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Todos, excepto Vayvay, sintieron aprensión cuando entraron en el túnel. Chan se notaba especialmente lento. A medida que perdían gradualmente la luz del sol, su estado anímico se hizo más y más sombrío, parejo a la verde penumbra de los bosques inferiores de Travancore. El sendero en espiral continuaba, más y más hacia abajo. Les llevó mucho más tiempo de lo que Chan esperaba, porque Vayvay siempre quería pararse y masticar, y sólo se podía persuadir al coromar dándole constantemente raciones de los suministros que llevaban. El descenso de los últimos diez metros, desde el final del pozo a la superficie inferior, tuvo lugar en una oscuridad cerrada y asfixiante. Parecía un paso irreversible.

Chan, lleno de temores sin nombre, sintió claustrofobia. La superficie de Travancore sería un lugar terrible para morir: sin luz, silenciosa, sofocante. No podía apartar a Leah de su mente. ¿Había tenido lugar su fatal encuentro con Nimrod, cerca de aquí... quizás a sólo unos pocos kilómetros de donde estaban?

No podía recordarlo. Por algún motivo, no quería pedirle a Ángel que verificara los registros oficiales.

El suelo de la jungla vertical era plano, esponjoso y húmedo.

Nada crecía allí, excepto los inmensos troncos de los megaárboles de docenas de metros de grosor. Largas huellas de enredaderas colgaban entre los troncos. Ligeramente fosforescentes, sus filamentos entretejidos marcaban el camino. Vayvay se abrió paso entre las resistentes enredaderas. Cinco minutos después se encontraron en una estructura arqueada y, al enfocar con la luz descubrieron las paredes amarillas y mariones de una cámara primitiva.

—El hogar de los mericor —dijo el Ángel—. Aparentemente, el mantenimiento es muy pobre. Vayvay dice que no veremos a ningún mericor. Se mantendrán lejos de nosotros.

Se encaminaron por uno de los cuatro túneles que partían de la cámara. Era suficientemente ancho para Vayvay, que abría la marcha. El coromar continuaba parándose por cualquier motivo, y S'greela tenía que azuzarlo para que siguiera avanzando. Chan marchaba el último. Seguía estando deprimido. Cuando encontraran a Nimrod, tendrían que actuar de inmediato para desarmar o destruir a la Criatura. No habría ninguna conducta de «lohagocomoquiero», al estilo de lo que había ocurrido en Barján. Pero ¿cómo podía estar seguro que Shikari y los otros seguirían sus instrucciones esta vez, cuando llegara el momento crítico?

Era un tiempo propicio para los temores, los recuerdos y la instrospección. Ninguno hablaba. Chan, acalorado y sudoroso, observó sus alrededores con la intensidad flotante y febril de sus peores pesadillas. Después de otra hora interminable, Vayvay se detuvo nuevamente en una encrucijada. Ninguna cantidad de alimento que S'greela le diera le movería esta vez. Ángel se adelantó y determinó que el coromar no iría más lejos. Estaban a dos kilómetros del supuesto emplazamiento de Nimrod. Encontrarían a la Criatura fabricada por Morgan si continuaban avanzando hacia adelante e ignoraban los senderos laterales.

—Vayvay pregunta si queremos que nos espere aquí con las provisiones —dijo Ángel—. Está deseando hacerlo.

—Dile que nos espere un día —contestó Chan—. Si entonces no hemos vuelto, todo será suyo.

Se detuvieron para verificar por última vez el equipo. Cada miembro llevaba armas, pero, después de la experiencia de Barján, Chan estaba convencido de que para Ángel y Shikari era una pérdida de tiempo. Nunca conseguirían apuntar y abrir fuego. Chan se preguntaba cómo estaban siendo empleados por la Anabasis los equipos de persecución. Ahora que conocía a Brachis y Mondrian, le parecía más acorde con su mentalidad que dejaran caer una bomba desde la órbita. Tal vez así volaran unos pocos kilómetros de Travancore junto con la Criatura de Morgan, pero no correrían riesgos. Tal vez ya lo habían propuesto... y el Grupo Estelar lo había prohibido de inmediato.

Chan terminó con sus especulaciones. Consciente de que éste era el momento de mayor peligro, se adelantó para guiar al grupo. S'greela le siguió, alzando una fina linterna por encima de Chan, para enfocar un estrecho rayo de luz a lo largo del corredor. Vayvay emitió un graznido de despedida, al que el Ángel respondió, y todo quedó en silencio. El único sonido en el túnel era el susurrante revoloteo de las innumerables alas del Remiendo.

Les quedaba menos de un kilómetro por recorrer. Chan descubrió que miraba la oscuridad, intentando ver más allá del punto iluminado por la débil linterna de S'greela. No se veía nada, excepto el túnel amarillento que se alargaba indefinidamente por delante de ellos.

Y, de repente, el túnel terminó. Las paredes, simplemente, se acabaron, y el grupo empezó a moverse en una zona abierta. Tres cosas ocurrieron cuando Chan se detuvo para decidir qué hacían a continuación: Hubo un loco crepitar metálico del comunicador de Ángel que se elevó hasta convertirse en un grito supersónico de actividad. Shikari pareció separarse y llenó el aire en torno a Chan con el enjambre de sus componentes. Al mismo tiempo, la luz que S'greela sostenía saltó por los aires y de pronto se apagó.

Chan se quedó quieto. La oscuridad a su alrededor era absoluta. Se dio la vuelta para regresar con los otros, pero antes de que pudiera moverse, algo inmensamente fuerte le agarró por la cintura, lo alzó en el aire y lo lanzó.

Chan se encogió y se protegió el cráneo con los brazos. En cualquier momento, esperaba golpear uno de los sólidos troncos. A la velocidad en que se movía, el impacto sería fatal.

La colisión no tuvo lugar. Su vuelo acabó en un material suave que se estiró indefinidamente hasta absorber su velocidad. En una fracción de segundo, fue detenido y le soltaron. Se preparó para chocar contra la esponjosa superficie pero esto tampoco sucedió. Se encontró suspendido en el aire, debatiéndose contra la presa de una cadena esponjosa y fina.

Chan nunca se había sentido tan indefenso. Había perdido su arma. La red no opuso resistencia. No podía hacer nada contra ella, y, aunque pudiera salir de allí, todavía continuaba en la más absoluta oscuridad. No tendría idea de dónde ir o qué hacer a continuación. Mientras llegaba a esa conclusión, el problema se solucionó. La red completa se movía, llevándole consigo horizontalmente a gran velocidad. Algo grande se movía delante de él. Pudo oír el roce de su rápido avance a través de las enredaderas.

El viaje fue corto. Medio minuto después, se detuvieron, y Chan fue bajado al suelo con cuidado. La red se aflojó y le dejó salir. Cayó rodando y quedó boca abajo en el suelo fibroso y húmedo del bosque. Después de unos instantes, se puso en pie y dio un par de pasos al frente, dudando y extendiendo los brazos. Sus dedos palparon el grueso tronco en uno de los gigantescos megaárboles y se apoyó, agradecido, en él. Después se volvió, se sentó y apoyó la espalda, mirando la oscuridad.

Hubo otro susurro de movimiento delante de él. Algo se acercaba, casi silencioso, en la esponjosa superficie. Chan sintió un nuevo terror. Una tenaza cálida y seca le agarró las manos y aseguró sus muñecas. Se resistió e intentó levantarse. Era imposible. Más cosas le aprisionaban los tobillos y la cintura. Le movieron, con suavidad pero irresistiblemente, hasta que quedó tendido boca arriba en el suelo, inmovilizado.

Esperó. Y por fin sucedió algo que le dijo que estaba perdido. O bien Nimrod le había atrapado, o había cruzado la frontera entre la cordura y la locura total.

—Chan —dijo una voz musical, susurrando a un par de metros de su cara—. ¡Ah, Chan!

Era una voz que conocía, una voz que siempre había amado. La voz de Leah Rainbow.

28

NIMROD

Las noches en los Gallimaufries habían sido oscuras, pero al menos siempre había unas cuantas luces. Y siempre había ruidos... a menudo demasiados. Nada había preparado a Chan para la oscuridad silenciosa y envolvente del bosque abisal de Travancore. Un segundo después de haber hablado, la voz de Leah desapareció. Su realidad se había fundido en una negrura sin eco. Chan aguardó desesperadamente otro sonido, otra chispa de luz.