gustaba Adestis.

—Y no me gusta. —Le acompañaba una mujer bajita, de cabello oscuro, que miraba con curiosidad a Godiva—. Adestis no es para mí. Hemos venido porque oímos decir que Luther está aquí, y tenemos que verle.

—No podéis hacerlo ahora..., está en plena batalla.

—Muy bien. Esperaremos. —Se volvió hacia la mujer que le acompañaba— Lotos, te presento a Godiva Lambert. Voy a dejaros unos minutos. Si sale Luther, no le dejéis marchar. Decidle que me espere hasta que regrese.

—¿Dónde está Tatty?

—En la Tierra. —Mondrian dudó un segundo—. Me está... ayudando. Necesitaba imágenes y grabaciones de algunos lugares. Supongo que volverá dentro de una o dos semanas.

Godiva pareció sorprenderse, pero no dijo nada mientras Mondrian se marchaba y Lotos se sentaba frente a ella. Se miraron mutuamente en silencio durante unos segundos.

—¿Conoce Adestis? —preguntó por fin Lotos Sheldrake.

La otra mujer sonrió y negó lentamente con la cabeza.

—En realidad, no. Sólo lo necesario para convencerme de que no quiero tener nada que ver con todo esto. ¿Y usted?

—Vine una vez... y nunca más.

Lotos relató los detalles de su experiencia en el nido de las termitas. No hizo mención del peligro, pero subrayó su terror e incomodidad. Hizo lo posible por parecer graciosa y no darse importancia, y trató de causar a Godiva buena impresión. Mientras hablaba, continuaba su propia evaluación. Desde que oyó hablar del contrato con Luther Brachis, Lotos había puesto a trabajar sus servicios de información. Los resultados fueron insatisfactorios. Godiva Lamberd había llamado la atención por primera vez en la Tierra hacía unos pocos años, como actriz y cortesana («El Ave Godiva: Modelo, Consorte y Danzarina Exótica».) Todo lo que Lotos había podido averiguar desde entonces proporcionaba una sola imagen: Godiva era una mujer a la que los hombres encontraban irresistible, y ella había explotado ese hecho a cambio de dinero.

Al mirarla ahora, era fácil ver por qué había tenido tanto éxito. Se movía como una bailarina, con gestos naturales, fáciles y ondulantes. Tenía los ojos claros y una piel perfecta; se reía con facilidad, y escuchaba a Lotos con total atención, como si lo que oía fuera lo más interesante del mundo.

Sin embargo, Lotos se sentía intranquila. Según los informes, Godiva nunca había tenido más que relaciones temporales y estrictamente de negocios con los hombres..., y ahora había formado un contrato permanente con Luther Brachis.

¿Amor auténtico? Lotos Sheldrake no consideró esa posibilidad más que un instante. Tenía un gran sentido de la intuición, y reforzaba lo que Esro Mondrian había informado. Había algo extraño entre Luther Brachis y Godiva Lomberd. Lotos carecía del conocimiento previo de Mondrian sobre Godiva, pero confiaba plenamente en sus instintos.

—Ha cambiado —le había dicho mientras surcaban los sistemas de transporte de Ceres, camino de la Sede de Adestis—. No era así cuando estaba en la Tierra.

—¿Ha cambiado cómo?

Mondrian parecía enfadado, pero sólo consigo mismo. Lotos sabía cuánto se preciaba de saber leer los motivos y deseos secretos de los demás.

—Está centrada —dijo por fin—. Tendrías que haber conocido a la antigua Godiva para entender lo que quiero decir. Godiva solía prestar atención al hombre del momento, al que compraba su tiempo..., pero seguía consciente de la existencia de otros hombres, y de alguna manera conseguía que todos ellos fueran conscientes de ella. Sin decir una palabra, se sabía que estaba ocupada ahora, pero en cualquier momento del futuro podría ser también tuya, si la querías... y si podías pagar por ese placer. Ahora... —se encogió de hombros—. Ahora se centra en Luther. Los otros hombres a su alrededor ni siquiera están allí. Es diferente.

—¿Será amor? —sugirió Lotos, mirando a Esro Mondrian escépticamente con sus ojos oscuros.

Él no se molestó en replicar. La opinión de Mondrian sobre el amor como agente capaz de operar cambios profundos en la personalidad era quizás incluso más cínica que la de Lotos.

Ahora Lotos observaba cómo otros hombres y mujeres deambulaban por el vestíbulo. Mondrian había estado en lo cierto. Godiva levantaba la mirada casualmente, como para verificar que cada nuevo recién llegado no era Luther Brachis, y en seguida volvía a centrar su atención en Lotos. Incluso cuando Mondrian regresó, Godiva no le dirigió más que un movimiento de cabeza amistoso y una sonrisa. La cortesana más famosa y más cara de la Tierra tendría que ser más consciente de los hombres. Aunque ya no pensara en ellos como posibles clientes, el hábito debería persistir en ella.

Mondrian se sentó junto a Lotos Sheldrake y miró su reloj. Le había prometido media hora a solas con Godiva. Si Lotos quería perseverar más allá de ese punto, tendría que tomar ella sola la iniciativa.

De vuelta al recibidor, se había parado un momento en la galería de los espectadores a contemplar el campo de batalla. Luther Brachis y Dougal Macdougal seguían allí, ocultos por sus cascos y reconocibles sólo por sus vestidos. El campo de batalla real era una pequeña cámara semiesférica de unos quince centímetros de diámetro. La audiencia habitual estaba compuesta de apostadores que seguían los incidentes con ávido interés. Cuando Mondrian entró, el asalto al cubil de la araña estaba todavía en fase de preparación, y la galería estaba casi vacía. Había una mujer joven que llevaba el uniforme azul de los trabajadores de la colonia de Pentecostés, y un hombre alto y delgado con barba que parecía más interesado en los jugadores que en los simulacros o la misma batalla.