—¡Pero si está intentando destruirlas!
—¿Está segura? Suponga que ha escogido a los grupos perseguidores para que intenten controlar a las Criaturas en lugar de matarlas. Puedo asegurarle que Mondrian nunca permitirá que las Criaturas desaparezcan, si hay algún medio de salvarlas. Las necesita urgentemente, a un nivel mucho más profundo que el racional. Y esa necesidad se deriva de la experiencia infantil que hemos estado probando. Gracias a usted, sabemos que tuvo lugar en África. Pero está tan enraizada que temo que nunca llegaremos a alcanzarla. La naturaleza de su tormento está aún escondida en su interior, y sigo incapacitada para liberarlo. Así que el impulso continúa... a menos que pueda ayudarme para sacarlo a la luz.
—Ya le he dicho que no puedo hacer nada con Esro.
—Tal vez. Pero permítame una pregunta más. Mondrian la ha utilizado una y otra vez. Es usted una persona lógica, con un intelecto considerable. ¿Por qué continúa ayudándole cada vez que se lo pide, sabiendo que probablemente volverá a utilizarla?
Tatty descubrió que estaba llorando. Lágrimas saladas y dulces corrían por sus mejillas y su nariz hacia sus labios.
—No lo sé. Supongo que es porque... porque no tengo a nadie más. Sin Esro, no tengo nada, no tengo a nadie. Él es todo lo que tengo.
—Posiblemente —la voz de Skrynol seguía siendo amable y racional. Un suave miembro delantero la acarició suavemente el pelo y secó con delicadeza las lágrimas de sus mejillas—. Pero hay otra explicación. Suponga que se queda porque se da cuenta de que es usted todo lo que él tiene. Si no existiera usted, ¿a quién pediría él alivio y ayuda? Sabe que, de alguna manera, todavía le ama. Hágase la pregunta: ¿Quiere ver a Mondrian destruido?
—No lo sé —Tatty intentó sentarse, pero las ataduras aún se lo impedían—. Muchas veces le he maldecido y he deseado verle muerto.
—Pero siempre se ha retenido. Si realmente quiere ayudar a Mondrian —y puede que eso fuera imposible o ya sea demasiado tarde— entonces debe hacer la única cosa que podría hacer que su tratamiento fuera más efectivo. Deje de apoyarle. Dígale que todo se acabó, que no puede volver con usted, que no espere ningún perdón. ¡Dígale que él no tiene a nadie!
Skrynol se adelantó y soltó las correas que sujetaban a Tatty. Ella se enderezó y se llevó las manos a la cara.
—¿Y qué bien le haría si lo hiciera?
—Tal vez ninguno. Pero acaso nos proporcione esa pequeña ventana, el resquicio de vulnerabilidad que necesito para tratarle con éxito. Estoy buscando un punto de apoyo que le permita abrirse a mí. La dependencia emocional podría serlo.
Skrynol ayudó a Tatty a levantarse. La mujer se apoyó, débil, en la gigantesca figura.
—¿Cree que tendrá éxito?
—No. Estoy segura de que fallará casi con toda certeza. —La Tubo-Rilla encogió el cuerpo a la manera humana—. Pero no tengo otra opción. Es el único camino que me queda..., tengo que intentarlo.
Skrynol alargó un apéndice y tomó la mano de Tatty.
—Vamos. Déjeme ayudarla a salir de aquí. Si va a tener un enfrentamiento con Mondrian, debe hacerlo antes de que se prepare para marcharse de la Tierra.
Tatty echó una última mirada a la Madriguera antes de ser conducida a la oscuridad.
—¿Y si le contara a alguien más este encuentro? ¿Destruiría sus planes?
—Cuénteselo a quien quiera —dijo Skrynol alegremente—. Tatty Snipes, ¿quién iba a creerla?
26
PROBLEMA CON LOS MINISIMS
Era tarde cuando Luther Brachis y Godiva Lomberd regresaron a sus habitaciones en el nivel noventa y cuatro Ceres. Habían realizado un viaje largamente propuesto a la corteza exterior. Luther los había guiado allí, deteniéndose en las grandes compuertas para señalar a Godiva los muchos mundos del sistema y las lejanas estrellas que formaban parte del Grupo Estelar.
Brachis las conocía desde la infancia. Fue un golpe descubrir que Godiva, educada en las oscuras zonas de los Gallimaufries, sólo tenía una vaga idea de los planetas, las lunas y las estrellas. Nunca había oído hablar de la Estación Oberón. Por lo visto, pensaba que todos los asteroides eran tan desarrollados y cosmopolitas como Ceres. Y no tenía absolutamente ninguna idea de las distancias. Para Godiva, el Cosechador Oort estaba tan cerca (o tan lejos) como el remoto mundo de los Ángeles de Sellora.
Se había reído de las protestas de Brachis.
—¿Qué importa, Brachis, a qué distancia estén? Se puede llegar a todos ellos en un instante, usando el Enlace Mattin.
—Sí, se puede. Pero la distancia...
Brachis se detuvo. Godiva era única. El tiempo y el espacio no significaban nada para ella. Tranquilamente, le había cogido de la mano y le había conducido a través de los interminables corredores externos del planetoide.
Una vuelta de una hora se había convertido en una tarde y una noche de descanso. El corredor estaba desierto cuando Brachis se detuvo ante la puerta del apartamento e inspeccionó si todos los sellos estaban intactos. No se habían registrado llamadas. Con cuidado, descorrió la puerta y entraron en el salón.
La llegada de Godiva había cambiado por completo la vida de Luther Brachis. Cuando regresó de la Tierra, había abandonado su barracón en favor de un lujoso apartamento. El salón principal, el comedor y la cocina estaban a la izquierda del recibidor; el dormitorio, los cuartos de baño y el estudio a la derecha.
—¿Tienes hambre? —preguntó Luther.
Godiva sacudió la cabeza. Bostezó, se desperezó y se quitó su ligero atuendo. Dirigió a Brachis una mirada sugerente, dejó caer su bolso sobre la mesa y se dirigió al dormitorio y el cuarto de baño.
Luther se despojó del uniforme, se sentó en la cama y se quitó las botas. Desnudo, caminó pensativo hasta el estudio y se sentó ante la terminal de comunicación. Conectó el sistema para realizar su habitual verificación de los mensajes recibidos.
Hubo un repentino siseo agudo y después un picotazo intensamente doloroso, como la picadura de una avispa, en su mejilla izquierda. Brachis vio crecer una pequeña hinchazón bajo su ojo izquierdo. Gritó de dolor y dio un salto. Al hacerlo, sintió un segundo picotazo junto a la nariz, y otra ráfaga de brillo rojo.
Se puso en pie. El siseo que acompañaba cada golpe parecía venir de encima del receptor. Brachis miró en esa dirección al mismo tiempo que otros tres impactos le alcanzaban, uno en la mandíbula y otros tres bajo la ceja derecha. Vio cuatro figuras diminutas encogidas bajo el borde superior del receptor. Cada uno de los maniquíes no tenía más de cinco centímetros de altura... lo máximo permitido para un simulacro de Adestis. Cada uno de ellos llevaba una arma larga que apuntaba al rostro de Brachis.
¡Iban a por sus ojos! Brachis se cubrió la cara con el brazo izquierdo, justo a tiempo para bloquear otros tres disparos. Empezó a barrer con el brazo derecho el borde del receptor, pero antes de que pudiera completar la acción una andanada de disparos procedentes de detrás le hicieron temblar de dolor y volverse. En el escritorio, al otro lado de la habitación, escondido detrás de un puñado de registros de datos, vio otro pequeño grupo de figuritas. Al mismo tiempo, una nueva salva de disparos sonaron a su izquierda, y los proyectiles explosivos alcanzaron su mejilla izquierda, el brazo y la cadera, marcando una serie de cráteres del tamaño de una uña.
Brachis rugió de dolor y cruzó corriendo la habitación. Se cubrió los ojos con las dos manos. Si le cegaban, todo habría acabado. A medio camino de la puerta, sintió otra serie de heridas en la ingle y el vientre. Habían cambiado su objetivo: ahora iban a por sus genitales.