Y Rey Bester, como Tatty, no era un idiota. Sabía perfectamente que el poder auténtico se había marchado de la Tierra. La Cuarentena operada por la Seguridad Solar era solamente para gente que saliera de ella. Podía sentir el ímpetu y la fuerza bruta que emanaban de la cultura fuera del planeta. Pero también la temía. Era más fácil continuar con los ritos familiares de la Gran Canica, y sacar algo de los visitantes como Mondrian y sus colegas. Eran más numerosos de lo que el gobierno del Sistema quería admitir, y bajaban a la Tierra por razones que rara vez se traslucían en sus permisos de viaje.
Rey se sumó a Tatty y a los visitantes, colgándose tras el grupo y estudiando a los tres hombres, mientras Mondrian explicaba la razón de su viaje a la Tierra.
Aparentemente, Tatty había oído hablar de las Criaturas de Morgan y del accidente en la Estación Tela de Araña, pero la noticia era completamente nueva para Rey Baster hasta que la dedujo de las palabras de Esro Mondrian. No le interesó mucho. Le fascinaba mucho más examinar a Mondrian, Brachis y Flammarion y preguntarse en qué categorías de buscadores del placer les gustaría incluirse. Bester tenía sus propias ideas sobre los visitantes de la Tierra. No importaba lo que dijera la agenda oficial, pues siempre había motivos ocultos. Y en ellos estaba el beneficio.
Pensaba que Brachis resultaría fácil. Grande, poderosamente constituido, lujurioso, aún de mediana edad, se le podrían ofrecer cosas que nadie conocía en la mayor parte del Sistema Solar. Flammarion era también fácil. Ya casi tenía ese aspecto abotargado en la mirada que sugería el uso habitual de alcohol. Una dosis de Paradox y Flammarion no se dedicaría a otra cosa mientras estuviera en la Tierra.
El problema era Mondrian. Al principio, sus ojos habían asustado a Rey Bester por su fría profundidad.
Pero, por otra parte, Mondrian no era un extraño en la Tierra. Posiblemente ya habría desarrollado sus propias necesidades, y, por la forma en que le miraba, Tatty Snipes le había ayudado a conseguirlas en el pasado.
Cuando llegaron al apartamento subterráneo de Tatty, Bester dejó de escuchar a Mondrian. Se sirvió comida y bebida —la princesa Tatiana tenía decididamente gustos reales— y se acercó un poco más a Kubo Flammarion, dispuesto a iniciar una conversación más privada. Los placeres del hombre sucio se podrían adivinar fácilmente, pero había que confirmarlos antes de que empezara a vaciarle los bolsillos.
—¿No te gustaría asistir a una decapitación pública? —dijo Bester tranquilamente—. Decorado completo, hacha de acero, cadalso auténtico, verdugo encapuchado. Es un simulacro absolutamente de primera, y el líquido del cuello resulta exactamente igual que la sangre.
—¡Puah! —Flammarion le miró con cara de asco y sacudió la cabeza. Soltó el filete crudo que tenía en la mano—. ¿Intentas hacerme vomitar?
—¿No? ¿Y él, entonces? —Rey señaló a Mondrian, que continuaba conversando con Tatty—. ¿Piensas que le interesaría?
Kubo Flammarion se rascó la cabeza.
—No. Para que le interesara, la víctima y la sangre tendrían que ser auténticas.
Se separó un par de pasos de Bester, que se volvió hacia Luther Brachis.
—¿Y tú? ¿Te gustaría conocer algunas de nuestras diversiones? Me refiero a las especialidades de la Gran Canica, las que no están en los catálogos.
Luther Brachis le miró, sonriente.
—¿Y qué te parecería un buen puñetazo —dijo, en un argot terráqueo pobremente pronunciado, aunque pasable—, justo en tu real nariz?
Rey Bester decidió súbitamente que tenía que volver a llenar el vaso en la mesa situada al otro extremo de la habitación.
—No sabía que también hablaba su jerga —dijo, admirado, Kubo Flammarion mientras observaba la marcha de Bester.
Se miraron. Luther Brachis se preguntó si sería posible un cambio en la lealtad de Flammarion.
—Es bueno tener unas pocas cartas bajo la manga. Apuesto a que hay otras cosas sobre mí que no conoces. Y unas pocas sobre tu jefe que tampoco sabes. Sigue observando.
4
EN LOS GALLIMAUFRIES
Tatty sacudió la cabeza cuando se enteró de lo que buscaba Esro Mondrian.
—Aquí, en las zonas donde tengo más influencia, no es posible —dijo—. Hay una ordenanza local que prohíbe la venta fuera de la Tierra a todo el que tenga más de cuatro grados de consanguinidad con mi clan imperial, y eso incluye prácticamente a todo el mundo. Todos dicen ser parientes, aunque no lo sean.
—Entonces, ¿qué podemos hacer? —preguntó Mondrian.
—Intentarlo en GranSyd, o en el viejo RutaTé, tal vez. Aunque no conozco a los traficantes de allí. Y en Reeodee tendrás que pagar a mucha gente. El otro inconveniente es que se encuentran a unos cuantos enlaces de distancia. Sería mejor si tuviéramos a alguien de por aquí.
—¿Qué tal Bozzie? —se entrometió Rey Bester—. Es el mejor para ese tipo de negocios. Y está cerca.
—Podría ser. Vale la pena intentarlo. No sé lo que tiene, sin embargo —Tatty se volvió a Mondrian—. Tendré que encontrarlo primero, pero estará en los Gallimaufries, así que no será difícil.
Kubo Flammarion había estado intentando enterarse de la conversación, sin conseguirlo.
—¿Bozzie? —dijo—. ¿En los Garryqué?
—Bozzie. El duque de Bosny —explicó Tatty—. También es el vizconde de Roosevelt, conde de Mellon, barón de Rockwell y conde del Potomac. Todas son casas de alcurnia, aunque prefiere que le llamen simplemente Bosny, o sólo Bozzie. Lleva años sin vivir en Ciudad Bosny, pero dice que nació allí. Realmente, muestra consanguinidad con todas las líneas reales principales del Noreste, y es un tipo importante en los Gallimaufries. —Flammarion alzó las cejas—. Ésos son los refugios de los subsuelos, a doscientos niveles bajo nosotros —miró a Bester—. ¿Crees que podremos hacerlo hoy?
—Tendrás que apresurarte. Nunca encontraremos a Bozzie después de que oscurezca. Estará en la superficie, con sus Carroñeros.
—Pero en la superficie ya debe ser de noche — protestó Mondrian, pero entonces se detuvo y sacudió la cabeza—. Mejor será que me calle. Sé que era por la tarde cuando aterrizamos, pero no tengo idea de a qué distancia hacia el oeste nos hemos encaminado a través de los Enlaces.
—Aterrizasteis en África —dijo Tatty—. Hemos tardado seis horas en llegar aquí. La hora local son las dos de la tarde. Pero estamos en el hemisferio norte y en invierno. Así que oscurecerá pronto, algo a lo que no estáis habituados ahí afuera —se calló un momento, calculando—. Creo que podremos conseguirlo si tomamos las rutas más rápidas. Agarraos el sombrero y vamonos.
Tatty Snipes vivía en el nivel dieciséis. Era un lugar de primera, a pocos minutos de la superficie y cerca de la entrada de un Enlace, pero no tenía conexión directa con los niveles más pobres de los Gallimaufries. Había que viajar hacia el norte y luego bajar. Guiados por Tatty, el grupo recorrió un centenar de kilómetros horizontalmente para descender doscientos niveles y quinientos metros. Lo hicieron en treinta minutos. Fue una carrera por una confusa cadena de vías deslizantes de alta velocidad, varios saltos a través del vertiginoso alzado de escaleras de caracol y finalmente una serie de largas zambullidas en las negras profundidades de los pozos verticales.
—Es la primera vez que me siento cómodo en mucho tiempo —dijo Flammarion, saboreando los momentos de gravedad cero.