Dio media vuelta de un modo tan brusco e inequívoco que Flammarion sintió como si la presencia de Mondrian se hubiera desvanecido de la sala.
—Muy bien, señor.
Kubo Flammarion se frotó la nariz con la manga y salió de la habitación casi de puntillas. En la puerta, echó un largo vistazo a la pantalla centelleante que ahora cubría el globo blanco y azul, cubierto de nubes, que era la Tierra.
—¡Mundo Loco! —murmuró—. Vamos a ir a Mundo Loco. ¡Que Shannon nos ayude!
3
EN LA GRAN CANICA
Se llegaba a la Tierra a través de un solo Enlace. Los viajeros entraban en la Cámara de Enlace de Ceres y de inmediato eran enviados por el sistema a un punto cercano al ecuador de la Tierra. Mondrian, Brachis y Flammarion aparecieron al pie de una gigantesca torre demolida, en plena tarde tropical.
Brachis echó atrás la cabeza, siguiendo con la mirada la altura de la columna.
—¿Qué demonios es esto?
—¿No lo reconoces? —Mondrian, por algún motivo, parecía encontrarse de excelente humor—. Estamos al pie del viejo Árbol de las Habichuelas. Durante casi doscientos años, todo lo que ha sido enviado al espacio y ha bajado, ha pasado por aquí.
Luther Brachis miró los coches volcados que se alineaban en el perímetro inferior.
—¿La gente conducía esas cosas? ¡Pues sí que tenían valor antiguamente! ¿Por qué los dejan ahí? Deben de ser millones de toneladas de peso muerto.
—Lo son. Pero ni se te ocurra sugerir a esa gente de aquí que se deshaga de ellos. Creen que son una reliquia histórica, uno de sus monumentos antiguos más valiosos.
Mondrian hablaba de modo ausente. Miraba hacia el oeste con gesto experimentado y aire de expectativa. Había bosques en ese lado, y observó las frondosas copas de los árboles. Se acercaba... se acercaba... ¡Ahora!
La brisa ecuatorial agitó sus cabellos. Brachis y Flammarion lanzaron un chillido de horror incontrolable y simultáneo. Flammarion dio un salto atrás.
—¡Fallo de compuertas! —gritó—. ¡Fallo de compuertas! ¡Emergencia! ¿Dónde... dónde...?
Lentamente cayó en la cuenta.
Esro Mondrian le miró con maliciosa satisfacción.
—Tranquilos los dos. Kubo, me avergüenza. Creí que me había dicho que ya había estado antes en la Tierra. No es un fallo de presión, ni una compuerta rota. Es viento..., ¡movimientos naturales del aire! Ocurren continuamente en la Tierra, cada día. Así que mejor que os acostumbréis antes de que los nativos se mueran de risa al veros.
—¡Vientos! Maldición, por supuesto que hay vientos —la ancha cara de Luther Brachis enrojeció de cólera. Se había recuperado más rápidamente que Flammarion, que aún respiraba agitado y miraba a su alrededor—. ¡Maldición, Mondrian! Has planeado esto, ¿verdad? ¡Nos podías haber advertido, pero quisiste divertirte!
Mondrian hizo como que le ignoraba. Salió de la plataforma del Enlace y avanzó hacia un extraño grupo de cientos de personas agrupadas junto a la salida. Los otros dos le siguieron, dudando, hacia una larga rampa cubierta que les conducía bajo el suelo. A medida que se aproximaban a la multitud, oyeron inmediatamente el murmullo de voces.
—Las bebidas más ardientes de la tierra...
—¿Necesitan un saltafreud?... Los mejores, por buen precio.
—Cristales de comercio, sin preguntas...
—¿Quiere ver una coronación? Familia real genuina, generación cuarenta y dos...
—Visite un laboratorio Aguja esta noche. Productos de primera.
Hablaban solar estándar, mal pronunciado.
La mayor parte de los hombres y mujeres que formaban la multitud eran aún más bajos que Flammarion, que les llevaba media cabeza. Mondrian se alzaba entre ellos confiadamente. Llevaban ropas de colores brillantes, púrpura, escarlata y rosa, en brillante contraste con el sencillo uniforme negro de Seguridad. No le prestó atención a ninguno, hasta que un hombre esquelético vestido con una chaqueta llena de remiendos verdes y dorados tropezó con él.
—¿Eres un busker?
El hombre sonrió.
—Ése soy yo, caballero, a tu servicio. Y bienvenido a la Gran Canica. Tú lo quieres. Nosotros lo tenemos... y yo sé dónde. Tabaco, jugo de lulu, roleypoley..., nómbralo y te lo conseguiré.
—Corta. ¿Conoces a Taty Snipes? —la pregunta de Mondrian, pronunciada en dialecto terrestre, interrumpió la retahíla del vendedor.
—Claro. —El busker dudó un instante, sorprendido por el uso de su propio argot, y después continuó—. Paradoja, deslizante, velocil... puedes obtener de mí lo que quieras. ¿Una visita con guía a las Smables? No importa lo que digan las reglas, te encontraré...
—Corta el rollo. Tráeme a Tatty..., inmediatamente. ¿Vale?
Mondrian cogió la mano del busker. Un cristal relampagueó y los dedos sucios se cerraron en torno a él. El hombre le miró respetuosamente.
—Sí, señor. Inmediatamente, caballero. —La figura huesuda empezó a zambullirse en la multitud, pero en seguida dio media vuelta—. Me llamo Bester, señor. Rey Bester. Volveré con Tatty dentro de media hora. Está a un par de Enlaces de aquí.
Mondrian asintió, y se volvió para sentarse en un banco plantado a cien metros de un solsimulador. Después de mirarse mutuamente, los otros dos hombres le siguieron.
—Está como en su casa aquí —susurró Flammarion—. ¿Le ha oído farfullar con aquel tipo en su propia jerga? ¿Qué dialecto es? ¿Trotatierra? No pude entender ni la mitad.
Brachis asintió. Había recuperado su compostura y empezaba a observar cuanto le rodeaba con interés.
—Debí de haberlo previsto. Es culpa mía. Tenía toda la información, pero no la usé.
—¿Sabía que habla trotatierra? ¿Cómo?
—No exactamente —Brachis apartó la mano admirada que intentaba acariciar sus medallas—. Pero debí de haberlo supuesto. Usa el sentido común, Kubo. ¿No sabes que he seguido los movimientos de Esro Mondrian durante los últimos cuatro años? Tal como tú debes de haber seguido los míos. Para eso sirve un departamento de Seguridad. Y los archivos de Mondrian muestran que ha visitado la Tierra una media de cinco veces al año desde que empezamos a observarle. Conoce bien el lugar.
—Pero ¿qué es lo que hace aquí abajo?
Brachis sacudió la cabeza.
—Eso es todavía un misterio. No pudimos seguirle en la superficie. Tal vez ahora lo descubriré.
Cuando llegaron junto a Mondrian, éste se había sentado tranquilamente en el banco, mirando pensativo el grupo de habitantes del mundo loco. En cuanto eligió a Rey Bester, los demás dejaron de importunarle. Ahora permanecían a varios metros de distancia, observando a los tres visitantes con curiosidad, sonriendo y asintiendo, y susurrándose comentarios en los antiguos idiomas terrestres.
Flammarion se sentó junto a Mondrian. Miró con recelo el banco de madera, y la superficie plana bajo sus pies. Era ladrillo antiguo y gastado. Pequeñas hormigas salían por las rendijas para explorar la planta de las botas de los hombres. Mostraban más interés por Kubo Flammarion, quizás atraídas por el interesante olor de la carne sin lavar durante largo tiempo. Éste cambió los pies de sitio, sin dejar de observar a los insectos.
Luther Brachis se quedó de pie, contemplando a la multitud.
—Es inútil, Esro —dijo poco después. Su voz era algo despectiva—. Míralos. ¿Crees que alguno de estos cretinos pueda ser aceptado en un grupo perseguidor estelar? Estamos perdiendo el tiempo.
Era otra escaramuza entre ambos. Los dos hombres no se habían ajustado a su nueva relación. En lo que a los embajadores concernía, estaba decidido: Luther Brachis informaba ahora a Mondrian de todo lo relacionado con la Anabasis, pero Brachis seguía siendo responsable de la Seguridad Solar, y había mantenido intacto el departamento. Encontraba intolerable la situación actual. Durante años, los dos habían sido iguales y rivales, con el conocimiento mutuo de que algún día habría un enfrentamiento final y uno de ellos ganaría la autoridad absoluta. Brachis había aceptado esa idea. Lo que no podía aceptar era la victoria de Mondrian por una decisión arbitraria sin relación (o inversamente relacionada) con su actuación. Y le debía algo a Mondrian por aquel episodio del viento.